Homenaje a Esperanza Aguirre

Se va una gran luchadora, una persona que, más allá de sus defectos, sean cuales fueren, ha sabido vivir la política como una entrega personal y como una misión con trasfondo moral e ideológico, y, en consecuencia, con valor. Creo que es una pésima noticia para todos y, muy en especial, para un PP desde ahora más huérfano de ideales liberales. 
Su despedida, aunque abrupta, ha sido emotiva y magnánima. Yo también creo que lo mejor que ha hecho ha sido la educación bilingüe, y lo peor, sus meteduras de pata, como ella misma las calificó con ejemplar sinceridad. La echaremos muy de menos, y eso obligará muy especialmente a quienes nos sentiremos más desamparados con su ausencia. 
Un tweet sobre EAGdeB

Por lo menos han votado en secreto

No se discutía nada que tuviese interés general, o no se discutía como si lo tuviese, que es lo mismo, aunque lo que ha ocurrido tendrá consecuencias. El PSOE, como, desgraciadamente, el resto de los partidos, convierte en asunto de exclusiva competencia de una pandilla cuestiones de interés nacional, así estamos, y las discute como si se tratase de una subasta entre particulares. Al menos, y hay que decirlo en su honor, han votado en secreto, y no a mano lazada como se hace en casi todas las ocasiones en que los partidos discuten algo que interesa a los que mandan. Es un avance, pero no sé si cundirá el ejemplo, y tampoco si durará mucho.  
La perversidad de lo gratuito

Rubalcaba a la búsqueda de un personaje

Cuando era joven, estuvo muy de moda un drama de Pirandello, Seis personajes en busca de  autor, cuyo título me viene ahora a la cabeza para tratar de describir el imposible en el que han embarcado a este hombre, que no parecía ningún ingenuo. A mi me cae bien, porque además es madridista, pero creo que se ha equivocado muy mucho asumiendo la candidatura del PSOE sin controlar el partido, algo que debiera haber exigido de algún modo. Al no haberlo hecho, parece que no conocía a Zapatero lo suficientemente bien. El episodio del pacto para la reforma constitucional le ha pillado completamente fuera de juego y está tratando, desesperadamente, de atribuirse algún mérito, en lo que sea. Su situación es la típica, en la desgracia, de un político más marrullero que líder, más pragmático que revolucionario. Yo creo que es un personaje que podrá hacer un papel interesante, pero ahora está tal vez en sus peores momentos. 

