Madrid, ¿un socialismo emergente?

La victoria de Tomás Gómez frente a la candidata explícita del zapaterismo muestra, desde luego, que el entusiasmo de los socialistas madrileños con el inquilino de la Moncloa no es precisamente indescriptible. Los Rasputines que se disputan la administración de las exequias, y la herencia del PSOE, tienen desde el domingo un panorama más complicado que el que tendrían si la victoria hubiese sonreído a la compañera Jiménez. Sin embargo, más allá de esta lectura inmediata, bien pudiera ocurrir que la victoria de Gómez signifique algo más hondo que un revés mediano para los actuales mandamases del partido.
La Comunidad de Madrid representa, por muy diversas razones, una singularidad muy notable en el panorama político español. Una de las consecuencias de esa anomalía es la escasa significación política nacional de las organizaciones partidarias madrileñas. Basta con reparar en que, desde 1977 hasta hoy, los líderes de los grandes partidos han sido de cualquier parte, salvo de Madrid. Este sesgo estadístico es especialmente llamativo en el PSOE cuyos orígenes históricos no están precisamente en la periferia. Desde 1977, en el PSOE han mandado andaluces, catalanes, gallegos y castellanos, pero ningún madrileño ha ocupado nunca una responsabilidad importante en el partido. Tomás Gómez puede romper esa tradición. Su insumisión ha sido muy significativa, y el apoyo mayoritario de los militantes, un público muy proclive a obedecer en el que abundan los funcionarios del partido, lo ha sido todavía más. Ahora bien, ¿qué puede significar esa rebeldía de las bases, más allá del desagrado de los militantes con el actual estado de cosas en el PSOE?
El PSOE lleva en Madrid 16 años fuera del poder. ¿Por qué el PSOE sigue siendo tan fuerte a nivel nacional, pese a su debilidad madrileña? Creo que la mejor manera de responder a esta cuestión es la siguiente: el PSOE no puede conseguir en Madrid lo que logra con tanta facilidad en el conjunto de España, porque en Madrid no tiene venta fácil el tipo de política territorial e institucional que el PSOE ha venido haciendo suya, y que Zapatero ha exacerbado. Sin políticas que alteren las reglas del juego, sin agitar sentimientos de desestima o de emulación, sin prometer estatutos en el filo de la navaja, es decir, a solas con la economía, la gestión y los aleluyas ideológicos, el socialismo ha venido naufragando en Madrid.
Además de la necesidad de imaginar una política socialista capaz de conseguir una mayoría de madrileños, la posibilidad más interesante que se abre tras el triunfo de Gómez es que el socialismo madrileño empiece a recuperar la influencia perdida, a dejar de ser una paradójica sucursal de una extraña confederación de fuerzas. Lo que ahora se percibe a primera vista representa una peripecia menor, pero, por detrás de las obligadas carantoñas hacia los vencidos, y de la retórica mentirosa tan habitual en los partidos, la realidad es que Gómez es uno de los escasos líderes políticos con capital propio, y alguien con el que se habrá de contar en el futuro del socialismo. Otra cosa es que Gómez no se atreva con la que se le ha venido encima: ni a ser el primer líder del postzapaterismo, ni a empeñarse en buscar y formular una línea política original y de gran fuste, aunque parece que ni le faltan ganas, ni escasearán las oportunidades.
Tomás Gómez se ha de enfrentar, a plazo muy corto, con una dificultad de apariencia formidable, como es la de vencer a Esperanza Aguirre, probablemente sin contar con el apoyo entusiasta de los vencidos, por más que ahora entonen toda clase de salmodias de unidad, y de que “todo el mundo es bueno”. De cómo afronte Gómez esa cita tan problemática puede depender no solo su futuro, sino el futuro del partido. Si Gómez lo cifra todo en la victoria, puede quedar destrozado con facilidad, mientras que si acertare a plantear su estrategia con un horizonte más largo y con mayor calado ideológico, una derrota cantada podría convertirse en otro escalón hacia el protagonismo nacional.

Tomás Gómez es un hombre de izquierdas y, más allá de algunas anécdotas no muy afortunadas, está inédito, es decir, tiene la posibilidad de liderar una nueva política, algo que el socialismo viene necesitando desde el declive de Felipe González, y que la herencia inasumible de Zapatero pondrá de manifiesto de manera dramática. Es verdad que el socialismo es una fuerza electoral formidable, y que podría vivir de las inercias durante bastante tiempo, pero hay que ser muy ciego para no ver que la orfandad en que quedará tras la más que probable derrota de Zapatero, y/o de sus herederos, exigirá la aparición de un nuevo liderazgo político, de un personaje de largo recorrido. No es Tomás Gómez el único candidato con condiciones para cumplir esa función, pero si será, seguramente, el que vaya a quedar menos afectado por la debacle que se adivina. Si acierta a moverse, Gómez podría ser un arma cargada de futuro.
[Publicado en El Confidencial]