La Universidad

He tenido la oportunidad de leer un informe que resume el que los expertos han hecho sobre la Universidad para el Ministerio. El papel no aborda a fondo los dos cambios sin los que no hay nada que hacer: que las universidades puedan competir y que no se gobiernen  «democráticamente», sino como empresas que puedan competir, esto es que las universidades no tengan que ser iguales ni sus títulos, oficiales, valer lo mismo y que, por lo tanto, los profesores puedan no cobrar lo mismo, cuando no valgan lo mismo por su calidad y trabajo. Basta que pensemos que, más o menos con el mismo personal académico, nuestras escuelas de negocio están en primeros lugares de los rankings internacionales y nuestra universidades en los últimos. Hasta que un título de una Universidad no valga por sí mismo, en lugar de por ser oficial, no cambiará nada.
Se dice, por ejemplo, que en España hay muchas universidades, cerca de cien, pero no se dice que en EEU hay más de mil, solo que de muy distintas calidades y funciones, mientras que las de aquí son todas oficialmente iguales, e igualmente mediocres, con muy ligeros matices. 
Movistar todo lo confunde

Wert acierta

El ministro de Educación acierta al decidir que lo de nuestras Universidades merece una pensada y ha hecho bien en nombrar una comisión que le prepare un primer papel, pero se equivocará si no se da cuenta de que es el Gobierno el que ha de asumir un impulso de cambio radical en la polñitica universitaria, aunque eso tenga costes políticos, pero dadas las circunstancias nunca serán menores que ahora. 
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La Universidad a la deriva

Las recientes elecciones de la UCM, que han interesado razonablemente a la opinión pública, han mostrado un curioso enfrentamiento político entre el candidato vencedor, un matemático prestigioso, pero entregado a la política sindical y líder universitario de Comisiones Obreras, y un catedrático de Derecho demasiado escorado a la derecha y con una fama académica manifiestamente mejorable. En esos términos, la victoria sindical ha sido casi apabullante, pero lo importante sería que los ciudadanos se parasen un momento a pensar en lo que está pasando con una institución pública, archipública, cabría decir, como la universidad. La Complutense es la universidad más grande de España, con 85.500 estudiantes, 6.200 docentes e investigadores y 4.600 empleados de PAS. Este dato, y su antigüedad, es lo que la hace más notable. El anterior rectorado de Berzosa, consumó un fenómeno rigurosamente inexplicable, que creciera el número de profesores, y no poco, y, más aún, el número de personal auxiliar, al tiempo que disminuía de manera evidente el número de alumnos. Ese disparate solo es comprensible en una institución que ha conseguido transformar su autonomía, que debiera estar limitada al aspecto académico,  en la más absoluta anomia, y en una completa ausencia de responsabilidad: la Universidad no tiene que reunir cuentas ante nadie, por increíble que parezca.
La culpa de esto es de todos, pero especialmente de los universitarios que consienten estas cosas, cuando no las promueven. En segundo lugar es de los políticos que, bien porque piensen, lo que es increíble, que no hay nada que hacer, bien porque estimen, como lo hace la izquierda, que ese estado caótico no le perjudica, no hacen nada para cambiar la situación doliente de nuestras universidades. España que tiene las mejores escuelas de negocio del mundo, eso sí, privadas, que tiene algunas magníficas multinacionales, excelentes bancos y profesionales de gran nivel en todos los terrenos, no puede permitirse el lujo de seguir gastando un dinero muy importante en universidades mediocres, en instituciones que solo sepan empeorar. Contra lo que se pueda creer no es un problema de dinero, es un problema de modelo. Hace ya bastantes años, la revista Time se burló de las universidades alemanas, entonces en muy mal momento, diciendo que la universidad alemana era la mejor del siglo XVIII. Los políticos de algunos länder tomaron medidas, y el panorama ha cambiado sustancialmente en esos lugares. De nuestras universidades no se podría decir ni siquiera eso, aunque es evidente que padecen de una serie de lacras que habría que erradicar: el autismo institucional, la sindicalización, el corporativismo, el nepotismo desorejado, la ideologización con pérdida muy alta de una mínima objetividad, el descontrol público. Es necesario que el nuevo gobierno se proponga cambiar el modelo y, desde luego, se decida a intervenir en este estado comatoso y vulgar de la mayoría de nuestras instituciones académicas. El modelo de elección de Rector es un auténtico disparate y no produce más que frutos disparatados. Hará falta mucho valor para llevar a cabo las reformas necesarias, pero si no se atreven a hacer este tipo de cosas, ¿para qué necesitamos a los políticos?