El plan de Zapatero

Al poco de comenzar este año, como para apostar por la novedad que siempre trae consigo la nueva fecha, el presidente concedió una entrevista a Onda Cero de la que no se pudo sacar nada que no fuese una obviedad. A pesar de la indudable calidad del entrevistador, la noticia fue que no había noticia, lo que, desde luego, ya no debería sorprender a nadie, conociendo mínimamente al inquilino de la Moncloa. Zapatero actúa de manera habitual siendo muy consciente de que le conviene que él sea la noticia, la única noticia, más aún cuando ha conseguido provocar innumerables especulaciones sobre su retirada.
La condición política de esta estrategia presidencial no se podría comprender bien si no se tuviese en cuenta los hábitos audiovisuales de grandes sectores de la población española, una manera de comportarse del público que implica importantes consecuencias intelectuales y morales. El hecho de que la figura pública de una tal Belén Esteban, alguien que no es conocida ni reconocible por cosa distinta a sus apariciones en la tele, y en la muchedumbre de colorines que giran en su entorno, generando lecturas complementarias y poses significativas, haya alcanzado tanta presencia, no es en absoluto ajeno al comportamiento presidencial. Esta afirmación, que pudiera parecer más arriesgada de lo razonable, no pretende ser sino una forma de advertir al observador curioso no sobre la inanidad intelectual de la actividad mediática del presidente, sino, sobre todo, sobre su capacidad de seducción en esos mismos sectores de público que sacian sus ansias de interés con el belenestebanismo. El derroche de vulgaridad que secreta la televisión de Berlusconi, a través de un número increíblemente alto de programas supuestamente distintos, reconcilia a grandes sectores del público con su auténtica condición, los convierte en parroquia de una cohorte de pequeñas esperanzas que tienen el efecto de inhibir cualquier espíritu crítico, cualquier confrontación, y los habitúa a un grado altísimo de credulidad, de indiferencia. Es este público el que objetivamente cultiva Zapatero en su reencarnación más reciente, en su pose de héroe normal dispuesto a cargar con cualquier clase de sacrificios personales que puedan ser necesarios para el bienestar de los españoles. Zapatero-Esteban se coloca así en una posición a mitad de camino entre la víctima propiciatoria y el héroe incomprendido, y pretende suscitar la solidaridad moral de cuantos creen en ese universo de barata sensiblería y de supuesta honestidad que encandila a un público capaz de conformarse con menos que nada.
Si se pone este panorama en conexión con una de las escasas doctrinas públicamente defendidas por ZP, me refiero a su afirmación, en el prólogo a un nada inolvidable libro de Jordi Sevilla, según la cual no hay ideología ni lógica en política porque solo, “hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica», se puede comprender que, sustituyendo el debate en el ágora por los índices de audiencia, las apariciones sean el mensaje. Belén Esteban se ha convertido en un paradigma para innúmeros españoles, hasta haber llegado a ser portada del sedicente periódico global, y Zapatero ha aprendido ya que no hay nada que decir salvo mantener el tipo, al precio que sea.
Si el PSOE alcanzase a ser todavía algo distinto a lo que Zapatero ha hecho de él, podríamos apostar con seguridad que Zapatero no repetiría en ningún caso, pero eso está por ver. Mientras tanto Zapatero continúa atizando al monigote maniqueo que tiene más a mano, y juega a que la noticia, sus apariciones y sus mutis, sigan impidiendo la desesperación de los más incautos, el desasimiento de los más humildes, esos que, en su retórica, lo merecen todo aunque jamás se haya ocupado efectivamente de sus intereses, ni piense hacerlo en el futuro. Es obvio que esa estrategia puramente política puede servir también a su indudable sangre fría en la táctica, a su forma de ir haciendo lo que se le manda, aunque sea del modo más lento y embarullado posible, para evitar que nadie, ni de las muchedumbres de descamisados sindicales, ni de las cohortes de espectadores de las cadenas amigas, repare más de la cuenta en la absoluta incongruencia de su política. Si en un plazo no muy largo se produce una inflexión, no digamos ya un milagro, los ditirambos que se aplicarán al acontecimiento serán dignos de una celebración milenaria, vistas las loas hechas a los inexistentes brotes verdes, y las esperanzas puestas en esos 10.000 nuevos empleos que, espigando entre las estadísticas, acertó a encontrar a finales de 2010 el ministro de Trabajo.
Es posible que un Zapatero personalmente roto piense en su retirada, pero el Zapatero al que entrevistó Carlos Herrera está jugando al tran tran, como en el Mus, porque su inteligencia mágica le hace creer en lo inesperado, y está dispuesto a que la inspiración, como decía Picasso, le sorprenda trabajando.

El PP reaparece en Sevilla

El Partido Popular comienza a sentir la euforia que desata la inminencia del triunfo, el entusiasmo de los incondicionales, y los abrazos cómplices de quienes lo ven menos claro. Siguiendo con sus costumbres, escasamente proclives a poner en duda lo que no siempre es obvio, el PP ha decidido festejar tempranamente sus anunciados éxitos en una sede como Sevilla, que también fue en el pasado el trampolín de lanzamiento de Aznar, un personaje que parece plenamente recuperado para el remo en la barca de Rajoy, como no podía ser de otra manera. Los gobiernos de Aznar, y el buen recuerdo que dejaron, son el mejor aval de un partido que seguramente ha utilizado más prudencia que ambición para convertirse en una alternativa inevitable.

