Hay gente que defiende los toros, entre otras razones, por la riqueza y vistosidad del lenguaje taurino. Por razones similares, yo debería detestar la Bolsa, o, por mejor decir, la manera que tienen de hablar de la Bolsa los supuestos entendidos. Para aborrecer a la Bolsa por otras razones, ya tengo yo mis motivos, y no pienso confesarlos ni bajo pena de martirio, lo único que les digo es que me estuvo bien empleado.
El hecho es que cuando voy solo en coche, y solo en esas contadas ocasiones, aunque no siempre, escucho los debates e informaciones de Radio Intereconomía; me relajan y me divierten, no les pido más. La razón por la que me entretienen tiene que ver con lo que tengo por formas de expresión absolutamente ilógicas pero, en el fondo, frecuentemente llenas de buen sentido, no sé si también de buena intención. Por ejemplo, el otro día un experto hablaba del comportamiento de una compañía cuya cotización había experimentado “una serie de mínimos crecientes sucesivos”. Supongo que quería decir que la cotización estaba baja pero que iba subiendo un poco, pero tal vez sea yo demasiado simple para entender esta clase de misterios. Otra cosa que me hace gracia es cuando se afirma que el destino de la cotización de una compañía que forma parte del Ibex dependerá de la evolución del Ibex. Este punto de vista resulta consolador, pero levemente ofuscante. Porque, o bien el destino del Ibex depende de las compañías que lo forman, lo que parece razonable aunque un poco tautológico, o bien no, y entonces debería depender de algo distinto al propio Ibex, pero lo que no hay manera de entender, me parece, es que la cotización de una sociedad que forma parte del Ibex dependa de lo que le pase al índice que dependerá de lo que le pase a ella, digo yo. Es verdad que esta circularidad sirve para entender que las tendencias generales marcan mucho, pero uno esperaría de los expertos en Bolsa que fuesen algo más precisos, aunque resultaran menos divertidos.