Más que fútbol: anatomía de un entusiasmo

Una cosa que parece indiscutible es que las hazañas de la selección española han tenido a muchísimos españoles en vilo. El fútbol tiene esa rara habilidad de concitar multitudes sin que hagan ascos los exquisitos, aunque siempre haya un margen para el desentendimiento de los muy raros. Por su fuerza descomunal, el fútbol logra que la mayoría de la gente goce de lo lindo cuando se imagina con el 7 de Villa, el 9 de Torres, el 6 de Iniesta, el 3 de Piqué, o con los guantes de Casillas.
En Sudáfrica, el equipo español no solo ha logrado un éxito inédito en lo deportivo, sino que ha reavivado un fenómeno que ya vivimos hace dos años cuando ganaron el campeonato de Europa. Hay que reconocer que es raro ver a los españoles unánimes en algo, y si me apuran, es más raro aún que esa unanimidad se forje en torno al fútbol. El fútbol es indiscernible de la polémica, del odio teológico, de manera que ver a un madridista, por ejemplo un servidor, aplaudiendo con rabia el gol de Puyol a Alemania tiene algo de extraordinario, sobre todo si el madridista recuerda, como es mi caso, que ese gol es un calco milimétrico de uno de los de la media docena, y no digo más.
Resulta que el fútbol nos ha venido a recordar lo que tenemos de común, que somos españoles. Sucede que la gente, sobre todo los jóvenes, más ajenos a tantas absurdas enfermedades que algunos se empeñan en cultivar, gritan con fuerza su condición y se abrazan emocionados. Ocurre que las banderas aparecen como setas en las ventanas, en los coches, casi como si estuviésemos en Estados Unidos o en Méjico. Se trata de un fenómeno que está lleno de interés, sin duda. Muchos lo interpretan como un españolismo coyuntural, como lluvia de verano, pero seguramente es más exacto decir que el fútbol permite que se asome sin vergüenza un sentimiento hoscamente reprimido, un amor atávico y condenado a prisión por una nube de políticos mezquinos y mentecatos.
España es infinitamente amable, pero está sometida a una propaganda, primitiva y necia pero eficaz. Que si España no existe, que si España es el franquismo, que si España es la Inquisición, que si España exterminó a los indios, que si España es Castilla, que si España es lo peor, que si España es una vergüenza, que si España es un invento… qué sé yo. Hay legiones de burócratas, no son otra cosa, que viven de sacar brillo a uno de los mitos más masoquistas y estúpidos que quepa imaginar, a un mantra que, sin embargo, lo decía el corrosivo Azaña, ha cundido, porque, para nuestra desgracia, en España se propagan con enorme eficacia las tonterías más solemnes.
En estas estábamos cuando unos chavales bien viajados, habilísimos profesionales, se ponen a hacer un fútbol que encandila incluso a los que no entienden del asunto, que son más de los que parece, un fútbol que entra por los ojos, que hace gritar de entusiasmo, que enamora. Y resulta que ese equipo es España, mira por dónde. Y aunque algunos aviesos tuercebotas hayan intentado rebajar el entusiasmo con la paletada esa de la roja, la gente sale a la calle, habla sin tapujos de lo que siente, se olvida de las consignas políticas de vía estrecha y se emociona con nuestro equipo, con nuestro himno, con la bandera, con España. Los jefecillos de las tribus separatistas, los que se ganan algo más que el jornal a base de humillarnos a todos, se ven en un apuro. Tratan de excogitar soluciones ingeniosas, dicen que ellos van con Honduras o que tienen una prima brasileña, pero se les acabaron las excusas. Donde pueden se niegan a instalar pantallas para que la gente se extasíe viendo a los nuestros hacer maravillas, pero se tienen que esconder hasta que la marejada amaine. La cosa va para largo, sin embargo, porque en estos asuntos, como decía Don Quijote, más obran los ejemplos que las buenas razones, y, no va a ser fácil olvidar que juntos podemos hacer cosas que ni nos atrevíamos a imaginar.
Lo que va a quedar en el corazón de millones de españoles les hará sentir un infinito hartazgo de las triquiñuelas de quienes quieren vivir a nuestra costa, a base de avergonzarnos, a base de enfrentarnos a lo más ruin de nuestra historia, a lo que tenemos derecho a olvidar para afrontar batallas reales y que realmente merezcan la pena. Son ya muchos los españoles que han demostrado por el mundo adelante que no tienen ninguna razón para ceder ante los mejores en ninguna profesión, en ningún negocio, en ninguna aventura. Ahora ha sido el fútbol, una de las pasiones que más nos solivianta, lo que nos ha mostrado lo que valemos, y habrá que poner en su sitio a los que viven de dividirnos, porque los españoles juntos somos más, somos mejores, somos distintos. Como quería Machado, a España la defiende el pueblo frente a la traición vergonzosa de muchos de sus políticos, y el éxito de nuestros futbolistas, de Albacete, de Tolosa, de Asturias o de La Pobla de Segur es un signo que ilumina nuestro futuro.
[Publicado en La Gaceta]