Rajoy ha subrayado un rasgo esencial, necesario pero no siempre suficiente: la unidad del partido, plenamente recuperada pese a las dentelladas del contrario, a los errores de algunos y, finalmente, a la aventurera y suicida deslealtad cantonalista, de Cascos uno de los males que pueden afectar al PP, cuando el timón de la nave no se lleva con firmeza.

El PP no debería tener ningún miedo a su pluralismo interno, pero sí a la tendencia al particularismo de algunos de sus líderes, al fulanismo de dirigentes que no se sabe bien qué defienden, esos cuya política debería reservarse a los socialistas sensatos, cuando los haya. El PP tiene que superar sus miedos a afrontar ciertos problemas, a encontrar las soluciones mejores sin temor a perder votos, a debatir a fondo los problemas que interesan a sus electores y se debaten en la vida real. El PP no debiera dar la sensación de que se resiste a defender las causas de quienes le votan, tal vez precisamente porque reconoce que sus votos no proceden de un único venero, pero justamente en eso tiene que residir el mérito de su política, el acierto de unas propuestas que no solo le echan en falta sus adversarios.

Rajoy ha comparecido en plena forma y ha acertado, por ejemplo, a prometer que retiraría las ventajosas pensiones que con tan escaso miramiento se han otorgado sus señorías. La propuesta es interesante, pero lo sería mucho más si apuntase a que Rajoy estuviere dispuesto a no dejarse intimidar por la inercia del pasado, a corregir cuanto sea necesario, y hay un buen número de temas que lo requieren, a afrontar sin demoras y con diligencia las reformas que España necesita apara volver a moverse con dignidad y soltura por el mundo, para recuperar su imagen de país serio, confiable y con futuro.

Rajoy parece haber comprendido que los españoles no se conforman con saber que ganará el PP, sino que quieren poder desear que gane, quieren que el PP no solo venza sino que convenza. No es difícil conseguirlo, pero hay que lanzarse a hacerlo sin limitarse a esperar al entierro del zapaterismo. La Convención sevillana debería ser el comienzo de una nueva etapa en la que el partido se lanzase a conquistar las cabezas y los corazones de los españoles, sin limitarse, simplemente, a acoger los restos del naufragio, a los que huyen de la quema. Rajoy no debiera limitarse a corregir defectos de imagen, tendrá que intentar que crezca el entusiasmo, algo que ahora mismo es bastante descriptible, porque va a necesitar de la convicción, el sacrificio y el esfuerzo de todos para que su gobierno logré que los españoles volvamos a confiar en nosotros mismos, en nuestra patria, y en nuestros políticos. Tal es la esperanza que solo el PP suscita, y que solo él puede malograr.

