Categoría: autoritarismo
El arte de razonar o las patadas a la lógica
Un hombre que se lleva los millones
Gramática y política
Una buena muestra de nuestra tradición autoritaria, de que los trabucaires del XIX se han convertido en la policía del pensamiento de nuestra época, es el hecho, realmente inaudito, de que a los que mandan les haya dado por emprenderla con la gramática, eso sí, sin entender ninguna de sus razones. Como consideran que los españoles somos como un hato de ganado, creen que nos pueden dar cuatro órdenes y nos ponemos en fila, aunque lo sorprendente es que el sistema funciona, no con todos, pero sí con muchos.
Un buen amigo, Andrés de la Poza, me manda un texto en el que se ponen al descubierto algunas de las memeces de la neo-lengua de las Pajines. Lo transcribo sin más, pues creo que es lo que desearía la, para mí, desconocida autora, una profesora de música en un instituto público.
CONTRA LA TONTUNA LINGÜÍSTICA, UN POCO DE GRAMÁTICA BIEN EXPLICADA
Yo no soy víctima de la LOGSE. Tengo 48 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política. En párvulos (así se llamaba entonces lo que hoy es «educación infantil», mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: la A de «araña», la E de «elefante», la I de «iglesia» la O de «ojo» y la U de «uña». Luego, cuando eras un poco más mayor, llegaba «El Parvulito», un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el Parvulito, no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.
En EGB estudiábamos Lengua Española, Matemáticas (las llamábamos «tracas» o «matracas») Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Plástica (dibujo y trabajos manuales), Religión y Educación Física. En 8º de EGB, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de «b en vez de v» o cinco faltas de acentos, te suspendían.
En BUP, aunque yo era de Ciencias, estudié Historia de España (en 1º), Latín y Literatura (en 2º) y Filosofía (en 3º y en COU). Todavía me acuerdo de las declinaciones (la 1ª.: rosa, rosa, rosa, rosae, rosae, rosa en el singular; -ae, -ae, -as, -arum, -is, -is, en el plural; la segunda;-us, -e, -um, -i, -o, -o, en el singular; -i, -i -os, -orum, -is, -is, en el plural; no sigo que os aburro), de los verbos (poto, potas, potare, potabi, potatum, el verbo beber), de algunas traducciones («lupus et agni in fluvi ripa aqua potaban; superior erat lupus longeque agni»: el lobo y elcordero bebían agua en el río; el lobo estaba arriba, lejos del cordero; «mihi amiticia cum domino erat»: yo era amigo del señor).
Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las «Coplas a la Muerte de su Padre» de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda… pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura. Aprendí que se dice «Presidente» y no Presidenta, aunque sea una mujer la que desempeñe el cargo.
Y… vamos con la Gramática. En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es «atacante»; el de salir es «saliente»; el de cantar es «cantante» y el de existir, «existente». ¿Cuál es el del verbo ser? Es «el ente», que significa «el que tiene entidad», en definitiva «el que es». Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación «-nte». Así, al que preside, se le llama «presidente» y nunca «presidenta», independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción. De manera análoga, se dice «capilla ardiente», no «ardienta»; se dice «estudiante», no «estudianta»; se dice «independiente» y no «independienta»; «paciente», no “pacienta»; «dirigente», no dirigenta»; «residente», o «residenta”.
Y ahora, la pregunta del millón: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son «periodistos»), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).
No me gustan las cadenas de correos electrónicos (suelo eliminarlas) pero, por una vez, os propongo que paséis el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no «ignorantas semovientas», aunque ocupen carteras ministeriales).
Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el violinisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!
La limpieza de sangre
Así se denominaba en la España de inicios de la modernidad al supuesto honor de no tener antecedentes familiares de otras religiones, de no guardar parentesco ni con judío ni con musulmán. Esa clase de honores ya no se llevan entre nosotros, o no se llevan tanto, pero no podemos decir que se haya abandonado la costumbre de disputar por la pureza. Ahora los blasones son de otro tipo, pero sigue vigente el procedimiento declamativo, y el juicio de honor, en lugar de debatir tranquilamente las cuestiones. Muchos españoles se cuidan de que nadie ose poner en duda ni sus convicciones, ni sus lealtades, y exhiben con orgullo el cerrilismo de no entrar siquiera a examinarlas. Se tratan como si fueran cosa de honor, eso en lo que, al parecer, nadie nos gana.
