La innovación puede esperar

Nos habíamos hecho a la idea de que la ciencia y la innovación habían encontrado su lugar entre nosotros. Los presupuestos públicos habían empezado a dedicar al fomento de esa cultura una modesta partida presupuestaria, pero las cosas pintaban bien. En estas, llegó la crisis, esa crisis en la que no creía ZP, y el Gobierno le ha pegado un bajonazo a la partida que la ha dejado con las vergüenzas al aire.

Es uno de esos gestos que explican más que mil teorías: al gobierno le parece que eso de la innovación puede esperar, que de momento ya vamos bien con la imaginación que tenemos. Por eso los presupuestos no han sido cicateros con el cine, por ejemplo, porque ahí si hay imaginación de la buena, y al servicio de una causa verdaderamente sólida y tangible, a saber, la progresía universal, la doma del intolerante y el diálogo de las civilizaciones. Fijémonos, por ejemplo, en Almodóvar, en su capacidad para hacer cada vez una película distinta sin que sus acérrimos admiradores den síntomas de cansancio. En cambio los científicos llevan décadas con el cáncer, con la malaria o con los nuevos materiales, y repiten una y otra vez los mismos experimentos, sin que el gobierno pueda apuntarse ningún tanto.

¿Innovación? De entrada, no. Sigamos a lo nuestro, con lo que sabemos hacer bien: los planes E, la cultura de la masturbación, abriendo nuevas vías en materia de rescates, perfeccionando los métodos de registro del paro; adelante, en fin, con nuestras más solidarias tradiciones, con esa posmodernidad planetaria que tanto nos envidian.

En España, para nuestra desgracia, impera todavía una cultura de la simulación y la mentira, hija ilegítima del barroco. Aquí siempre ha importado más lo aparente que lo sustantivo, las liturgias que los hechos, la hojarasca verbal que la experiencia. Esta mentalidad es lo que explica que el socialismo sea casi imbatible. ¿Innovar? ¿Para qué? Nos basta y nos sobra con los cuentos de siempre.

La ciencia española no necesita tijeras

Tomo el título de uno de los numerosos blogs de protesta ante el tijeretazo que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido aplicar a los presupuestos destinados al fomento de la investigación. El dinero destinado a los grandes organismos públicos de investigación, aunque uno de sus defectos es que son más abundantes que grandes, se reduce un 15% y, en el caso de la investigación en biomedicina y salud, la merma se eleva a un 25%. Los científicos están justamente indignados ante la posibilidad de ser ellos los paganos del derroche de otros.
Un grupo de investigadores ha escrito una carta pública al gobierno en la que ponen de manifiesto la contradicción entre las proclamas políticas y los recortes efectivos. Los firmantes recordaban lo que hace más de un siglo dijera Santiago Ramón y Cajal, el único científico de primer nivel en toda la historia de la ciencia española: «lo que el país necesita es plantar árboles y sembrar mentes». No hacemos eso, gastamos dinero en cosas absurdas, en propaganda, en prejuicios, en absurdas hazañas contra el pasado, al tiempo que los poderes públicos regatean el dinero al único sector que en todas las naciones, empezando por los EEUU, es mimado por el dinero público. Para mayor escarnio, se suben las subvenciones del cine, ya que la ministra del ramo es de la cosa. Eso no ha servido para nada en el caso de la ciencia porque, como se sabe, los científicos no están siempre disciplinadamente dispuestos al “no a la guerra”, o escandalizar porque se haya hecho lo correcto con un petrolero extranjero que se hunde en alta mar frente a nuestras costas. Es lo malo de los científicos, que están entrenados en un escepticismo metódico que les lleva a poner en tela de juicio lo que se dice; precisamente por esa razón, si los científicos se desengañan de una promesa en la que habían creído, su desenganche de la retórica gubernamental será definitivo. Zapatero sabe, sin embargo, que son pocos y da muestras de no temer su desencanto.