La corte de los milagros

La novela de Valle Inclán nos da una imagen de la España isabelina que caricaturiza el absurdo de una situación política apoyada únicamente en la tendencia a persistir de las instituciones, sin energía ni proyecto que las hiciera interesantes, una corte que se mueve con la inercia de los siglos, segura de su persistencia aunque crezcan los absurdos que se acumulan en su entorno. Se trata de un escenario que guarda algunas relaciones con el largo declive del zapaterismo, un episodio plenamente esperpéntico, si se mira con cierta calma.
El presidente conserva cierta dosis de lucidez suficiente para comprender el profundo patetismo de su figura, pero como siempre ha parecido más inclinado a la continuidad que a la lógica, trata de que el país asuma con la misma entereza con la que él parece haberlo hecho una situación simplemente absurda, si se mira desde el punto de vista de su coherencia, y explosiva, si se mira desde el punto de vista de sus posibles consecuencias.
Tras larguísimos meses dedicados a negar la evidencia y gravedad de una crisis que todo el universo mundo reconocía con presteza, el presidente se apresuró a continuar en el machito con el dije de que la cosa iba a pasar pronto, y con la reciedumbre de quien no está dispuesto a desprenderse de ninguno de sus principios. De paso se cometieron algunas locuras más o menos electorales que sirvieron para salir del paso en las elecciones de 2008 y que, dada la magnitud del desastre, apenas supusieron un ligero agravamiento del cuadro. Zapatero fue por entonces una figura disfuncional pero a su modo coherente, un tipo que creía en los milagros, pero eso le pasa a mucha gente. Todo cambio de súbito con la llamada al orden desde el exterior, con las conversaciones con Obama. Zapatero cayó en la cuenta de que estábamos al borde del abismo y se decidió a cambiar radicalmente de política. Lo que para tantos hubiera sido una misión imposible, le pareció a Zapatero un ejercicio más de su liderazgo y se dispuso a decir sistemáticamente Digo donde siempre había dicho Diego.
Es justo este momento en el que se pone definitivamente en marcha el tinglado de la farsa en medio de un descontento escénico con escasos precedentes. Algunos socialistas afirman, simplemente, que, por ejemplo, congelar las pensiones es de izquierdas, mientras que otros tratan de ofrecer el giro copernicano como una muestra de madurez, como una floración de buen sentido. EL PSOE se convierte de manera paulatina en una impensable jaula de grillos mientras el gobierno se dedica a vender como soluciones de ajuste sus habituales disparates y desconciertos. En medio de estas confusiones, se supera, mal que bien, la crisis de la deuda y todos deciden poner cara de que se trata de volver a lo de siempre, a gobernar a su modo este viejo país ineficiente.
Ahora bien, la situación política no ha mejorado en absoluto. Tenemos un gobierno sin norte y sin líder, que un día tras otro deshace con su derecha lo que ayer había hecho con su izquierda. El presidente ha agotado ya sus discursos aventados y sus iniciativas más ridículas en la escena internacional. No sabe, literalmente, qué decir, de manera que se refugia en el libro de estilo y se dedica a atacar a la derecha eterna, no sea que alguien caiga en la cuenta de que él es quien está haciendo, precisamente, lo que se supone que tendría que hacer esa derecha a la que denuesta.
Los presupuestos de 2011 están en el alero, pero, sobre todo, no hay ninguna certeza de que, de salir, fueren a servir para nada de lo que se supone son los fines lógicos de cualquier presupuesto. Zapatero trata de mantener el equilibrio sobre el alambre pero sin saber ya si va o si viene, evitando tan solo la caída definitiva.
Se podrían añadir mil detalles al cuadro, pero es obvio que estamos en una situación sin salida y completamente incapaz de agotar una legislatura. Aunque se descarte, cosa que no habría que hacer, una nueva crisis de deuda con final distinto a la anterior, los problemas de fondo de la situación no tienen solución a la vista. La cultura política del PSOE le está esterilizando porque le impide ceder el paso, pero también buscar una salida distinta más allá del fulanismo tradicional de la política española. Cuando se oyen, por ejemplo, las proclamas de Tomás Gómez, por citar a un político nuevo en la plaza que pudiera aportar alguna esperanza, se tiene la sensación de que la mayoría de los socialistas son incapaces de explicar lo que nos está pasando y lo que ellos han hecho, de modo que se hace muy difícil suponer que alguno de ellos pueda ser capaz de sugerir cualquier solución para el futuro.
Frente a esto, una oposición dedicada a ver cómo desfila el cadáver del enemigo, olvida que ese entierro bien pudiere acabar siendo también el suyo dada la magnitud del disparate. Por su parte, los españoles siguen atento a las llagas de la santa, seguros de que algún milagro les restituirá su prosperidad perdida.
[Publicado en El Confidencial]

