Las recientes elecciones de la UCM, que han interesado razonablemente a la opinión pública, han mostrado un curioso enfrentamiento político entre el candidato vencedor, un matemático prestigioso, pero entregado a la política sindical y líder universitario de Comisiones Obreras, y un catedrático de Derecho demasiado escorado a la derecha y con una fama académica manifiestamente mejorable. En esos términos, la victoria sindical ha sido casi apabullante, pero lo importante sería que los ciudadanos se parasen un momento a pensar en lo que está pasando con una institución pública, archipública, cabría decir, como la universidad. La Complutense es la universidad más grande de España, con 85.500 estudiantes, 6.200 docentes e investigadores y 4.600 empleados de PAS. Este dato, y su antigüedad, es lo que la hace más notable. El anterior rectorado de Berzosa, consumó un fenómeno rigurosamente inexplicable, que creciera el número de profesores, y no poco, y, más aún, el número de personal auxiliar, al tiempo que disminuía de manera evidente el número de alumnos. Ese disparate solo es comprensible en una institución que ha conseguido transformar su autonomía, que debiera estar limitada al aspecto académico, en la más absoluta anomia, y en una completa ausencia de responsabilidad: la Universidad no tiene que reunir cuentas ante nadie, por increíble que parezca.
La culpa de esto es de todos, pero especialmente de los universitarios que consienten estas cosas, cuando no las promueven. En segundo lugar es de los políticos que, bien porque piensen, lo que es increíble, que no hay nada que hacer, bien porque estimen, como lo hace la izquierda, que ese estado caótico no le perjudica, no hacen nada para cambiar la situación doliente de nuestras universidades. España que tiene las mejores escuelas de negocio del mundo, eso sí, privadas, que tiene algunas magníficas multinacionales, excelentes bancos y profesionales de gran nivel en todos los terrenos, no puede permitirse el lujo de seguir gastando un dinero muy importante en universidades mediocres, en instituciones que solo sepan empeorar. Contra lo que se pueda creer no es un problema de dinero, es un problema de modelo. Hace ya bastantes años, la revista Time se burló de las universidades alemanas, entonces en muy mal momento, diciendo que la universidad alemana era la mejor del siglo XVIII. Los políticos de algunos länder tomaron medidas, y el panorama ha cambiado sustancialmente en esos lugares. De nuestras universidades no se podría decir ni siquiera eso, aunque es evidente que padecen de una serie de lacras que habría que erradicar: el autismo institucional, la sindicalización, el corporativismo, el nepotismo desorejado, la ideologización con pérdida muy alta de una mínima objetividad, el descontrol público. Es necesario que el nuevo gobierno se proponga cambiar el modelo y, desde luego, se decida a intervenir en este estado comatoso y vulgar de la mayoría de nuestras instituciones académicas. El modelo de elección de Rector es un auténtico disparate y no produce más que frutos disparatados. Hará falta mucho valor para llevar a cabo las reformas necesarias, pero si no se atreven a hacer este tipo de cosas, ¿para qué necesitamos a los políticos?