Napoleón decía que las batallas las ganaban siempre los soldados cansados; no es mucho decir, sobre todo porque resulta inverosímil que las batallas las ganen los soldados que no se hayan esforzado. Viene esto a cuento del estado de ánimo que se adivina en muchos de los dirigentes del PP, sometidos durante los últimos meses a un intenso fuego, del que han salido, y se adivina que seguirán saliendo, con bastante buen píe. El cansancio no debería verse como un motivo para la dejadez, sino como una condición necesaria de la victoria. A poco que reflexionen, verán que parte de los sufrimientos de los últimos meses se habrán debido a un exceso de laxitud de conciencia en lo que se refiere a las menudencias, olvidando que sus adversarios tienen siempre a punto las correspondientes lentes de aumento. Laxitud, bisoñez y algo de cobardía, han sido las causas de los errores cometidos, pero la batalla ya está vencida, y solo resta aprender. Seguramente habrá muchos que piensen que, sin esas menudencias, la política no merece la pena y no estaría mal irles enseñando, sin pausa alguna, el camino del abandono para que puedan retornar a sus rutilantes vidas privadas.
Magullados por algunos disparos muy mal intencionados, pero menores y chapuceramente dirigidos (recuerden la cacería y a sus protagonistas), las huestes del PP está en perfectas condiciones para iniciar su singladura definitiva camino de la mayoría política.
El PSOE, por su parte, va a lamentar haberse empeñado en una batalla de desgaste para obtener unos objetivos tan notoriamente escasos. Es asombrosa la absoluta carencia de autocrítica con la que se despachan, y lo poco que calculan las derivadas de sus acciones; tal vez su error haya consistido en sobrestimar su capacidad de dictar sentencia a partir de los titulares de lo que en otro momento pudo considerarse prensa de prestigio.
Sea como sea, a partir de septiembre, la política tendrá que tener otro argumento, porque esta cacería contra el PP ha terminado en desbandada. El Gobierno pudiera intentar seguir con el maquillaje estadístico, y con esos juegos de palabras que tanto entusiasman a su parroquia, pero, desgraciadamente, las malas noticias económicas españolas se van a intensificar de manera casi insoportable. Será pues Rajoy quien haya de esforzarse para que la política gire en torno a sus propuestas y, presumiblemente, para encontrar una fórmula parlamentaria que nos pueda liberar del largo resto de legislatura: todo lo que haga en ese sentido, especialmente si consigue el objetivo de apartar a Zapatero de la presidencia, será muy de agradecer, no solo por los españoles de ahora sino por los del futuro, puesto que podríamos disponer de un ejemplo notorio del carácter parlamentario de la monarquía española.
[Publicado en Gaceta de los negocios]