El disparate de Cascos y el PP

La espantada del antiguo secretario general de AP es un disparate político. Cascos parece haberse vuelto asturianista o, tal vez mejor, haber descubierto, eso sí, un poco tarde, lo que siempre ha sido, una especie de nacionalista, un Fraga asturiano siempre dispuesto a entenderse con quien haga falta, salvo, al parecer, con quienes aspira a representar. La insólita frecuencia con la que asoman en el PP de 2011 personajes de este tipo, fósiles de la vieja AP o posmodernos, tanto da, adictos a Herrero de Miñón o liberales reprimidos ante la expectativa de poder inmediato, es una auténtica desgracia nacional que no cabe atribuir a la mera casualidad. Es posible que Cascos consume su traición a un proyecto que defendió, más o menos bien, bajo la batuta de otro, y es hasta posible que con su esperpento surja ¡y en Asturias, cielo santo! otro partidín regionalista para que su bravo líder pueda acabar trayendo, como su colega cántabro, castañes o manzanines a la Moncloa de Rubalcaba, lo que daría la auténtica medida de su éxito.
El yerro de Cascos es muy personal y nadie le negará el derecho a errar de forma tan pedagógica: completaría así una nómina inmejorable, a la espera de lo que pueda hacer Ruiz Gallardón, de ex secretarios generales de Fraga, con un Verstringe de extrema izquierda y un Cascos nacional-asturianista, sólo cabría decir aquello de que algo tiene el agua cuando la bendicen.
España perdió una oportunidad de entrar definitivamente en una senda virtuosa al perder el PP las elecciones de 2004; pues bien, ahora que estamos ante una ocasión histórica para rectificar esos malos pasos, resulta que el PP no parece capaz de encontrar un discurso auténticamente integrador y nacional, un discurso liberal y maduro, que ahuyente las tentaciones de secesionismo regional que siempre acechan a los más calenturientos de entre los suyos, a esos chicos que han ido aprendiendo a subir por la cucaña y a ver que hay una estación absolutista en el poder regional, algo que se escenificó de manera chapucera en el Congreso de Valencia. Ese es un peligro, pero hay más: no estamos lejos tampoco de que triunfen determinadas actitudes que nos adentren en el peligrosísimo campo del revanchismo, que nos lleven a corregir y aumentar los errores sectarios del PSOE aunque, supuestamente, esta vez en la buena dirección. Este entorno político es lo que hace especialmente extravagante la actitud de Cascos, tan pobremente argumentada, por otra parte.
La responsabilidad de esa clase de errores no es, sin embargo, de la exclusiva responsabilidad de quien los comete, porque hay, también, una responsabilidad por omisión. Quienes enseñan a resignarse con que el PP suba únicamente a base de la caída del PSOE están creando el caldo de cultivo para que los más insipientes, que siempre abundan, traten de llegar a su Eldorado en solitario.
Lo que le falta al PP es un discurso nacional, y hay que subrayar con doble trazo el calificativo del discurso. No es que le sobren otros aspectos del discurso, que tampoco, pero se le echa en falta de manera escandalosa una versión positiva y confiada, promisoria, de un discurso que puedan compartir, porque lo sienten aunque no sepan articularlo con claridad, una buena mayoría de electores de las cuatro esquinas españolas, tal vez especialmente en aquellas regiones mancilladas por un antiespañolismo tan miope como sectario y antiliberal. La gran responsabilidad moral del PP consistiría en dejarse secuestrar por el discurso antinacional, en querer ser como el PSOE, un aparato dispuesto a lo que sea para llegar al poder en donde sea. Esta clase de actitudes, de un paletismo realmente desolador, pueden llegar a ser de un ridículo sonrojante a nada que los acontecimientos internacionales que se ciernen sobre el entorno económico español den un pequeño paso en dirección a la catástrofe, una eventualidad que el PP tiene, por cierto, la obligación de evitar. Pero aunque no se concreten las perspectivas más pesimistas, España se encuentra ante una situación histórica realmente crítica. Rajoy debería preocuparse no solo de ganar las elecciones, cosa que ahora puede parecer engañosamente fácil, sino de poder gobernar, que no es lo mismo, y, sobre todo de poder gobernar bien, que es lo más difícil. Como se avecinan tiempos en los que las condiciones sociales y económicas van a ser muy adversas, el PP necesita no solo una amplia victoria, sino una victoria convincente, y eso es lo que más le urge preparar. El PP no puede hacer como Cascos, creer que va a ganar por ser el que es, porque eso, además de ser falso, sería muy peligroso. El PP necesita una victoria que sea la consecuencia de un amplio convencimiento de la sociedad, y eso no puede hacerse sin programa, si discurso, no se alcanza solamente a base de los errores del adversario. Esa es la exigente tarea que le espera a Rajoy en los próximos meses, y si no la hace bien, la victoria podría convertirse en su peor pesadilla.
[Publicado en El Confidencial]