La malignidad de las tarifas

No quisiera aburrir a nadie con problemas meramente personales, de manera que, aunque vaya a contar mi caso, espero que el asunto tenga interés para cualquier usuario de teléfonos móviles. Me he dado de alta en Vodafone a través de una portabilidad y, cuando hice las gestiones, pregunté con claridad si la tarifa que me estaban proponiendo, y que no me parecía mal, admitía el uso de tarjetas con el mismo número para incorporar, por ejemplo, en un teléfono instalado en el coche, que es el servicio que yo tenía. Me informaron de que no había ninguna dificultad y que, únicamente, debería ir a una tienda oficial Vodafone para que me diesen la correspondiente tarjeta SIM. Hoy he ido a realizar la gestión y me encuentro con que la cosa es sencillamente imposible. He tratado de averiguar las razones y me han contado que hay una incompatibilidad entre cualquiera de las tarifas planas y ese tipo de servicios; he protestado de la mala información previa y me han dicho que “verdes las han segado”. He tratado de ver si había alguna solución distinta a la que yo creía tan simple, puesto que la tenía en Movistar, y entonces se ha producido el aquelarre, porque me han intentado explicar una casi infinita variedad de tarifas absolutamente incomprensibles, incluso para los que las hayan ideado, en mi opinión.
¿Es posible que una persona acostumbrada a lidiar con algunos textos difíciles, perdonen la inmodestia, se vea convertido en un completo inútil a la hora de entender las diferencias entre unas y otras tarifas, algo que debería ser simple y claro como un vaso de agua clara? Tengo casi la completa certeza de que los comerciales tampoco las entienden, pero no tengo la prueba definitiva. Lo que conjeturo es que el carácter jeroglífico de las tarifas es un procedimiento para acostumbrar al cliente a tragar con cualquier factura. Lo que me indigna es tener la certeza de que no hay manera alguna de librarse de esta clase de trampas, si es que, como creo, lo son, porque no me irán a decir que vayamos a la justicia, o a uno de esos mecanismos e instituciones de queja y supuesto control, a cualquiera de esos entes orgánicos que tiran de palacete y que no sirven absolutamente para nada. Nos quejamos, con justicia, de los políticos, pero creo que en las alturas de muchas estas compañías se refugian algunas de las figuras más sádicas e inmorales que se pueda imaginar. Es claro que lo uno y lo otro guardan una admirable armonía.