Ante las urnas

Tras una buena serie de afirmaciones contrarias finalmente desmentidas, tal y como es norma del personaje, Zapatero ha convocado las elecciones generales para finales de noviembre. No son fáciles de entender ni la fecha escogida, ni el largo período de campaña, apenas aliviada por los calores, que nos espera. Algunos, bien informados para nuestra desgracia, sugieren que en agosto podrían crujir más de la cuenta las cuadernas económicas, pero seguramente no faltará quien impute el posible desastre a la inminencia de la llegada de Rajoy a la Moncloa, pues ya se sabe que siempre hay gente dispuesta a todo.
El legado que deja Zapatero es realmente espantoso. Ya se puede preparar el próximo Gobierno porque le va a costar mucho doblar el Cabo de la Buena Esperanza, con la mar muy bravía, y sin que se adivine ninguna calma inmediata.
Mi impresión es que, aunque parta de favorito en las encuestas y en los deseos de muchos, el papel que ha de jugar Rajoy en estos meses va a ser singularmente difícil. Su primera aparición tras la noticia de la convocatoria tuvo altura y serenidad, pero cometió el error, a mi gusto, de prometer algo que difícilmente vaya a poder mantener, de ponerse la venda antes de la herida. Se trata de un error muy común en la derecha que da, sin mayores precauciones, por buenos los pronósticos que le proporciona la izquierda. La teoría de la izquierda dice lo siguiente: Zapatero ha perecido porque, valiente y gallardo, se negó a hacer recortes sociales, y cuando tuvo que hacerlos, perdió definitivamente su prestigio político, se condenó a la retirada. En consecuencia, si la derecha, que es perversa, hiciere lo que ha debido hacer, inexcusablemente y por patriotismo, la izquierda, su hegemonía se acabaría en horas veinticuatro. Así pues, respondiendo a esa curiosa teoría, el señor Rajoy se ha apresurado a decir que él no hará recortes sociales.
La verdad, sin embargo, es que los recortes sociales los ha hecho Zapatero a lo largo de seis largos años de política económica irresponsable que nos ha llevado casi hasta los cinco millones de parados, y que ha hecho, por ejemplo, que para pagar los intereses de la deuda en el año 2011 sea preciso destinar más del 75% de los ingresos por el IRPF.
Rajoy tendrá que decirle a los españoles la verdad en unas circunstancias difíciles, dramáticas, pero me parece que sería un error pensar que quienes le pueden votar vayan a asustarse por lo que se les diga: el verdadero susto lo llevan en el cuerpo cuando ven lo que les pasa, y cuanto ocurre a su alrededor, y su miedo mayor es a que alguien les siga engatusando mientras les conduce al abismo.
Rajoy tiene que empezar a hablar a los españoles de tú a tú, descubrir que hay gente dispuesta a oírle y deseosa de que tenga éxito. Tiene que encontrar un tono que no es fácil de manejar, pero que no puede ser lisonjero ni halagador, aunque esté inspirado en la esperanza que merece el esfuerzo extraordinario que habremos de hacer. Tiene que mostrar que si los españoles llegamos a depositar su confianza en él es porque confiamos en nosotros mismos, sin esperar a que nadie nos resuelva un problema que hay que abordar con más empeño, más sacrificios y más paciencia que nunca.
Rajoy está demasiado acostumbrado a reñir al Gobierno, y a fe que no han faltado motivos para hacerlo, pero ahora tiene que convencer a los españoles de que España tiene solución y que merece la pena pelear por un porvenir brillante y atractivo, pasar por los malos ratos que se hayan de pasar hasta poder asomar la cabeza de nuevo. Como dijo en una memorable ocasión Francisco Umbral, Rajoy tiene que dedicarse a hablar de su libro, de un programa que no podrá reducirse a una serie de recetas temerosas sino que tiene que ser un ambicioso proyecto político de restauración del pacto constitucional, y de reconstrucción de un hogar común casi enteramente destruido por la insensatez, pero que es una condición imprescindible para que podamos tener de nuevo una economía próspera. Este programa ha de tener la suficiente energía como para hacer posible lo necesario, ha de proponer unas políticas muy distintas a las socialistas, a las clásicas y a las de Zapatero, pero sin romper los moldes de un sistema en el que siempre tendrá que haber lugar para la alternancia, para la libertad, de tal modo que aunque el PSOE lo haya hecho tan rematadamente mal en estos años, pueda reinventarse y encontrar de nuevo un espacio necesario, y cómodo, en el marco constitucional.
Se trata, pues, de algo mucho más delicado y sutil que llevar la contraria, de conseguir que los españoles sepan que, por fin, podrán tener un Gobierno que no sienta la necesidad de mentirles porque está cierto de que ellos son los más interesados en tener un buen diagnostico y aplicarse la terapia, aunque sea dolorosa, y que eso se puede hacer sin que se tenga la sensación de que siempre son los más los que pagan los platos rotos por la irresponsabilidad de los menos.


Los ordenadores nos arruinan la memoria, y nosotros sin hacer nada