El fútbol y la justicia

La justicia y el fútbol no son compañeros habituales, porque el fútbol es inseguro y volátil como la vida misma. Pero hoy se ha hecho justicia con el fútbol español, con nuestro equipo nacional, siempre tan sufrido como inconstante y desventurado. Nuestra victoria frente a Alemania ha sido un acto de desagravio a una historia injustamente desigual, desafortunada y derrotista. Verdad es que la generación de futbolistas que nutren la selección es casi inmejorable: tenemos de todo y muy, muy bueno. Casillas es un gran portero; nos defiende gente supersolvente como Piqué, Puyol (¡¡¡tres hurras por él y por su gol rotundamente bello, pura fuerza y pundonor!!!), Capdevila, o Ramos. Eso que algunos pedantes llaman el doble pivote es fantástico, con un Busquets memorable y exacto y un Xabi Alonso ambicioso y pugnaz. La media es de ensueño, porque es difícil imaginar jugadores de más calidad que Iniesta o Xavi Hernández. Y en la delantera tenemos también ejemplares admirables, únicos, como el niño Torres, o el increible guaje Villa. No quiero dejar de mencionar a Silva, a Cesc o a Pedrito, ni tampoco a Fernando Llorente, a Arbeloa a Javi Gutierrez, y a todos los que faltan, en especial a ese Reina que no ha jugado todavía ni un minuto, y es el que más parece alegrarse del éxito de sus compañeros: se ve que vive en Liverpool y ha aprendido a amar más y mejor lo que, viviendo en la piel de toro, raramente valoramos como merece. La sombra benéfica de Vicente del Bosque ha cubierto a este grupo con un manto de buen hacer, de amabilidad, de cariño y de entrega, una conducta que es ejemplar y reconfortante para todos los que seguimos con ilusión la andadura de un equipo que tan bien nos está representando. Bueno, esta es, nada más, una nota de alegría y de esperanza cierta en que el domingo que viene las cosas sean aún más felices para todos, y bien que lo siento por los holandeses.

