Estos días se ha podido ver en Telemadrid la espléndida película de Cukor en la que una hermosísima Ingrid Bergman soporta de manera resignada las mentiras de Charles Boyer, un criminal disfrazado de amante esposo. Lo que es políticamente interesante en Luz que agoniza es la apabullante capacidad que tiene el poder, en este caso la admiración y el sometimiento que la protagonista siente por su marido, para convertir la mentira en realidad, hasta el punto de poner en grave riesgo la salud mental de la víctima.
Que me perdonen los socialistas por si la comparación les parece hiriente, pero viendo la disertación de Zapatero en los actos de las elecciones catalanas no he tenido otro remedio que acordarme de la película de Cukor, de la retórica con la que se ocultan los hechos y se promueve lo contrario de lo que se aparenta. Resulta que Zapatero habla como si nada de lo que ha ocurrido en estos últimos cuatro años en Cataluña fuese de su responsabilidad, porque, según sus palabras, lo único que han hecho él y los socialistas catalanes es procurar la grandeza de Cataluña, el respeto del resto de los españoles, una financiación justa para Cataluña y sacar adelante un Estatuto que no debiera molestar a nadie. Frente a esa magnífica imagen que Zapatero promueve de sí mismo y de los suyos, el propio líder se queja amargamente de la pequeñez de Convergencia, y de lo que considera más insoportable, del anticatalanismo del PP y, en especial, de las insidias continuas que comete su líder con la aviesa atención de ganar así adeptos en el resto de España. Creo que lo único que le ha faltado a Zapatero es pedir a sus rivales que, por patriotismo catalán, se retiren de las elecciones para que Montilla pueda gobernar como solo él sabe hacerlo.
Zapatero, dotado de una prodigiosa capacidad para la memoria selectiva, olvida por completo el desastre de la economía y el paro en Cataluña, el régimen de corrupción en el que se ha instalado, el desastre de la emigración fuera de cualquier control, por no enumerar más que los daños estructurales, que son claramente causas en las que su responsabilidad no puede ampararse en ninguna maniobra de los convergentes ni en maldad alguna del PP, pero se cree todavía con la autoridad moral suficiente como para ponerles límites a sus aspiraciones, por no mencionar la insufrible eventualidad de que pudieran pactar algo en contra de sus intereses que, en cuanto cruza el Ebro, se convierten en los sacros intereses de Cataluña.
De cualquier manera lo que resulta por completo de película es el hecho de que Zapatero se considere en condiciones de hacer nuevas promesas sociales, lo que él llama su nueva agenda. Olvida, o desconoce, ya no se sabe qué pensar, que el increíble deterioro de la economía española se debe en exclusiva a sus años de gobierno, que ha conseguido pasar del superávit presupuestario a un déficit insoportable sin que nadie pueda explicar con un mínimo de coherencia los beneficios que el país haya obtenido de tan insensato sacrificio. Relega a la insignificancia la dramática situación en que todavía nos encontramos, pese a las medidas de choque, enormemente injustas pero imprescindibles, decisiones no valientes sino inevitables, puesto que no ha tenido otro remedio que tomarlas, estando como estaba bajo la mayor amenaza a la que nunca haya estado expuesto un gobernante español. Y en esta situación se atreve, lo que realmente es digno del mayor de los cinismos, a hablar de nueva agenda social, a sugerir que subirá las pensiones mínimas y que acabará con las limitaciones, a profetizar la creación de millones de puestos de trabajo con las energías limpias que están desangrando las arcas de la hacienda española. Es obvio que trata de que olvidemos lo que se nos viene encima para llegar como sea a las próximas elecciones, a una situación en la que sus votantes incondicionales, esos que debieran mirarse en el espejo del personaje de Ingrid Bergman, le liberen de sus responsabilidades y le dejen en franquía para acometer nuevas fantasías surrealistas.
En la película de Cukor un diligente y apuesto policía, Joseph Cotten, sospecha siempre de las verdaderas intenciones del marido traidor, lo desenmascara ante su esposa, y se lo acaba llevando por delante. Desgraciadamente, la política es ligeramente más compleja que un caso policíaco. Lo que debe preocupar a los electores no es que Zapatero, o cualquiera de sus posibles ersatzs, incluyendo a Rubalcaba, pueda volver a ganar, sino que al policía le diera por seguir tentando a la Bergman con historias similares, por miedo a que pudiera preferir, con todo, a su marido mentiroso. De vez en cuando hay que decir la verdad por dura que sea, incluso en política, y resistirse a hacerlo es un mal principio porque perpetúa la inmadurez emocional de la víctima. Quien no se atreva a decir a los españoles que nos esperan años de sacrificio y de dolor, precisamente por haber endosado las bravatas de un demente político, se arriesga a no merecer la fidelidad de sus electores.