La SGAE critica el modelo de negocio de Google

Hay noticias que no pueden leerse sin estupor. Ahora resulta que nuestra benemérita SGAE critica la «opacidad» del modelo de negocio de Google y la posición dominante del gigante de Internet. Trato de hacerme cargo del asunto: se ve que como SGAE es modelo de trasparencia, quiere que todos practiquen esa virtud. Asombroso. No hay cristiano que sepa cómo y cuáles son las cifras de negocio de la SGAE, pero ellos se ponen como modelo de trasparencia.
Todavía tiene mayor gracia la acusación de posición dominante, ellos que tanto facilitan la competencia a sus posibles y temerarios rivales.
Que unos pájaros que viven del menudeo con ayuda de los poderes públicos, y de leyes más que discutibles, se atrevan a criticar a una compañía que vive únicamente del valor de sus hallazgos, es realmente increíble. Definitivamente, en este país los mentirosos son los amos, unos artistas.

Todo, menos prestar atención a lo que pasa

La suspensión del juez Garzón acordada por el Consejo General del Poder Judicial no debiera ser noticia, y, sin embargo, ocupa la portada de todos los medios. La salida del Sol no es noticia, y la suspensión de Garzón es de una normalidad casi astronómica. Lo que nos ocurre es que estamos tan acostumbrados a que acontezca lo anormal, y lo impensable, que cuando pasa algo razonable, el país se pone tenso, por si las moscas.
Estos días hay división de opiniones por las medidas del Gobierno para acallar a Merkel & Obama, y, tal vez, a los chinos. Lo que casi nadie dice es que es tremendo y humillante que esas medidas hayan tenido que llegar así. Sean, en cualquier caso, bienvenidas, y ojalá sirvan para prepararnos a lo que va llegar, tal vez antes de que acabe mayo.
Los funcionarios se quejan de la rebaja de sueldo, o eso dicen algunos que hablan en su nombre, y además es lógico, porque a nadie le gusta perder poder adquisitivo; pero nadie dice que es lógico que los funcionarios dejen de vivir en el reino de Jauja que les garantizaba Zapatero, un crecimiento salarial interesante, mientras el resto del país agoniza.
De todas maneras, estoy por creer que la crisis económica es el menor de nuestros problemas, y no me refiero ahora a ZP, aunque forma parte del paquete por méritos propios. Lo que realmente asusta es mirar de cerca nuestra ineficiencia, nuestras rutinas, nuestro desinterés, nuestra ignorancia. ¿Qué aportamos al mundo en 2010? ¿Cuáles son las razones por las que una economía global muy competitiva no debiera prescindir de España? Si cada uno de los funcionarios pensase seriamente si, en el caso de que de él y de sus bienes dependiese, contrataría a alguien para hacer lo que de hecho hace, es posible, que una ola de pánico y/o de decencia se adueñase de España. La pregunta se podría hacer también en muchas empresas, grandes y pequeñas, portentosamente ineficientes, que viven de milagro. Ese es el tipo de cosa que debiéramos pensar, si quisiésemos salir adelante por nuestras fuerzas, no por la piedad o el gobierno de otros. Porque, vamos a ver, ¿lo de Garzón a quién le importa de verdad?

Una visión mágica de la economía

Recuerdo con ternura especial una escena familiar: una de mis sobrinas, de apenas dos años, trataba de manejar el mando a distancia de la TV agitándolo, al tiempo que apuntaba al aparato. Naturalmente, la tele no se encendía porque la niña imitaba el gesto de los adultos, pero ignoraba qué precisos botones habría que presionar.

Me ha venido a la memoria la escena, al conocer alguna de las medidas que este gobierno milagrero propone para reactivar una economía, un proceso que entiende tan escasamente como mi sobrina comprendía las ondas electromagnéticas.

Otra manera de describirlo sería empezar decir que pretende, de nuevo, empezar la casa por el tejado. Todo, con tal de no hacer aquello que debiera hacer cualquier político responsable, recortar drásticamente el gasto, repartir los esfuerzos, y no seguir tirando de un crédito del que andamos cada vez más escasos y aumentando una deuda que amenaza con llevarnos a la quiebra absoluta.

