Abundan los partidarios de reformar la Constitución porque no escasean los arbitristas, pese a la evidencia de que en España la Constitución se invoca pero no se cumple. Esto quiere decir que, en realidad, tenemos una constitución no escrita, y que funciona de manera muy eficaz.
Nuestra Constitución no escrita es bastante compleja y desordenada, pero goza de general aceptación por los responsables políticos, que, al fin y al cabo, parece ser lo que importa. Como no está escrita, no sabría por dónde empezar, pero, para ilustrarla, me remitiré a dos sucesos, de apariencia muy distinta, que acabo de ver, no sin sentirme estupefacto, por televisión: unos sindicalistas invadiendo Mercadona, y una cooperante española en Bali financiada por los ayuntamientos de Vitoria y Pamplona. Por lo que respecta al primer suceso, nadie detendrá a los asaltantes, y menos a sus jefes, ni se devolverá lo robado a plena luz del día; en cuanto al episodio solidario-balinés, nadie se sentirá obligado a inquirir, menos aún a explicar, las misteriosas razones por las que los beneméritos ayuntamientos mencionados les sacan a sus ciudadanos un dinerillo con el que pagar las correrías indonesicas de una ciudadana inquieta. Yendo de lo particular a lo general, me parece que ambos episodios ilustran bastante bien uno de los primeros artículos de esa constitución no escrita que rige la vida española, a saber, que la ley importa un pito si estás dispuesto a saltártela, aunque sea mejor tener buenas relaciones, y que el dinero público se administra al buen tuntún sin que haya que dar explicaciones a nadie, sobre todo si el rubro bajo el que el gasto se ampara puede ser descrito, por vagamente que sea, como social.
Pido disculpas, pero voy a hacer una especie de decálogo, a modo de ejemplo, de algunas ideas esenciales de esa Constitución y ya me dirán si exagero:
1. Los nacionalistas siempre tienen razón.
2. La mejor manera de combatir los excesos y deslealtades de los nacionalistas es repetirlos en las regiones de probada fidelidad a la patria común.
3. La izquierda puede decir cosas perfectamente contradictorias y/o necias sin que nadie se lo reproche. La derecha puede acceder a ese privilegio con tal de que diga las mismas cosas que diría la izquierda.
4. La condición de sindicalista es incompatible con la de trabajador. Si las leyes no se ocupasen de garantizarlo, se recurrirá al procedimiento habitual.
5. Las cuentas públicas se ocultarán pudorosamente a los ciudadanos. Cuando haya que referirse a ellas se utilizarán todas las técnicas de disimulo y creatividad contable necesarias.
6. Cualquier institución o procedimiento que permita exaltar la mediocridad y el descontrol será subvencionado y protegido por la ley. Los procedimientos competitivos quedan prohibidos, salvo en lo que respecta al deporte para que la gente se pueda entretener con algún fundamento.
7. Los partidos políticos y sindicatos no tienen que respetar las leyes comunes, que se hacen para que las cumplan los ciudadanos que no se hayan dado cuenta del truco. Las normas de incompatibilidad se aplicarán únicamente a los más tontos y/o a los más pobres.
8. Los magistrados procurarán desautorizar a los policías siempre que exista sospecha de que han desempeñado con eficacia su trabajo.
9. Las licencias públicas de televisión servirán inequívocamente para promover la tontuna, el mal gusto y el desentendimiento general de los asuntos públicos.
10. Los derechos son de naturaleza expansiva y gratuita. Cualquiera que discuta su naturaleza o aplicación será considerado franquista, o cosas peores, si las hubiere. El crecimiento del gasto y el empleo público se considerará una bendición.
Como en el caso bíblico, estos diez mandamientos se resumen en dos: se mentira a hora y a deshora en nombre de la democracia y para ensalzarla, y se sospechará siempre del patriotismo, las intenciones, libertades, y bienes de los ciudadanos que se atrevan a tener una opinión propia.
Este decálogo se podría multiplicar por cien sin mayor esfuerzo. Lo más importante, por supuesto, es el espíritu constitucional y el consenso del que ha nacido, y eso, les aseguro, no corre el menor riesgo mientras los ciudadanos persistan en la inocente creencia de que, dada nuestra amplia experiencia histórica con gobiernos democráticos, podemos seguir confiando alegremente en que unos pocos se ocuparan de los intereses de todos sin el menor sesgo de que se tuerzan sus rectas intenciones ni favorezcan intereses locales, de partido o nepotistas. Y, por último, sin olvidar nunca que si algo va mal es por culpa de Europa, de la Merkel, en particular.
Esta nuestra constitución no escrita es la que realmente habría que modificar, la cultura y los hábitos políticos que son la causa de que estemos atravesando una crisis a la que no se adivina el final porque nadie osa tocar nuestra admirable, efectiva e iletrada Carta Magna. Por raro que parezca, está en nuestras manos hacerlo.
[Publicado previamente en El Confidencial]