La fiesta nacional y el día de los abucheos


Es seguro que Zapatero no pasará a la posteridad como un gran patriota, ni como el gobernante que más haya hecho por fomentar una cultura de defensa razonable y moderna, ni el sentimiento nacional, una emoción sobre algo discutido y discutible por decirlo en sus propios términos. Sería un auténtico milagro que alguien que llegó al gobierno con un pacifismo de guardarropía, y tras negarse a saludar a la bandera americana, que sacó alocadamente a nuestras tropas de una misión internacional, que colocó a una mujer embarazada en la cartera de Defensa para dejar claro cuáles eran sus ideas de fondo sobre el papel de las fuerzas armadas, hubiese hecho algo digno de mención, aparte de rectificar tarde y mal, según estilo de la casa, pretendiendo endosar el déficit presupuestario de Defensa al PP, tras ocho años de gobierno, y firmando de manera vergonzante y chapucera nuestra participación en el escudo antimisiles.
Toda esta batería de disparates fruto de una ideología inmadura e ilusa ha pesado como una losa sobre las celebraciones militares tradicionalmente anejas a la fecha de la fiesta nacional. No sería lógico pedirle al presidente de una sociedad gastronómica que inaugurase un congreso en pro de la dieta vegetariana, pero eso es lo que ha estado pasando durante ocho años el 12 de octubre. Los abucheos, los silbidos y las muestras de disconformidad de una gran parte del público han sido una respuesta lógica que debiera haberse evitado cambiando de política y de gestos, pero que este gobierno de las apariencias ha combatido alejando al público de las tribunas, lo que es todo un símbolo de un modo de gobierno reducido al disimulo y a la incompetencia más absoluta; todavía ayer la ministra de Defensa se vanagloriaba de que la celebración tendría un carácter más civil que militar, lo que, sin duda, implica una contraposición indebida entre ambos términos y un tono despectivo hacia los militares.
Gracias a las extrañas manías ideológicas de Zapatero, que el PSOE ha asumido como propias en un ejemplo de sumisión borreguil que pasará a los anales, lo que debiera ser una fiesta de todos, y una jornada de acercamiento entre las fuerzas armadas y los ciudadanos, se ha convertido progresivamente en un rito vergonzante que el gobierno no ha sabido cómo esconder de manera más eficaz. La espléndida disciplina de los militares y su magnífico sentido de la responsabilidad, la profesionalidad, y su amor a la patria, han evitado que los ejércitos acabasen disueltos por una gestión que, en el fondo, pretendía exactamente eso, convertir a los militares en una ONG, o en simples bomberos, transformar las fuerzas armadas en una especie ridícula de ejército de salvación   al servicio de la alianza de civilizaciones y otras ensoñaciones disparatadas y cómicas. De manera harto elocuente, se mantuvo, sin embargo, el programa de compras de armamento, eso sí gestionado como cabe esperar, tal vez porque esas operaciones son propicias al lucimiento, y siempre podrían dejar algunas oportunidades de lucro interesantes en manos de amigos, primos o personas de confianza y probada lealtad. De cualquier manera, lo esencial, el amor a la patria, y el orgullo y la determinación hasta la muerta por defenderla cuando sea el caso, quedaron ocultas bajo siete capas de una mezcla perversa de ideología tontamente pacifista y de absoluto cinismo.
Los españoles tenemos perfecto derecho a sentirnos orgullosos de serlo, a celebrar nuestra fiesta nacional y a sostener, apoyar y vitorear a unas fuerzas armadas que  representan también una tradición gloriosa, una historia muchas veces centenaria de la que no tenemos ningún motivo especial para avergonzarnos. Hay que esperar que así sea en 2012.
Control remoto

Política ficción y guerra real

El gobierno del PSOE hace como que lo de las guerras no va con él, a no ser para retirarse de manera apresurada; cuando no puede hacerlo se las arregla para intentar que los españoles sigan creyendo en lo que les conviene, que no hay guerra, sólo misiones de paz. Sin embargo, son continuas las noticias como la de ayer mismo que atribuían a los ataques de la OTAN, en cuya misión participan las fuerzas españolas, la muerte del hijo del líder libio, y han sido y son muy numerosos los datos que indican que en el ataque de la OTAN al régimen libio se han producido numerosas víctimas colaterales, niños entre ellas. Pasa en todas las guerras y raro sería que no pasase también en ésta. Nuestra política internacional ha sido tan delirante, que es lógico que el Gobierno trate de disimular que estamos metidos de hoz y coz en una guerra que se prevé larga y que resulta difícil de diagnosticar, relatar y comprender. Aquí, pase lo que pase, el Gobierno adopta una posición de aparente impasibilidad para tratar de mantener la ficción política sin la que no sabe moverse, la falsedad de que no estamos en una guerra y de que las tropas españolas se dedican, tan sólo, a extraordinarias operaciones benéficas de ayuda a los civiles indefensos. La guerra, según quieren hacernos creer estos pacifistas de pacotilla, la hacen otros, de manera que nosotros podemos pretender ocupar en el conflicto ese envidiable lugar del que está por encima del bien y del mal, sea lo que sea lo que haya ocurrido. Es patente el contraste entre esta hipocresía grotesca y el escándalo que armaron los socialistas en la oposición cuando España decidió enviar tropas de pacificación a Irak, tras la llamada de la ONU a hacerlo. Se trataba entonces de atacar al PP y, como siempre que eso sucede, la verdad importó mucho menos que los intereses, de modo que el “No a la guerra” se extendió con la velocidad de las consignas entre los militantes y simpatizantes de la izquierda.
Ahora que estamos en una guerra considerablemente más cercana y en la que nuestra responsabilidad relativa es mucho mayor, pues es una intervención de la OTAN y no directamente de los EEUU, el Gobierno ni sabe ni contesta, mira para otro lado aparentando ignorar la gravedad de cuanto está sucediendo en la orilla sur del Mediterráneo a muy pocos kilómetros de las costas españolas. Nuestras tropas cumplen dignamente su papel, pero se trata siempre de misiones poco airosas, ya que el estúpido pacifismo socialista trata de aparentar que las tropas españolas no participan en esa campaña, pero el Gobierno no está en condiciones de garantizar que no haya sido un misil español el que haya causado tales o cuales daños porque, digan lo que digan, nuestros soldados están participando en una guerra muy conflictiva y, además, menos clara desde el punto de vista del derecho internacional que la de Irak. El Gobierno ha hecho suya la increíble explicación de que, como pasó en Afganistán, a los helicópteros españoles los derriba el viento, nunca las armas enemigas, aunque sólo si el Gobierno es socialista, porque, en cambio, cuando hubo un accidente de aviación les parecía evidente la responsabilidad directísima de trillo. Fue precisamente José Bono, habituado a toda clase de ficciones, quien sostuvo con desparpajo dos interpretaciones tan asimétricas y malintencionadas. Resulta claro que los socialistas empezarán a poner el grito en el cielo al minuto siguiente de dejar Zapatero y Chacón sus responsabilidades en el Gobierno.  
La portabilidad de las tabletas