El gobierno no entiende que hay que crear riqueza, y no simplemente recortar las listas del paro a costa de actividades discutiblemente útiles, como la restauración de nuestras viviendas o de edificios públicos. Eso llegará, sin duda, cuando volvamos a generar riqueza, novedad, productos que puedan venderse aquí y fuera de las fronteras. El gobierno no comprende que vivimos ya en una economía abierta, y que ese hecho, que nos puede enriquecer porque aumenta el tamaño de los mercados disponibles, nos puede arruinar porque la competencia es mucho más intensa. Todo lo que no sea adelgazarnos de actividades inútiles y costosas es acercarnos más al desastre, allí donde nos lleva un gobierno que no conoce sus posición en el mundo, que no se entera de nada, y que pretende seguir engañando a la parroquia mientras la miseria crece, porque cree que siempre tendrá recursos retóricos para echarle la culpa a otros.

Poner nota a las universidades


Las universidades españolas están muy cerca de ser una excepción en el panorama general porque, hasta ahora, ni han competido entre sí, ni se distinguen por la búsqueda de calidad. Para los españoles lo más relevante sobre una universidad era su ubicación: cuanto más cercana, mejor. Esto debería cambiar porque nadie funciona ya con esa clase de criterios. En España, muchos han aprendido a palos que el título conseguido no les sirve para gran cosa, y se han decidido a estudiar en el extranjero, o a hacer un master prestigioso y, lógicamente, caro, para poder competir en el mercado del empleo.
Las universidades debieran ser abiertas, competitivas y especializadas, o no ser. El primer obstáculo para que todo pueda cambiar está los criterios para su financiación: las universidades no pueden poner un precio adecuado a las matrículas, fijadas por ley de acuerdo con uno de los numerosos y memos dogmas de lo políticamente correcto, ni competir seriamente por mejorar la calidad de sus profesores; así, si el estudiante obtiene poco, tampoco piensa haber perdido mucho.
La Comunidad de Madrid ha promovido, a través de su Consejo Económico y Social, la realización de un excelente estudio sobre las universidades españolas dirigido por Mikel Buesa. Se trata de un intento serio para establecer con claridad un ranking universitario conforme a una gran variedad de factores. El retrato está lleno de interés, y no va a resultar muy agradable para muchos rectores de universidades que gozan de un prestigio enteramente inmerecido. Es un primer paso para saber de lo que estamos hablando, pero falta mucho por hacer en el orden legal para que las universidades pudiesen empezar a competir, a hacer lo que hacen habitualmente y de manera natural la totalidad de las mejores y más reconocidas universidades del mundo. Para nuestra desgracia, son muchos los que preferirán seguir viviendo en una isla burocrática, sin integrarse en la muy competitiva sociedad del conocimiento, pero así no se debiera seguir.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Barcelona y el cargador único

Se me antoja lleno de simbolismo el hecho de que en Barcelona se haya producido un anuncio tan razonable como el de que los fabricantes de móviles se van a poner de acuerdo para utilizar un tipo de cargador universal. La Feria mundial de la telefonía móvil, una de las joyas de la Fira de Barcelona, parece haber servido para algo mejor que para presentar más modelos que hacen exactamente lo mismo. 

Seguramente pensando en la usabilidad, alguien ha caído en la cuenta de que la táctica de vender un nuevo cargador con cada nuevo terminal, la infinita multiplicación de los cargadores, había dejado de ser una estrategia rentable. Imagino que la crisis habrá tenido algo que ver, y esto es lo que me parece más interesante, comprobar que la imaginación y las crisis no están reñidas y que un poco de ascetismo puede venir bien para que se nos ocurran cosas razonables, ingeniosas, incluso obvias. 

Que cada móvil tuviese su cargador era realmente una necedad. Cuando la diversidad es innecesaria se convierte en un caos disfuncional que solo sirve para tratar de poner trampas en el camino de la competencia. 

Si pensamos en simplificar los trámites,  nos pondremos en el buen camino para tratar de hacer que nuestras instituciones sean más ágiles, útiles y eficientes. Los españoles gozamos nada menos que de cinco administraciones distintas, la europea, la estatal, la autonómica, la provincial y la municipal, cada una de ellas con su cargador correspondiente. A esa gozosa multiplicación hay que añadir los correspondientes niveles sectoriales y, si lo hacemos, el número de cargadores que los ciudadanos deberíamos conocer se multiplica al infinito, con la consecuencia de que casi nunca acertamos a tener el cargador adecuado en el momento oportuno. 

Los ciudadanos desearíamos que las distintas administraciones nos ayudasen, pero nos arman un lío con sus distintos cargadores,  lo que suele ser una buena excusa para echar una mano a amigos y parientes que son los expertos del cargador respectivo. 