Esperanzas españolas

Ayer sufrí de lo lindo viendo el partido frente a Paraguay, supongo que les pasó a muchos de ustedes. Pero, al final, se impuso la ley del buen fútbol y ese genio que es Iniesta preparó una que no podía fallar y no falló, pese al empeño de los postes, porque Villa estaba allí una vez más. Ahora nos toca una Alemania dolida y crecida, dolida por la Eurocopa, y crecida por el 4 a 0 que le endosó a Maradona, y de paso a Messi, a Higuaín y a De María.
Nos espera un partido memorable, y hay que confiar en el fútbol de los nuestros, que es el mejor del mundo, hoy por hoy. Al fútbol juegan siempre dos equipos, y a nosotros todos han intentado impedirnos jugar, sin conseguirlo. Ha sido extraordinario ver a unos finos artistas trabajar como estibadores o como mineros, que también saben hacerlo, pero en cuanto han conseguido un poco de espacio para desplegar sus artes se han comido a la serie de monstruos que nos han tratado de maniatar.
Lo de Alemania será probablemente distinto y seguramente mejor, ya lo verán. Esta España nuestra se merece una alegría, una demostración de que si se hicieran las cosas bien no tendríamos nada que temer ni nada que envidiar. Alguno tratará de apuntar el tanto al ministro de deportes, un tal ZP, pero el tanto es el de nuestra paciencia, el de una vieja nación que se resiste a morir, pese al estúpido empeño de ponernos palos en las ruedas, de volver al siglo XIX con los sindicatos, o al XII con los reinos de taifas y la morería. De momento, hacemos el mejor fútbol del siglo XXI con chicos de Asturias, de algún lugar de Albacete, de Hospitalet o de Fuenlabrada. Quisiera compartir con todos los buenos españoles esta alegría genuina y apartidista ahora que, como ha recordado inteligentemente Aznar, “Por fortuna, el Tribunal Constitucional ha rechazado la idea de que la Constitución expresa (debería decir exprese, pero estas son menudencias de la edad) el deseo de la nación española de poner fin a su propia existencia”.

Una esperanza razonable

Me parece que gran parte de los comentarios ante los tres partidos disputados por la selección española en el Mundial de fútbol de Sudáfrica han estado mucho más inspirados por la histeria que por el buen sentido. El fútbol es pasto propicio para las pesadillas de los chiflados. Hay manías pasionales y las hay técnicas: supongo que todos tenemos la experiencia de lo que puede dar de sí un loco experto, perito en cualquier quimera compleja. En el fútbol se potencian ambas especies de manías, de modo que lo que resulta insólito es un comentario sereno de lo que se ha visto. Este parece ser, por cierto, uno de los puntos fuertes de Del Bosque, un tipo que muchas veces da la sensación de no haber inventado nada.
Las discusiones sobre el doble pivote, la ocupación, o no, de las bandas, el llamado tiqui-taca, y las posiciones de unos y de otros han sido tan agotadoras como irrelevantes. La convicción pesimista sobre nuestros destinos, que siempre es una forma astuta de ganar a la baja, mezclada con el avieso deseo de fracaso que apenas se oculta en tantos, ha añadido la suficiente dosis de oscuridad y ha exagerado hasta la paranoia la sensación de angustia que, en dosis terapéutica, nunca está de más ante un partido.
¿Qué tenemos ahora? La evidencia de un equipo con jugadores excepcionales (Villa, Iniesta, Piqué, Casillas, Xavi, Xabi Alonso, Cesc, y hasta casi veinte más), la certeza de que desean ganar, y confían en poder hacerlo, la constatación de que han hecho el fútbol más brillante y bello que se ha hecho en Sudáfrica, y a un entrenador que no se cree protagonista y no pierde con facilidad los nervios. Eso es, desde luego, mucho, pero en el fútbol nunca es nada cierto hasta que los jugadores se quitan la camiseta.
Podemos ganar, no cabe duda, pero si no lo hacemos tampoco debiera pasar nada. Tenemos la mejor selección que nunca haya tenido España, y que además es, con holgura, el mejor de los equipos presentes en Sudáfrica. Eso ya da para que muchos nos sintamos compensados, aunque esperemos lo mejor. De cualquier modo, dos de los goles de Villa (contra Honduras y contra Chile) y el que fabricó Iniesta han sido jugadas gloriosas, uno de esos momentos de belleza perfecta que un buen aficionado jamás olvida.

