Recuerdo con ternura especial una escena familiar: una de mis sobrinas, de apenas dos años, trataba de manejar el mando a distancia de la TV agitándolo, al tiempo que apuntaba al aparato. Naturalmente, la tele no se encendía porque la niña imitaba el gesto de los adultos, pero ignoraba qué precisos botones habría que presionar.
Me ha venido a la memoria la escena, al conocer alguna de las medidas que este gobierno milagrero propone para reactivar una economía, un proceso que entiende tan escasamente como mi sobrina comprendía las ondas electromagnéticas.
Otra manera de describirlo sería empezar decir que pretende, de nuevo, empezar la casa por el tejado. Todo, con tal de no hacer aquello que debiera hacer cualquier político responsable, recortar drásticamente el gasto, repartir los esfuerzos, y no seguir tirando de un crédito del que andamos cada vez más escasos y aumentando una deuda que amenaza con llevarnos a la quiebra absoluta.
El gobierno no entiende que hay que crear riqueza, y no simplemente recortar las listas del paro a costa de actividades discutiblemente útiles, como la restauración de nuestras viviendas o de edificios públicos. Eso llegará, sin duda, cuando volvamos a generar riqueza, novedad, productos que puedan venderse aquí y fuera de las fronteras. El gobierno no comprende que vivimos ya en una economía abierta, y que ese hecho, que nos puede enriquecer porque aumenta el tamaño de los mercados disponibles, nos puede arruinar porque la competencia es mucho más intensa. Todo lo que no sea adelgazarnos de actividades inútiles y costosas es acercarnos más al desastre, allí donde nos lleva un gobierno que no conoce sus posición en el mundo, que no se entera de nada, y que pretende seguir engañando a la parroquia mientras la miseria crece, porque cree que siempre tendrá recursos retóricos para echarle la culpa a otros.