[publicado en Gaceta de los negocios]

Conectarse puede ser caro sin que pase nada, hasta ahora

Según un despacho de Europa Press, un estudio ha mostrado que Madrid y Barcelona son  ciudades en las que conectarse a Internet a través de redes wifi resulta muy caro. Esto afecta a los turistas, pero también a los residentes. Barcelona resulta algo más barata que Madrid en donde se llega casi a alcanzar los 10 euros por hora si uno quiere conectarse desde el aeropuerto, un lugar en el que se sabe cuando se entra, pero se ignora cuándo se sale.

Creo que hay que preguntarse por las razones de esta absurda carestía y voy a dar una explicación que me parece que tiene mucho que ver con la crisis económica que también afecta a ambas ciudades. Muchos de nuestros problemas derivan de haber tenido, a un tiempo, dinero barato y demandas cautivas, lo que ha favorecido una escandalosa falta de competitividad en muchos sectores.

AENA y gran parte de los hoteleros españoles parecen pensar de esa manera: nuestros precios a los clientes no tiene que guardar ninguna relación con los costos de los servicios que les prestamos, sino con lo que están dispuestos a pagar con tal de no deshacer las maletas, cosa siempre engorrosa, o irse a otro aeropuerto, lo que suele ser imposible. En esa situación, en la que están virtualmente encerrados y en nuestras manos, los clientes pagarán casi lo que sea con tal de conectarse a Internet. 

Creo que hay muchos que piensan que esto es un negocio ideal: ser proveedor en exclusiva de un servicio necesario. Así no tienes que esforzarte y la conexión puede ser, encima, una auténtica caca. Competir es mucho más costoso que trincar, y, además, puede ser insolidario. Si yo bajo las tarifas, se molestan los colegas y, por si fuera poco,  el cliente podría adquirir malos hábitos. Esta actitud absolutamente ajena al mercado ha hecho construir castillos en el aire y que las deudas crezcan hasta el infinito. La crisis nos hará ver que no se puede seguir viviendo del cuento.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

La crisis de la universidad

Convendría reflexionar sobre la escandalosa diferencia entre la calidad de nuestras escuelas de negocios, que figuran a la cabeza del mundo, y el prestigio y la calidad de nuestras universidades que están, sin excepción, a la cola de todas las clasificaciones. La clave no está en que las universidades sean públicas y las escuelas de negocios privadas. Bastará recordar, para verlo, que el mejor Departamento de Matemáticas de los EEUU está en una universidad de Chicago: lo que ocurre es que esa universidad sólo recibe del Estado el 18% de su presupuesto, que el 82% lo financia con apoyo privado por su interés y por su calidad. En España, las universidades mejor situadas apenas cubren con financiación externa el 30% de sus programas de investigación que representan, en cualquier caso, un porcentaje mínimo de sus gastos totales. La clave está en la funesta forma en que las españolas han administrado la autonomía que la ley les reconoce y en la cobardía e ignorancia de la clase política que no se ha atrevido a acometer reformas impopulares, a cortar de raíz el mal del corporativismo, la irresponsabilidad, la endogamia y la insignificancia de las universidades. La opinión pública comienza a darse cuenta de que estamos ante un problema. Muchos de nuestros títulos son auténticos flatus vocis, carecen de cualquier valor real: suponen, únicamente, una irrecuperable pérdida de tiempo para los alumnos y un desperdicio del dinero de los ciudadanos. ¿Cómo se puede tener una economía competitiva con una universidad rutinaria? No se puede. Lo terrible es que en la universidad están algunas de nuestras mejores cabezas, muchas de nuestras esperanzas; pero están ahogadas por la burocracia y la demagogia y frustrados por un sistema incapaz de reconocer el mérito, de fomentarlo y de pagarlo. Un profesor que haga el vago, no publique nada de interés, sea un auténtico desconocido y apenas aparezca por sus clases puede cobrar apenas unos pocos euros menos que el mejor de nuestros profesores o investigadores. En la universidad reina un igualitarismo y una irresponsabilidad que esterilizan los esfuerzos y las ilusiones de los mejores, una situación que ha convertido a las universidades en una especie de sindicatos verticales en las que algunos alumnos poco espabilados se ocupan del piqueteo.
Esta situación es ahora mismo un auténtico problema político porque es absurdo esperar la solución de quienes explotan el desastre. De los órganos corporativos de la universidad solo sale un “más dinero” que resulta ridículo y vergonzoso, un expediente pueril, pero que puede funcionar, para echar sobre otras espaldas la carga de unos males cada vez más obvios e irritantes.