La mula

Precedida de una fama conflictiva y como película «anónima» ha llegado La mula a nuestros cines. La he visto y la recomiendo, me parece una película optimista y muy política, permite ver que la vida de la gente no puede ser enteramente secuestrada ni por una guerra, menos por una crisis por dura que sea. No se si la película puede considerarse  española, al estar hecha, en buena medida, por un buen director inglés, pero no lo parece, salvo que la calidad de la copia se tome como índice. Los protagonistas si lo son, la historia también, y lo dicho, la recomiendo muy de veras. 

Lo del cine

Lo peor de las galas Goya no es que se metan con el Gobierno, sino que se meten siempre con el mismo Gobierno, y solo con él. No soy sospechoso, creo, de blandura con este Gobierno ni con ninguno, pero me parece que la hipocresía es un vicio, no una virtud, y que en el cine abunda en exceso, como esa seguridad que tienen en que los demás tengamos que darles trabajo, en fin llamativo, como si fueran funcionarios de plaza fija, sin oposición ni mérito alguno, y sin otra obligación que darse gusto.
Joyn

La chispa de la vida

Fui a ver la película de Alex de la Iglesia por recomendación de dos amigos y con el escepticismo que me es propio en esta clase de cosas. Tal vez por la actitud reservona, la película me ha gustado, me lo ha hecho pasar mal, a veces he reído y, desde luego, mueve a pensar, mucho más de lo que se nos suele ofrecer en las pantallas españolas. Además nadie sale ni en pelotas ni cagando, lo que es una auténtica novedad, a mi modesto entender. 
No es que sea perfecta, pero Alex de la Iglesia, que desde luego conoce el paño, ha moderado razonablemente su tendencia al circo, y ha contado una historia original, actual, contenida e interesante. Hay algunos excesos, desde luego, porque, por poner un ejemplo, es evidente que nuestros alcaldes no son lo mejor del país, pero, en general, tampoco son tan gilipollas como el de la película: también en la caricatura hay que ser modosos, pero predominan los aciertos y, lo que no deja de ser casi increíble, una mezcla grata de buenos sentimientos y valores muy recomendables.

Una SOPA indigesta

Capitán Trueno

Uno de los que anda siempre hablando en nombre del cine ha dicho que la película sobre el Capitán trueno seguramente sería un pestiño. O este buen señor no ve las películas que se producen en España, tampoco las que muestran su experta mano,  o no tiene ni idea de lo que significa pestiño, aunque también pueden suceder ambas cosas a la vez. La película es un intento inteligente y razonablemente bien hecho de hacer cine que pueda interesar al público, cosa imperdonable para muchos de los listos que pueblan ese universo subvencionado y supuestamente exquisito. Me parece imperdonable que alguien que se supone deba intentar que el cine español mejore diga una cosa tan tonta y pretenciosa. 
Competencia Androide

El verdugo

Ayer noche vi la película de Berlanga en Telemadrid, en el programa de Garci. Los expertos del programa la anunciaron como una de las mejores películas de la historia, pero me parece que exageraban. También se habló de ella como un alegato contra la pena de muerte, lo que tampoco me parece exacto. Lo que más me interesó de la película fue su fecha de rodaje, 1963, un año del que conservo recuerdos perfectamente nítidos. Traté de reconocer los paisajes madrileños, pero fue en vano.
La película tiene algunos momentos brillantes y es una mezcla entre el humor negro y el costumbrismo típico del cine de los sesenta; me parece que lo que muestra es un momento de crisis en el que los modos de vida de la vieja España del franquismo empezaron a ser arrollados por esa mezcla de turismo y desarrollismo que definió las dos últimas décadas del régimen, el cambio económico impulsado por los tecnócratas que comenzó con el plan de estabilización de 1957 y que hizo, en buena medida malgré lui, posible la democracia en su final de ciclo.
Desde el punto de vista del cine, la película está lastrada por Domingo Manfredi que no da el tipo, a mi parecer, en ningún momento, y se sostiene razonablemente por el buen hacer de muchos secundarios que alcanzaron luego mayor fama, además de por el magnífico trabajo de José Isbert y Emma Penella. Una buena película, pero sin exagerar. Creo que Berlanga ha hecho cosas mejores y, sin duda, más divertidas,

Lope en el cine

Lamento sinceramente no poder hacer un gran elogio de una iniciativa ambiciosa de nuestro cine, de una película que mejora la nota media de nuestras producciones y que pretende ser un ejemplo moderno y atractivo de cine histórico. Sin embargo, lo mejor de Lope, la película de Andrucha Waddington está, sin duda, en los versos del poeta; no están mal un par de escenas con cierta gracia, tres a los sumo, dentro de un guión previsible y poco trabajado. Lo peor la ambientación, el paisaje y el paisanaje. Yo estoy harto de que los especialistas de nuestra industria, por llamarles algo, confundan el aire de gran producción, si es que eso es lo que pretenden, con muchedumbres de andrajosos que abarrotan las escenas, y no dejan ver ni los decorados ni las plazas; es irritante que piensen que todos los españoles del siglo XVII eran sucios y desharrapados, o que crean que cualquier estancia habría de estar repleta de los objetos más incomprensibles y feos, al parecer porque, a su juicio histórico, no existían entonces ni la escoba ni las mudas.