Una decepción apresurada

El disgusto por la derrota de la selección española de fútbol ante Suiza es lógico, pero no debería hacernos perder el mínimo de objetividad que es necesario en todo asunto técnico, y el fútbol lo es.
Lo primero que hay que anotar es que se ha tratado de una derrota imprevisible y merecida, aunque, una vez dicho esto, hay que averiguar de manera más precisa lo que ha fallado sin cargar la mano en la mala suerte, es poco serio.
Casi todos los protagonistas cometieron algunos pequeños errores, pero el fútbol es una máquina de magnificar descuidos. Los que me preocupan más son los que tienen que ver con el entrenador porque fueron los más graves, a mi modo de ver, tanto en el planteamiento como en la reacción ante la tardanza del resultado y, luego, ante la adversidad. Claro es que esto se puede decir acabado el partido y que, como bien pudiera haber acabado de otro modo, hay que decirlo con cuidado y respeto.
Me temo, sin embargo, que Del Bosque sea un personaje afable y dotado de diversas virtudes, muy útiles para el cargo, pero que no posea en gran abundancia el verdadero capital de un buen entrenador, a saber, la capacidad de añadir algo, en estrategia, en táctica, en picardía, al fútbol que practican sus pupilos. Es muy pronto para decirlo y nada desearía más que estar equivocado. Nuestros jugadores son buenos, aunque unos más que otros, pero no sé si sabremos acertar con el equipo adecuado y con la actitud conveniente, aunque queda vida por delante para comprobarlo.

La estrechez de los directivos del Barça

Ayer tuve oportunidad de oír a los cuatro aspirantes a la presidencia del Barça la misma respuesta, exactamente la misma, a una pregunta sobre cuál era la selección a la que deseaban el triunfo en los mundiales. Respondieron, como si del catecismo se tratara, que aquella en la que jugasen más futbolistas del Barça.
Esta respuesta unánime refleja un estado de cosas literalmente lastimoso. La disculpa oficial es que el Barça es un club catalán, lo que es obvio, y catalanista, lo que es más discutible, y que, por tanto, no se puede dar por hecho que sus partidarios hayan de desear la victoria de España, de manera que se ha de imponer el eufemismo al contestar a preguntas tan aviesas. Curiosamente ninguno de los cuatro aspirantes se ha planteado el deterioro que en su clientela pudiere suponer el voto de los españoles no catalanistas, y socios del Barça, que también los hay, o, mejor dicho, si lo han calculado, pero han deducido que son menos que los catalanistas, cosa que habría que ver, pero, sobre todo, que están obligados a tragar porque ese es el mandato políticamente correcto en Cataluña.
La verdad es que por simpáticos que te caigan los catalanes, como es mi caso, y por admirable que sea el juego del Barça, que lo es y mucho, cuesta trabajo entender tanta estrechez de miras, tanto pueblerinismo, en gentes que deberían estar acostumbradas a decir la verdad, a ser valientes, a asumir que el Barça es una sociedad plural, seguramente más que la misma Cataluña, y que a una mayoría bastante grande de sus socios les encantaría que la selección española de fútbol ganase el Mundial. Hoy por hoy, el Barça es un equipo español, digan lo que digan los aspirantes a presidirlo, juega en la Liga española, entra en la Champions como representante de España, y es querido y admirado por muchísimos españoles no catalanes, como habrá podido comprobar cualquiera mínimamente interesado en estos asuntos.
Si los independentistas se lo quieren quedar, en el improbable caso de que triunfaren, se acabarían haciendo daño, porque tendrán que inventarse una Liga catalana, ligeramente menos apasionante que la española, que también perdería mucho, todo hay que decirlo.
De todos modos, me resulta menos insoportable, esa hiper-exaltación del catalanismo político que la falta de generosidad de los directivos del Barça, esos que pusieron las mangueras al final del partido en el que quedaron eliminados tras su enfrentamiento con el Inter. Compárese esa escena miserable con lo que ocurrió en situación semejante, hace unos años, cuando el Liverpool eliminó al Chelsea: por cierto, Mouriño también estaba por allí.