Furusato


Leo con frecuencia en El Imparcial las columnas de Hidehito Higashitani, un japonés catedrático de filología al que conocí en Madrid hace muchísimos años y con el que aprendí a admirar a los japoneses. Nunca olvidaré que, en cierta ocasión, y al observar que Hide se callaba cuando se le interrumpía, costumbre que haría prácticamente imposible la típica conversación española, alguien le dijo que no había que ser tan orgulloso, que lo lógico era seguir hablando sin hacerse el ofendido. Hidehito respondió, con la lengua del Quijote que era la que por entonces conocía mejor, que él entendía que si alguien le interrumpía era porque tenía algo más importante que decir que lo que él estaba diciendo, y que lo lógico era callarse, por respeto: gente rara estos japoneses.
Gracias a él me entero de que Plácido Domingo es uno de los artistas que ha ido a cantar a Tokio, saltándose esa estúpida barrera de miedo por lo nuclear, y dando muestras de cariño y solidaridad hacia una gente tan admirable que conoce, mejor que nadie, por cierto, los riesgos y males de esa energía cuando se desata.
La intervención de Domingo cuyo youtube les ofrezco, comienza con unas emotivas palabras de afecto: es una de las pocas cosas claras y universales que justifican la existencia de la fama, la capacidad de manifestar un afecto que otros no podemos hacer patente con tanta claridad. Mi admiración por la cultura japonesa es creciente gracias a lo que voy pudiendo conocer de su cine, de su tecnología, de su poesía, de su tradición, de su sentido del honor, de su disciplina, de su exquisita educación, tan distante y certera. Son admirables, y, aunque no sirve de mucho, me uno desde aquí al cariñoso homenaje de Plácido Domingo.