Aquí hay una permanente carrera por bien quién es más ecologista, más antinuclear, o más nacionalista, y en todos los casos se pierde la estupenda oportunidad de poner en duda los prejuicios, las creencias que, a nuestro parecer, nos hacen ser lo que somos. En consecuencia, son infinitos los que actúan como si una convicción cualquiera fuese el argumento máximo. Es la herencia indeseada de la supuesta supremacía moral de la izquierda, que se sirve, lo que es paradójico solo en apariencia, con los modos autoritarios de la derecha de siempre, con desprecio al discrepante, y con la amenaza de Inquisición y del tormento. Debatir es cosa de cobardes, de traidores, de indignos. Dudar es una vileza.
Así se entiende, por ejemplo, que la señora Cospedal haya entrado en trance al saber que un alcalde de su partido ha cometido la felonía de ser consentir que su municipio sirva de sede a un cementerio nuclear. Cospedal debió de pensar que a ella a antinuclear no le gana nadie, faltaría más, y arremetió contra el hereje con las mismas armas de cualquier inquisidor, con la fe ciega de quien sirve a ideales inmarcesibles, a principios que solo un infame desalmado puede poner en duda. Por si nos faltaba poco, ahora tenemos también una derecha antinuclear que, para no perder la costumbre, en lugar de analizar, lanza anatemas.
Una democracia por hacer
Javier Marías escribió que España es un país monoteísta. Suscribiría el diagnóstico, aunque habría que hablar, más bien, de maniqueísmo, de entrega al Uno y al Otro, sin la menor heterodoxia. De esa falta de herejes se quejaba Unamuno, y en ella se funda ese conformismo, nada quijotesco, que nos caracteriza, por encima de la passion for life que proclaman los carteles turísticos.
El caso es que deberíamos de caer en la cuenta de que la democracia se ha desarrollado entre nosotros con un mínimo de debate, con auténticas carencias de participación, como una simple fachada, valiosa, sin duda, pero insuficiente. Me parece que eso es especialmente evidente si se mira de cerca la forma en que los españoles nos relacionamos con el poder. De Pío Cabanillas se cuenta una anécdota que me parece sirve para ilustrar el caso: alguien le hizo notar que el joven Aznar se parecía cada vez más a Fraga y le contestó, «a Fraga no, se parece directamente a Franco». El problema sería relativamente menor si solo Aznar se hubiese parecido a Franco, pero la verdad es que el general gallego hizo auténtica escuela por doquier. No solo se parecen a Franco los líderes de la derecha, sino los líderes de la izquierda, los directores de El País, los catedráticos, los líderes sindicales, los periodistas, los conductores de Metro, por no decir nada de los presidentes de Banco. Los españoles tendemos a creer que la única forma de mandar es que todo el mundo calle en torno a nosotros. No tenemos una tradición democrática y liberal, sino una educación autoritaria que, además, no se inició con el franquismo sino que viene muy de atrás. Se suponía que la democracia iba a acabar con eso, pero todavía no ha sido el caso.
Las consecuencias del autoritarismo son muy pesadas, y tienen una tendencia a permanecer y multiplicarse. El debate auténtico queda proscrito o criminalizado, y lo que se hace a cambio es tener monótonos y repetitivos contrastes de pareceres con escuetas fórmulas en las que no cabe profundizar. Nuestra atmósfera política es extremadamente cansina: se puede leer un periódico de hace seis meses, o seis años, y tomarlo por uno de ayer, sin mayor problema. Y, a cambio de ese quietismo rutinario, una absoluta anomía práctica: en todo lo que a nadie importa, como la educación, movida a tope. Lo único que parece interesarnos son los sucesos, si son con mujeres bellas, como las que le gustan a Berlusconi, mejor.
En una atmósfera así, es casi imposible que aparezca nada realmente nuevo y competitivo porque tendería a ser ahogado desde las dos esquinas del peculiar planeta ibérico con un entusiasmo inquisitorial, aunque ahora se vilipendie a la Inquisición para disimular las nuevas reglas de obligado cumplimiento. La devotio ibérica, que ya llamó la atención a los romanos, sigue muy viva entre nosotros, de manera que la adhesión al líder sustituye cualquier capacidad de análisis de la situación, cualquier patriotismo, el mero buen sentido: una conducta interesada que oculta la cobardía. Esta ausencia de competencia real mata por completo cualquier pluralismo y subvierte la legitimidad. No son los de abajo los que eligen al de arriba, sino el de arriba el que elige a los de abajo. Ya no se trata de ser representativo, sino de ser un hombre-de o una mujer-de, que también las hay.
