El arte de razonar o las patadas a la lógica


Me parece que Descartes repite a Montaigne cuando dice aquello de que la inteligencia es el patrimonio mejor distribuido por Dios, ya que todo el mundo cree poseer la  mejor parte. Esto explica en buena medida la tendencia que tenemos a no dejarnos convencer por razones ajenas, las que otros nos muestran u ofrecen, pero hay una causa, me parece, de mayor peso, especialmente entre nosotros, a saber la distinción entre lo propio y lo ajeno que se traduciría en una máxima moral casi suicida pero que goza de enorme aprecio popular: prefiero mi interés y mi creencia, aunque pueda consistir en un error de bulto, en un disparate, a cualquier verdad ajena, a cualquier juicio que no sea el mío. Se trata, en suma, de la subordinación de la lógica al interés.
Siempre me ha llamado la atención las distorsiones que esa deformación acaba causando en las inteligencias comunes; tal vez el mejor ejemplo sean las discusiones acerca del fútbol en las que la mayor parte de la gente entra con la premisa mayor de que es verdad lo que favorece a mi equipo, y falso lo que le perjudica, planteamiento que, entre otras cosas, impide el placer del deleite con el fútbol ajeno y el gustazo, aún mayor, de no estar sometido a mandatos atávicos.
Nuestra mala educación, me refiero a la educación formal, aunque de los buenos modales también pueda decirse otro tanto, comienza con el estúpido autoritarismo de los profesores que impide radicalmente a los alumnos la libre expresión de sus ideas, que coarta su espontaneidad intelectual e impide la corrección lógica, y amable, de sus posibles errores. Esta tendencia al solipsismo lógico, que ya traemos de la escuela, se ve enormemente acentuada con la popularización del tipo de debates que constituyen eso que llamamos la televisión basura, allí donde toda inmundicia tiene su asiento, un espacio público en el que la mínima lógica es vilipendiada, y en el que únicamente se impone la fuerza ilógica del poder. Desgraciadamente, me temo que eso es lo que más gusta a muchos españoles, a quienes se identifican con enorme facilidad, Dios sabrá por qué, con los intereses de quienes más profunda y despiadadamente les sojuzgan.