Las leyes y la cultura democrática

Popper dejó escrito que las instituciones no bastan si no se ven acompañadas por tradiciones correctas. Creo que el que no pase eso es el primer problema español. Aquí entendemos que la democracia consiste en hacer lo que se le antoje a un grupo cualquiera, sin que nadie se lo impida, eso es el derecho a decidir en brillante invención catalana («mucho ruido y pocas nueces», decía Unamuno), pero claro, eso supone olvidar que la ley es expresión de una voluntad general más amplia y que nunca debe sobrepasarse. La buena cultura política aconseja ni acercarse al límite de lo tolerable por la ley, mantenerse en una zona clara y plácidamente legal, pero aquí se entiende que no puede haber ninguna ley contra el deseo organizado. Es la consecuencia de haber vivido demasiado tiempo a la fuerza y haber descubierto tarde la fuerza de la movilización, además de darle un objetivo inadecuado, como lo es el ir contra la ley y contra su espíritu y su fundamento, que no es otro que la unidad política, y nacional, del conjunto de sujetos que la legitimaron y la continúan legitimando.  Se puede ir contra eso, naturalmente, pero no se puede ir saltándose la ley, mintiendo y chantajeando, ni con derechos a decidir ni con reinserciones de asesinos que no se arrepienten de nada, ¿cómo podrían arrepentirse si piensan haber ganado? 
Se trata, siempre, de la estrategia de ETA, unos pocos, muy duros, contra todos los demás, con el auxilio de quienes creen beneficiarse de esa lucha o se protegen de ella para no ser víctimas. Lo sorprendente es que la cobardía política, y no poca ignorancia, haya permitido darles la razón, justificarlos a posteriori, y legitimar, de paso, cualquier nueva forma de barbarie, que puede haberla, no nos engañemos, porque resultaría rentable. En esto tenemos que cambiar, y hacerlo en nombre de la democracia, de la ley, y no solo de la paz. 
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