El candidato evanescente

Es muy probable que la flema galaica y el discreteo que se gasta Rajoy sean grandes virtudes para un gobernante, pero no está claro que ayuden a ganar elecciones. El presidente del PP administra sus ausencias con una generosidad rayana en la prodigalidad. Cierto es que la política española tiene mucho de patio de vecindario, y que abundan los personajillos que pretenden apabullarnos con su chachara sobre acontecimientos galácticos con la misma soltura y asiduidad con que una Belén Esteban exhibe sus cuitas. Frente a ese formato circense, está bien que Rajoy aspire a ser un político serio y comedido, pero habría que recomendarle que no se exceda en la prudencia, no vaya a ser que las encuestas acaben resultando tan equívocas como los pronósticos del gobierno sobre la recuperación económica.
Alguien debería recordarle al líder del PP que, tanto en 1993 como en 1996, el PP era vencedor en las encuestas, pero en 1993 ganó una vez más el archiquemado Felipe González, y en 1996 los socialistas perdieron por la mínima, y eso que el líder del PP no parecía ni la mitad de abúlico que don Mariano. El propio Rajoy sufrió en sus carnes la derrota del año 2004, insensatamente propiciada por una campaña de perfil bajo que es, seguramente, la que más motiva a la izquierda, por no recordarle el papel escasamente positivo que jugaron algunas de las curiosas invenciones de su selecto club de consejeros en 2008.
La izquierda ha dado muestras frecuentes de que es capaz de sobrevivir sin esperanza alguna, porque se alimenta del muñeco maniqueo en que ha convertido a la derecha, de manera que, incapaz de soportar una victoria segura de sus demonios particulares, saca de su fondo de armario las energías necesarias para votar a quien sea, con tal de que no sea del PP. Zapatero podría beneficiarse de ese manantial, pero muy probablemente se pueda beneficiar más, cualquier otro, un Gómez o un clásico de la nomenclatura, da igual, porque los electores del PSOE saben muy bien contra qué votan.
Rajoy se puede sentir razonablemente seguro del voto de los suyos y del de muchísimos electores no tan fieles a una sigla, pero acaso no fuera inútil explicar a unos y a otros algo más que ciertas recetas de política económica que ahora da por inevitables hasta el propio Zapatero. Los votantes esperan de la derecha algo más que una administración honesta de los caudales públicos y un cierto respeto al dinero del personal, siempre en riesgo con los socialistas.
Los electores quieren saber qué hará el PP con los grandes renglones de una política, y no solo con la hacienda pública. ¿Se va a atrever el PP, por ejemplo, a reformar la legislación moral de Zapatero, esas leyes que nunca se anunciaron en campaña pero que se han ido aplicando con la saña propia del sectarismo más radical? ¿Va a promover el PP un marco institucional y territorial que sea capaz de hacer una España atractiva para todos o va a seguir soportando una dinámica disparatada a la que muchos de sus líderes regionales sucumben encantados cuando parece que se les toca la más ligera de sus competencias?
El señor Rajoy tiene derecho a descansar, pero no tiene derecho a dar por hecho lo que está por hacer. Una amplísima mayoría de españoles está dispuesta a que la pesadilla de ZP no dure ni un minuto más de lo necesario, pero no se confunda el señor Rajoy, porque esa mayoría no sueña todavía con su triunfo, y tiene perfecto derecho a reclamar la oportunidad de volver a sentir ilusión por la política.

Madrid, ¿un socialismo emergente?

