Me parece que gran parte de los comentarios ante los tres partidos disputados por la selección española en el Mundial de fútbol de Sudáfrica han estado mucho más inspirados por la histeria que por el buen sentido. El fútbol es pasto propicio para las pesadillas de los chiflados. Hay manías pasionales y las hay técnicas: supongo que todos tenemos la experiencia de lo que puede dar de sí un loco experto, perito en cualquier quimera compleja. En el fútbol se potencian ambas especies de manías, de modo que lo que resulta insólito es un comentario sereno de lo que se ha visto. Este parece ser, por cierto, uno de los puntos fuertes de Del Bosque, un tipo que muchas veces da la sensación de no haber inventado nada.
Las discusiones sobre el doble pivote, la ocupación, o no, de las bandas, el llamado tiqui-taca, y las posiciones de unos y de otros han sido tan agotadoras como irrelevantes. La convicción pesimista sobre nuestros destinos, que siempre es una forma astuta de ganar a la baja, mezclada con el avieso deseo de fracaso que apenas se oculta en tantos, ha añadido la suficiente dosis de oscuridad y ha exagerado hasta la paranoia la sensación de angustia que, en dosis terapéutica, nunca está de más ante un partido.
¿Qué tenemos ahora? La evidencia de un equipo con jugadores excepcionales (Villa, Iniesta, Piqué, Casillas, Xavi, Xabi Alonso, Cesc, y hasta casi veinte más), la certeza de que desean ganar, y confían en poder hacerlo, la constatación de que han hecho el fútbol más brillante y bello que se ha hecho en Sudáfrica, y a un entrenador que no se cree protagonista y no pierde con facilidad los nervios. Eso es, desde luego, mucho, pero en el fútbol nunca es nada cierto hasta que los jugadores se quitan la camiseta.
Podemos ganar, no cabe duda, pero si no lo hacemos tampoco debiera pasar nada. Tenemos la mejor selección que nunca haya tenido España, y que además es, con holgura, el mejor de los equipos presentes en Sudáfrica. Eso ya da para que muchos nos sintamos compensados, aunque esperemos lo mejor. De cualquier modo, dos de los goles de Villa (contra Honduras y contra Chile) y el que fabricó Iniesta han sido jugadas gloriosas, uno de esos momentos de belleza perfecta que un buen aficionado jamás olvida.