Entre Madrid y Lisboa hay, ahora mismo, parajes de gran belleza, de enorme verdor que, seguramente, fueran todavía más lujuriosos en época del Rey Felipe. Para ilustrar las andanzas y los viajes del joven Lope, a los expertos de la película no se les ha ocurrido otra cosa que enseñarnos parajes polvorientos y pedregales inhóspitos, como si estuviésemos viendo un espagueti western. Se ve que nuestros artistas e intelectuales del cine son gente culta y avisada, muy al tanto de que todo el pasado de este país ha sido un desastre miserable.

La película tiene algunos otros defectos, pero se deja ver y creo que gustará a parte del gran público, aunque haya que lamentar que no se usara algo más de imaginación y de cuidado para hacer un producto que estuviere a la altura del poeta. Claro que, si se comparase con otras joyas españolas del género, por ejemplo con la malhadada Sangre de mayo de Garci, podría merecer grandes elogios. Tiene tan buenas intenciones que incluso llega a salir un sacerdote que no sodomiza a nadie, lo que, visto lo visto, supone una agradable contención del sectarismo habitual. Lo dicho, lo mejor los versos de Lope: aunque para gozarlos no sea necesario ir al cine, se dejan ver y oír, y se agradecen.

Tetro

La oferta de buen cine es realmente escasa y había que ver Tetro. Es difícil sentirse satisfecho con esta película de Coppola, uno de los cineastas vivos realmente interesantes y grandes. La película resulta decepcionante, sabiendo que es de Coppola, aunque seguramente pudiera considerarse prometedora si el director fuese un desconocido. Se dice que es una cinta más personal que comercial y habría que preguntarse si tiene sentido esa diferencia. Si la obra de arte no es una forma de comunicarse, ¿entonces qué es? Si el cine ha llegado a ser lo que es (aunque ahora escasee) gracias, entre otros, a tipos como Coppola, cabe poner en duda que personas de su talento se puedan permitir el lujo de hacer cosas meramente personales. Lo que se espera de ellos es que sus trabajos sean extraordinarios, de calidad. Se dirá que el factor industrial del cine puede impedir que muchos nos digan lo que querrían decir y de la manera que querrían hacerlo. Vale, pero eso no es disculpa en el caso de Coppola que se puede permitir el lujo de gastarse el dinero, según él mismo dice es rico gracias al vino, y hacer algo personal, pero con la calidad de sus mejores productos de factoría. No es el caso. Tetro interesa, pero decepciona. Junto a detalles de indiscutible calidad, hay fallos evidentes, excesos absurdos, propios de un principiante con pretensiones, y un dramatismo más fingido que convincente y doloroso. Coppola no ha podido esta vez ni con el barroquismo ni con el melodrama, de manera que en lugar de ironía y sublimidad se siente un cierto fastidio. Tal vez Coppola se haya equivocado con los actores y se haya dejado llevar por los excesos, sobre todo con Vincent Gallo, Klaus Maria Brandauer y Carmen Maura. Maribel Verdú es, seguramente, lo mejor de la película, por más que su personaje sea un tanto inverosímil. Es una pena que Coppola no hay brillado más alto. Lo peor es la sospecha de que se haya acabado.

Madrid, de cine

Es poco frecuente ver ciudades españolas como escenario en tramas del cine internacional. Barcelona y Madrid apenas se han asomado a la pantalla, sin comparación con Londres, París o Roma y, no digamos, con las grandes ciudades americanas. Barcelona, que, en general, es más conocida y mencionada que Madrid, ha tenido, últimamente, la suerte de Woody Allen, aunque Allen esté ahora en su ocaso.
Por eso me ha sorprendido la aparición de Madrid en buena parte de la trama de
La lista, una película algo menos que buena y escasamente recomendable, pero rodada con calidad y montada comercialmente sobre el star system, lo que siempre supone una cierta garantía de difusión.
Madrid aparece como escenario bancario, seguramente como muestra del prestigio y la notoriedad de la banca española. Lo notable es que las apariciones de la ciudad son de excelente calidad, porque la película está muy bien rodada y porque los planos que se ofrecen al espectador, la Gran Vía, Cibeles, el Retiro, la plaza Mayor, el Madrid de los Austrias, funcionan muy bien bajo el lujoso cielo matritense, y prestan a la imagen una coloración sentimental muy atractiva que hace perfectamente creíble una peripecia algo desquiciada. Los taxis están limpios, no se ven atascos, los paseantes, más morenos que en la realidad, parecen contentos de vivir.
España no ocupa un lugar central en la imagen actual del mundo y sus ciudades no se han adscrito de manera sólida a ninguna de las categorías predominantes en la cinematografía: no son ni capitales financieras, ni lugares románticos ni espacios exóticos. Por lo demás, el cine español, frecuentemente centrado en escenas intimistas, tampoco ha hecho gran cosa por resaltar sus atractivos visuales. Hará falta, pues, una política más intensa de nuestras ciudades para convertirlas en teatro de tramas que interesen al mundo entero, ya que suponen un impulso importante al turismo. No tengo duda de que los espectadores de
La lista que no conozcan Madrid, tendrán más ganas que antes de darse un garbeo por nuestras calles.