Los políticos debieran temer las crisis, pero, en realidad, más parece que las adoren. Las crisis constituyen un auténtico paño de lágrimas en la desgracia, y así el PSOE se lame las heridas pensando que ha sido la crisis, y no los electores, quien les ha sacado por la puerta de atrás de su lugar natural, de La Moncloa. En lo que se suponía ser la otra orilla, en el PP que ha llegado al Gobierno, la crisis está siendo, cada vez más, el único tema de conversación, la gran excusa para hacer lo que se supone que hay que hacer, esto es para gobernar sin asumir responsabilidades, con derecho a esperar la más amplia de las comprensiones, incluso una sonrisa de complicidad, de los afectados por decisiones tan dolorosas como discutibles, tal que la subida del IRPF, que naturalmente ha habido que tomar… a causa de la crisis. Ya no hay política, sólo crisis, hasta el punto que el Gobierno mismo podría entrar ya en crisis de manera natural y súbita, para mimetizarse en el paisaje, para hacer más creíbles esas expresiones de condolencia con las que nos comunican las malas noticias que, de momento, solo son ligeramente mejores que las que nos atizan observadores menos preocupados por el qué dirán, como el FMI y otros servicios escasamente atentos a procurar el sosiego debido a quienes nos dirigen.
Las reformas se ralentizan por miedo a encalabrinar la crisis, y las que afectan a otras cuestiones menos susceptibles a los vaivenes del dinero, se relegan a la espera de momentos más proclives a la mudanza, conforme al dicho ignaciano de que son poco aconsejables en tiempos de tribulación. Lo primero que llama la atención es que se pretenda superar la crisis sin alterar los fundamentos de nuestra peculiar constitución económica, eso que nos encamina a los seis millones de parados. Este gobierno parece haberse creído la parte más tonta de su previa propaganda electoral, la atribución a Zapatero de ser la causa universal de las desgracias, cuando lo que Zapatero hizo, que es no hacer nada, capear el temporal, da la sensación de que se está convirtiendo en la tentación dominante del nuevo ejecutivo. Si las cosas fueren a seguir así, lo que se podrá discutir es el número, siempre escaso, de meses que tardaremos en atribuirle a este gobierno la responsabilidad de que todo se deteriore aún más, hasta que Zapatero y Pajín acaben por parecernos víctimas de una honda incomprensión, víctimas inocentes de la naturaleza virulenta de esta crisis, capaz de comerse a un nuevo gobierno que se esperaba milagroso, y que da la sensación de estar a la espera de que su mera existencia, sin hacer gran cosa, obre el prodigio.
Es un error muy de fondo tratar de sobrevivir a la crisis sin afrontar sus causas, sin alterar los errores políticos de fondo, sin corregir el despilfarro de los servicios públicos, sin poner coto al abuso de tantas grandes empresas a costa de la infinita paciencia de los consumidores, sin abolir los privilegios de sindicatos y partidos políticos, su derecho a la pereza, sin tocar los renglones más significativos del gasto público, ya que el servicio de la deuda no podemos ni anularlo ni aplazarlo. El problema es que no se puede salir de la crisis sin decir qué educación se quiere, o qué sanidad se quiere, y eso es pura política, algo que, efectivamente, puede resultar explosivo, pero el miedo al desorden puede acabar por ahogarnos, llevarnos a la muerte por inanición. En este Gobierno hay quienes pretenden disculparse de hacer política emboscándose en la crisis económica. Otros exhiben una variante más historicista para explicar la sensación, apenas levemente corregida tras algunos anuncios como el de la reforma del Poder Judicial, de que el gobierno adora la calma chicha y no quiere líos, ni en Televisión, ni en Tráfico, ni en la reforma laboral, en ninguna parte. Se alude entonces a la necesidad de esperar a la victoria, al parecer histórica, en Andalucía, pero la verdad es que tras la histórica victoria en las autonómicas y municipales, y la histórica derrota del PSOE en las generales, aquí no ha pasado nada, salvo Montoro al PSOE por la izquierda, y más o menos eso será lo que puede seguir ocurriendo si los afectados no se encalabrinan lo suficiente y a tiempo.
El gobierno apenas lleva un mes, pero es muy preocupante su tendencia a desdibujarse en la crisis, a envolverse en una retórica churrigueresca sobre sus consecuencias de todo tipo, sin hacer gran cosa por eliminar sus causas. Pretender que podamos salir de nuestra situación porque nos lleve cualquier ola es ignorar el estado del mundo, cosa sobre la que muy bien podría ilustrar al gobierno el ministro que dedica su tiempo a hablar de la Europa federalo a reivindicar castizamente el Gibraltar español. El PP se equivoca posponiendo reformas esenciales con la pepla de la crisis, y puede naufragar muy pronto si no acierta a aprovechar una oportunidad única, la muy amplia convicción de que no podemos seguir así.
[Publicado en El Confidencial]
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