Carta a Pablo


Mi sobrino Pablo me pregunta sobre algunas cosas de la política que no entiende, a la espera de que yo las entienda. Le agradezco su confianza y contesto, en la medida en que puedo, a lo que me plantea, un tipo de preguntas que aletean, me parece, en las acampadas de los indignados, de los desconcertados, frustrados  y descontentos como les llamo en mi fuero interno, porque lo de la indignación está bien para los 93 años y la literatura, pero puede resultar un poco pedante cuando  se es más joven, pero, en fin, da igual.
Me pregunta si se puede modificar el modelo parlamentario que tenemos. La respuesta es que sí, pero habría que modificar la Constitución. Sería ideal que nos acercásemos a un modelo mayoritario, un único escaño  en cada territorio con lo que se vota siempre a una persona, pero ese es un modelo que quisieron evitar los partidos de izquierda, y la propia UCD, en los orígenes de la transición, cuando se hizo la ley electoral que no se ha modificado sustancialmente. Es razonable que lo temieran porque resta mucho al poder de los partidos, pero, casualmente, ese es el poder que está impidiendo que nuestra democracia vaya algo mejor. Aquí todo se resuelve entre dos o tres. Véase, por ejemplo, el vodevil del POSE y el dedazo de Rubalcaba: con la representación proporcional y el poder en manos de los partidos, lo extraño sería que no pasase eso. La pretendida idoneidad de las listas abiertas es ilusoria, por completo: no arregla nada. La distribución de escaños se podría arreglar para conseguir mayor proporcionalidad, lo que haría aumentar el número de escaños, cosa de muy escasa o nula operatividad, mandando lo que mandan las camarillas de los partidos. La cosa no tiene arreglo fácil, pero yo empezaría por castigar a los partidos que no cumplen lo que dicen y por exigir desde dentro, cosa que es ardua, pero puede hacerse. La verdad es que, en mi opinión, el partido que, con todos sus defectos, ha sido más democrático fue la UCD, y acabó mal, como se sabe. Pero que las cosas hayan salido una vez mal no  implica que sea imposible que se hagan mejor en otras ocasiones. Esa es mi apuesta, pero no sé si los españoles están dispuestos a tener tanta paciencia como rebeldía y a esperar sin renunciar a conseguir lo que creen necesario, una democracia mejor que la que tenemos ahora. Seguiré otro día,