La oferta de buen cine es realmente escasa y había que ver Tetro. Es difícil sentirse satisfecho con esta película de Coppola, uno de los cineastas vivos realmente interesantes y grandes. La película resulta decepcionante, sabiendo que es de Coppola, aunque seguramente pudiera considerarse prometedora si el director fuese un desconocido. Se dice que es una cinta más personal que comercial y habría que preguntarse si tiene sentido esa diferencia. Si la obra de arte no es una forma de comunicarse, ¿entonces qué es? Si el cine ha llegado a ser lo que es (aunque ahora escasee) gracias, entre otros, a tipos como Coppola, cabe poner en duda que personas de su talento se puedan permitir el lujo de hacer cosas meramente personales. Lo que se espera de ellos es que sus trabajos sean extraordinarios, de calidad. Se dirá que el factor industrial del cine puede impedir que muchos nos digan lo que querrían decir y de la manera que querrían hacerlo. Vale, pero eso no es disculpa en el caso de Coppola que se puede permitir el lujo de gastarse el dinero, según él mismo dice es rico gracias al vino, y hacer algo personal, pero con la calidad de sus mejores productos de factoría. No es el caso. Tetro interesa, pero decepciona. Junto a detalles de indiscutible calidad, hay fallos evidentes, excesos absurdos, propios de un principiante con pretensiones, y un dramatismo más fingido que convincente y doloroso. Coppola no ha podido esta vez ni con el barroquismo ni con el melodrama, de manera que en lugar de ironía y sublimidad se siente un cierto fastidio. Tal vez Coppola se haya equivocado con los actores y se haya dejado llevar por los excesos, sobre todo con Vincent Gallo, Klaus Maria Brandauer y Carmen Maura. Maribel Verdú es, seguramente, lo mejor de la película, por más que su personaje sea un tanto inverosímil. Es una pena que Coppola no hay brillado más alto. Lo peor es la sospecha de que se haya acabado.