En esta atmósfera moral, la izquierda se ha transformado en un partido de posibilistas que sigue a ciegas las ocurrencias del líder, aunque muchos sean conscientes de que todo puede acabar en un desastre; ni rastro de esa izquierda liberal que podría haber surgido, si creyésemos en los milagros. Aquí la izquierda pasó, a toda prisa, de ser dogmática y marxista a ser oportunista y disciplinada: ha comprobado la eficacia de la táctica y conoce el desdén de los españoles por las verdades abstractas, sin dueño y sin provecho.
La derecha, bien nutrida de altos funcionarios que aprenden a servir al que manda por encima de cualquier otra moral, ha conseguido, hasta ahora con éxito, reprimir su componente liberal para que triunfe su matriz autoritaria. Para certificar su mal fario, enteramente ajena al debate al que teme más que al demonio, comete además, muy frecuentemente, el error de adoptar las ideas y el lenguaje del enemigo, se ejercita en gestos absurdamente tardo-progres esperando a que la fruta le caiga madura en la boca, por efectos de un turnismo no apoyado en el mérito, sino en el hartazgo.
Lo demás, viene por si solo: subvenciones por doquier para que aprendamos que todo don viene de lo alto, protección al que forma parte del equipo aunque sea un robaperas de primera, y mucho darle leña al mono hasta que se aprenda el catecismo. Lo escribió Galdós al final de sus Episodios: “Un país sin ideales, que no siente el estímulo de las grandes cuestiones tocantes al bienestar y a la gloria de la Nación, es un país muerto. […] Prensa, Gobierno, Partidos, altos y bajos Poderes, todo ello anuncia su irremediable descomposición”: ¿Estamos a tiempo de evitarlo?
[Publicado en El Confidencial]
Realpolitik y el caos de las golondrinas
Este post comenzó como un comentario a Los peligros de la Wikipedia un texto de Vicente Luis Mora, pero me fue creciendo y he pensado que daba para una nueva entrada. Me parece que el ejemplo que aduce Vicente es muy divertido y, digamos, bastante hispánico. Sin embargo, una golondrina no hace verano (y discutir cuál es el número de golondrinas necesario para cambiar de estación es cosa prudencial, siempre bajo la amenaza del sorites o paradoja del montón), lo que me lleva a seguir creyendo, de momento, en la ejemplaridad de la Wikipedia y en que hay muchísimas formas de uso razonable de ella, aunque sea muy obvio que tiene sus riesgos. Yo la uso casi exclusivamente para dudas en las que creo que voy a tener un cierto grado de olfato para reconocer lo que es correcto, pero no descarto que me juegue cualquier mala pasada.
De cualquier manera, me parece que tras esta clase de discusiones se oculta, de alguna forma, un prejuicio autoritario, la presunción de que, en el fondo, solo unos pocos pueden garantizar el bienestar de muchos frente a, diríamos, los desórdenes del mercado. En el caso de las cuestiones relacionadas con el conocimiento, es obvio que los necios son mayoría respecto de los sabios y que una democracia no bien calibrada puede tener efectos deletéreos. Esto no autoriza, sin embargo, a legitimar sin excusas un régimen papal de autoridad, algo que es desgraciadamente más común de lo deseable, como lo muestra, por ejemplo, la tendencia conservadora de muchas de las cúpulas de los distintos sectores del saber, o de diferentes empresas intelectuales, con poderes que casi siempre son bien visibles y efectivos, y que resultan o pueden resultar castrantes y, a veces, también deshonestos y falsarios.
Cuando se sale uno de los ámbitos en los que un cierto proceder aristocrático es comprensible, las cosas son mucho menos claras todavía, es decir, el grado de tolerancia hacia los desórdenes de la democracia debería ser aún más relevante. La cuestión decisiva creo que debería plantearse del siguiente modo, a saber, si el desarrollo de los sistemas espontáneos, aunque sometidos a un cierto número de reglas formales y morales (como ocurre con la Wikipedia) no siempre es peor que la planificación dirigida por sabios, por decirlo suavemente. Me parece que Wikipedia es un caso relevante para dar una respuesta positiva a esa pregunta general, lo que no impide que crea que se puede mejorar la eficiencia de esa clase de sistemas añadiéndoles más fuentes de información, más procesos de cálculo para toma de decisiones, etc. pero sin sustituirlos nunca con una toma de decisiones centralizada a cargo de los super expertos de turno.
Además, creo, por supuesto, en la buena fe de la mayoría y en que, como decía Thomas Gold, la ciencia no sería tan divertida si no fuesen posibles los errores. Por cierto, alguien que sepa del asunto debería corregir cuanto antes las morcillas que se han incluido en la versión española, pero también en la inglesa, sobre la pobre realpolitik.
[publicado en otro blog]