La victoria de Tomás Gómez frente a la candidata explícita del zapaterismo muestra, desde luego, que el entusiasmo de los socialistas madrileños con el inquilino de la Moncloa no es precisamente indescriptible. Los Rasputines que se disputan la administración de las exequias, y la herencia del PSOE, tienen desde el domingo un panorama más complicado que el que tendrían si la victoria hubiese sonreído a la compañera Jiménez. Sin embargo, más allá de esta lectura inmediata, bien pudiera ocurrir que la victoria de Gómez signifique algo más hondo que un revés mediano para los actuales mandamases del partido.
La Comunidad de Madrid representa, por muy diversas razones, una singularidad muy notable en el panorama político español. Una de las consecuencias de esa anomalía es la escasa significación política nacional de las organizaciones partidarias madrileñas. Basta con reparar en que, desde 1977 hasta hoy, los líderes de los grandes partidos han sido de cualquier parte, salvo de Madrid. Este sesgo estadístico es especialmente llamativo en el PSOE cuyos orígenes históricos no están precisamente en la periferia. Desde 1977, en el PSOE han mandado andaluces, catalanes, gallegos y castellanos, pero ningún madrileño ha ocupado nunca una responsabilidad importante en el partido. Tomás Gómez puede romper esa tradición. Su insumisión ha sido muy significativa, y el apoyo mayoritario de los militantes, un público muy proclive a obedecer en el que abundan los funcionarios del partido, lo ha sido todavía más. Ahora bien, ¿qué puede significar esa rebeldía de las bases, más allá del desagrado de los militantes con el actual estado de cosas en el PSOE?
El PSOE lleva en Madrid 16 años fuera del poder. ¿Por qué el PSOE sigue siendo tan fuerte a nivel nacional, pese a su debilidad madrileña? Creo que la mejor manera de responder a esta cuestión es la siguiente: el PSOE no puede conseguir en Madrid lo que logra con tanta facilidad en el conjunto de España, porque en Madrid no tiene venta fácil el tipo de política territorial e institucional que el PSOE ha venido haciendo suya, y que Zapatero ha exacerbado. Sin políticas que alteren las reglas del juego, sin agitar sentimientos de desestima o de emulación, sin prometer estatutos en el filo de la navaja, es decir, a solas con la economía, la gestión y los aleluyas ideológicos, el socialismo ha venido naufragando en Madrid.
Además de la necesidad de imaginar una política socialista capaz de conseguir una mayoría de madrileños, la posibilidad más interesante que se abre tras el triunfo de Gómez es que el socialismo madrileño empiece a recuperar la influencia perdida, a dejar de ser una paradójica sucursal de una extraña confederación de fuerzas. Lo que ahora se percibe a primera vista representa una peripecia menor, pero, por detrás de las obligadas carantoñas hacia los vencidos, y de la retórica mentirosa tan habitual en los partidos, la realidad es que Gómez es uno de los escasos líderes políticos con capital propio, y alguien con el que se habrá de contar en el futuro del socialismo. Otra cosa es que Gómez no se atreva con la que se le ha venido encima: ni a ser el primer líder del postzapaterismo, ni a empeñarse en buscar y formular una línea política original y de gran fuste, aunque parece que ni le faltan ganas, ni escasearán las oportunidades.
Tomás Gómez se ha de enfrentar, a plazo muy corto, con una dificultad de apariencia formidable, como es la de vencer a Esperanza Aguirre, probablemente sin contar con el apoyo entusiasta de los vencidos, por más que ahora entonen toda clase de salmodias de unidad, y de que “todo el mundo es bueno”. De cómo afronte Gómez esa cita tan problemática puede depender no solo su futuro, sino el futuro del partido. Si Gómez lo cifra todo en la victoria, puede quedar destrozado con facilidad, mientras que si acertare a plantear su estrategia con un horizonte más largo y con mayor calado ideológico, una derrota cantada podría convertirse en otro escalón hacia el protagonismo nacional.

Tomás Gómez es un hombre de izquierdas y, más allá de algunas anécdotas no muy afortunadas, está inédito, es decir, tiene la posibilidad de liderar una nueva política, algo que el socialismo viene necesitando desde el declive de Felipe González, y que la herencia inasumible de Zapatero pondrá de manifiesto de manera dramática. Es verdad que el socialismo es una fuerza electoral formidable, y que podría vivir de las inercias durante bastante tiempo, pero hay que ser muy ciego para no ver que la orfandad en que quedará tras la más que probable derrota de Zapatero, y/o de sus herederos, exigirá la aparición de un nuevo liderazgo político, de un personaje de largo recorrido. No es Tomás Gómez el único candidato con condiciones para cumplir esa función, pero si será, seguramente, el que vaya a quedar menos afectado por la debacle que se adivina. Si acierta a moverse, Gómez podría ser un arma cargada de futuro.
[Publicado en El Confidencial]