Sobre el aborto: un consejo que me piden en Dontknow

Un aborto no es una interrupción voluntaria del embarazo, como se suele calificar de manera escasamente inocente. Cualquier interrupción permite una reanudación, el aborto es irreversible, no interrumpe sino que destruye una vida que reúne condiciones para llegar a plenitud con el apoyo de la madre.
Es muy frecuente tratar de engañarse cuando se hace algo que no se debiera hacer, y es evidente que no se deberían eliminar seres humanos tan indefensos. Se trata, pues, de una acción que es plenamente condenable desde un punto de vista ético, porque sin duda alguna se causa mal a alguien inocente, aunque ni siquiera sea capaz de saberlo por no ser todavía plenamente consciente. Lo que ocurre es que en las sociedades contemporáneas el aborto se ha convertido en una práctica relativamente frecuente, pero la frecuencia de una acción no nos dice nada de su calidad moral. Me parece, pues, que desde el punto de vista ético, el aborto no tiene defensa.
La insensibilidad social hacia el aborto ha hecho que en una buena parte de las sociedades contemporáneas, el aborto esté despenalizado y, en efecto, parece bastante implausible la idea de encarcelar a una mujer por tal causa. Pero confundir que algo esté despenalizado con el que sea un derecho es dar un paso que no es fácilmente justificable si no es retorciendo excesivamente las palabras, una argucia que siempre ha sido del gusto de sofistas y demagogos. Así pues, el hecho de que exista una despenalización total, o prácticamente total, del aborto no dice nada respecto a su calidad moral. Es importante tener en cuenta la distinción entre acción inmoral y acción delictiva: por ejemplo, mentir será siempre inmoral, pero hay infinitas ocasiones en que no hay forma de considerar la mentira como un delito.
Una mujer joven que se encuentra embarazada debe decidir entre quitar de en medio a un ser inocente, que puede complicarle mucho la vida pero que es distinto a ella, o asumir que la vida y su conciencia le piden algo que es distinto a la conducta hedonista y egoísta más habitual, que dedique parte muy importante de su tiempo y de su futuro a cuidar a esa criatura que no es fruto de su decisión, pero sí de su conducta y de su naturaleza. No todo lo que hacemos y nos pasa depende de nuestras decisiones, nuestro corazón, por ejemplo, no nos consulta para seguir latiendo, ni seguirá haciéndolo cuando no pueda por más que nosotros pudiéremos desearlo.  La vida se compone de muchas decisiones que no querríamos tener que tomar, pero que no tenemos otro remedio que tomar. La sociedad se ha organizado para que la crianza de un hijo sea responsabilidad de un matrimonio y de una familia, pero la naturaleza pone en la realidad nuevas criaturas conforme a reglas que no dependen estrictamente de nuestro deseo. Una mujer embarazada se encuentra ante una responsabilidad tremenda y aunque en las sociedades actuales se tienda a mirar para otro lado si esa mujer decide abortar, esa decisión no es cualquier cosa, ni desde el punto de vista moral, ni desde el punto de vista psicológico.
Hay quienes pretenden que se trata de una decisión tan trivial como quitarse un tumor o hacerse una operación de estética. Eso sólo puede sostenerse a cambio de una gigantesca maniobra de ocultación, a base de despersonalizar al hijo no nacido, a base de no mirarle a la cara, que la tiene, o de creer que en la vida lo único que cuenta es el deseo y no la realidad. Por eso hay que suponer que la decisión de abortar puede acabar saliendo muy cara, porque hemos apostado por el interés egoísta de una vida sin complicaciones frente al reto de cuidar y hacer crecer a una nueva persona, y no a una persona cualquiera, sino a un hijo que la realidad ha puesto en nuestro camino sin nuestro consentimiento. Son muchas, sin embargo, las cosas que nos acontecen sin consentimiento y sería enteramente erróneo considerar que una vida libre es aquella que no nos supone ninguna atadura.

Mi consejo sería inequívoco, tener el hijo, cuidarlo y amarlo. Esa elección es también una lección de vida: que las decisiones tienen consecuencias, que no estamos solos, que no se puede vivir sin alguna especie de entrega, sin amar, y amar a un hijo no es tarea fácil, empieza por tener que aceptarlo como se nos aceptó a nosotros y por eso vivimos.
Kurzweil imagina

El ministro del interior y David Hume

El ministro del Interior ha cometido un lapsus al insinuar una cierta comparación entre ETA y el aborto. Que es un lapsus no lo digo yo, lo muestra él mismo al negarse a continuar esa interesante línea de argumentación. ¿Qué ocurre? Pues que el ministro cree que tanto el aborto como los atentados de ETA constituyen crímenes y que, por tanto, pueden compararse. Lo que no se entiende es la razón de que no se atreva a hacerlo, si es que piensa así. El problema está en que el ministro no distingue adecuadamente entre el plano moral, en el que debe mandar  su conciencia, y el plano político, en el que las censuras penales se fundan en el juicio de la mayoría que, a su vez, equivocadamente o no, que eso es alta metafísica, se funda en un sentimiento, como enseñó un tipo tan revolucionario como David Hume, subversivo pensador del que seguramente no ha oído hablar el señor ministro, salvo para oír que, efectivamente, era un peligroso relativista, o cosas peores. 
Desde el momento en que las cuestiones morales y políticas no se fundan en razonamientos abstractos, sino en sentimientos morales más o menos compartidos, como efectivamente ocurre, aunque el ministro lo ignore, no tiene sentido comparar a ETA con el aborto, ni al holocausto con el aborto. Para bien o para mal, que me parece más bien para mal, la sensibilidad frente al mal que el aborto supone, es muy escasa y por ello, es obvio que un ministro tiene que andarse con tiento, si no quiere que le confundan con otra cosa, respetable, pero escasamente viable en política. El aborto es un mal desde el punto de vista moral, esto me parece difícilmente discutible, pero es un error tratarlo como si todo el mundo compartiese ese punto de vista, y en esto consiste la dificultad  política del asunto, cosa que un ministro no debiera ignorar. En España, a este asunto se le han añadido toneladas de hipocresía política, por la derecha y por la izquierda, de manera que el cielo está enladrillado y hace falta un desenladrillador hábil, y clarividente y valiente, para hacer algo positivo que contribuya realmente a evitar tanto como se pueda la generalización de una conciencia social capaz de contemplar el aborto como un derecho, perspectiva que orilla completamente el punto de vista del que seguramente tiene tanto derecho a nacer como hemos tenido cada uno de nosotros. La derecha no debería temer a enfrentarse realmente con este asunto, pero esta derecha le tiene miedo a todo lo que pueda redundar en pérdida de su equívoco estatus. 
Bill y las tabletas