Una de las cosas que muestra, sin que apenas pueda dudarse, el carácter de una sociedad, el auténtico valor de sus gentes, es la gran atención que dedican a los temas realmente importantes. A veces se critica a los españoles por la enorme atención que prestan a temas frívolos como los de la telebasura, pero creo que se trata de una apreciación injusta. Ha bastado que un político de provincias haya puesto en cuestión con sus palabras uno de los grandes valores de nuestra civilización para que el país entero haya entrado en un estado de casi efervescencia. Ha sido glorioso comprobar cómo de atentos están los españoles a los temas esenciales, a las grandes cuestiones de nuestra época, y siendo ello así, no es de extrañar cómo nos van las cosas. ¡Hispania fecunda, luz de Trento, martillo de herejes!
Categoría: mentalidad inquisitorial
El cinturón de Rajoy y otras prohibiciones
Es posible que haya ciertas magnitudes de la condición humana que sean invariantes y que, pese a los afeites de los distintos y supuestos progresos, se asomen una y otra vez a la mirada del perplejo. Me refiero a cosas tales como la tontería, la intolerancia, la vanidad o la superstición.
Nuestro pasado histórico, aunque no solo él, no lo olvidemos, no escasea en prohibiciones, intolerancias y otros afanes de control. Lo que me produce asombro es la facilidad con la que vuelven a aplicarse a otras cosas los vigores inquisitoriales de antaño. Casi la misma pasión y entusiasmo con la que se perseguía a los judaizantes en los siglos XVI y XVII se emplea ahora para poner a caldo a una gran variedad de sujetos pretendidamente antisociales, a los gordos, a los fumadores, a los moteros y conductores veloces… A mí me parece mal que se hagan leyes contra esas cosas, pero lo que me alarma no es que haya leyes, sino que surjan por todas partes guardianes de la nueva fe dispuestos a denunciar al que se propase incumpliendo alguno de los sagrados mandatos de la tribu. La foto en portada de Rajoy sin el cinturón de seguridad abrochado pertenece a ese género de denuncia de judaizantes, de mentalidad inquisitorial. ¿A quién le importa de verdad si alguien se pone o no el cinturón, más allá de la multa que pueda caerle y el riesgo que pueda correr? Se ve que hay quienes no pueden vivir sin señalar con el dedo a los malos. Es asombroso lo intolerantes que podemos volver a ser con las nuevas tablas de la ley que dictan lo que está bien visto, lo permitido y lo insufrible.
Hemos pasado en apenas cincuenta años del rosario en familia del padre Peyton, con el paseo de la Castellana de bote en bote, a batir, o eso se dice, records cada año en la marcha de los gays. Cada cual valorará a su modo la calidad del cambio, pero me parece que deberíamos preocuparnos de que, aunque sea por una vez, dejemos de correr por delante o por detrás de los frailes, para ir a nuestro paso, con calma, y con indulgencia frente a los defectos, las pasiones y las manías de los demás. Y que denuncie la policía, que para eso le pagan.