La innovación puede esperar

Nos habíamos hecho a la idea de que la ciencia y la innovación habían encontrado su lugar entre nosotros. Los presupuestos públicos habían empezado a dedicar al fomento de esa cultura una modesta partida presupuestaria, pero las cosas pintaban bien. En estas, llegó la crisis, esa crisis en la que no creía ZP, y el Gobierno le ha pegado un bajonazo a la partida que la ha dejado con las vergüenzas al aire.

Es uno de esos gestos que explican más que mil teorías: al gobierno le parece que eso de la innovación puede esperar, que de momento ya vamos bien con la imaginación que tenemos. Por eso los presupuestos no han sido cicateros con el cine, por ejemplo, porque ahí si hay imaginación de la buena, y al servicio de una causa verdaderamente sólida y tangible, a saber, la progresía universal, la doma del intolerante y el diálogo de las civilizaciones. Fijémonos, por ejemplo, en Almodóvar, en su capacidad para hacer cada vez una película distinta sin que sus acérrimos admiradores den síntomas de cansancio. En cambio los científicos llevan décadas con el cáncer, con la malaria o con los nuevos materiales, y repiten una y otra vez los mismos experimentos, sin que el gobierno pueda apuntarse ningún tanto.

¿Innovación? De entrada, no. Sigamos a lo nuestro, con lo que sabemos hacer bien: los planes E, la cultura de la masturbación, abriendo nuevas vías en materia de rescates, perfeccionando los métodos de registro del paro; adelante, en fin, con nuestras más solidarias tradiciones, con esa posmodernidad planetaria que tanto nos envidian.

En España, para nuestra desgracia, impera todavía una cultura de la simulación y la mentira, hija ilegítima del barroco. Aquí siempre ha importado más lo aparente que lo sustantivo, las liturgias que los hechos, la hojarasca verbal que la experiencia. Esta mentalidad es lo que explica que el socialismo sea casi imbatible. ¿Innovar? ¿Para qué? Nos basta y nos sobra con los cuentos de siempre.

La ronda de los inocentes

Tras descubrirse la entrevista secreta de Montilla y Zapatero, éste ha creído oportuno recibir al resto de presidentes, empezando por la Comunidad de Madrid. Este gesto delicado y previsor de ZP no ha disimulado las diferencias de categoría entre autonomías: Extremadura y Asturias, han ido juntas, tal vez para mostrar la solidaridad de las tierras de España cuando se trata de pedir árnica, aunque nadie podría imaginar, por ejemplo, que Cataluña compareciese con Aragón. Zapatero se dispone a zurcir a base de dádivas aparentes el gigantesco roto que perpetró al añadir Cataluña a las excepciones de Navarra y el País Vasco que no tienen que comparecer porque disponen plenamente de lo suyo y apenas pagan una pequeña cuota de afiliación a la empresa común que, casi siempre, acaba saliendo negativa; unas excepciones, dicho sea de paso, difícilmente justificables de cara a un futuro tan negro como el que se nos avecina, en especial cuando se agravan con pactos tan siniestros como el de la cesión del presupuesto de I+D a los vascos para que sus científicos puedan tener acceso a tartas más amplias que las del resto de los investigadores españoles que no son tan “finos y resalaos”.

Si Zapatero consigue que todos salgan con una sonrisa habrá que reconocer que es extraordinariamente hábil, aunque habría que admitir la duda metódica que todos le hayan concedido una mora hasta que se vean las cuentas efectivas. Sin embargo, no resulta difícil profetizar lo que va a suceder: esas cuentas serán misteriosas y, digamos, dialécticas, resultarán lo suficientemente oscuras como para que muchos crean que salen ganando y a otros les convenga fingir que lo hacen.

De la mano de ZP, el sistema de financiación autonómica español va claramente camino del milagro: el todo va a ser menor que la suma de las partes y cada parte va a presumir de ser la más brillante del sistema. Como eso, es imposible del todo, la pregunta que hay que hacerse es ¿quiénes serán los inocentes de esta ronda?  ¿cuánto tardarán algunos en descubrir que ha habido trile, por ejemplo no cumpliendo luego con las trasferencias ahora ofrecidas? Habrá habido, con seguridad, presidentes que se hayan llevado la clave del enigma, y el bolsillo caliente, y habrá habido otros que se tengan que conformar con un aumento nominal… y luego ya veremos. Zapatero es como Madoff: el que pregunte más de la cuenta se queda sin lo suyo y, como Madoff, también parece creer que le queda cuerda para rato.

El tinglado autonómico, con su disparate de gasto, ha sido disfuncional en épocas de crecimiento económico, pero será absolutamente insoportable en los años de depresión que se avecinan, aunque el astuto Zapatero finja no saberlo.  

[publicado en Gaceta de los negocios]