Internet y la libertad
Telefónica no paga dividendo
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Que conste, para empezar, que pienso de Telefónica lo que Churchill decía de la democracia, que es la peor de las compañías excluidas todas las demás. Ello no le impide, al parecer, sostener unos servicios de atención al cliente absolutamente dignos del más delirante Kafka, es decir, absurdos, inútiles e indignantes. Tal vez se podrían comparar su eficacia con la claridad y seguridad de sus tarifas, pero me temo que ni siquiera en ese caso la comparación sería inapropiada, pues las tarifas podrían considerarse comprensibles y casi trasparentes.
Ahorraré la explicación de lo que me ocurrió ayer tarde, porque fue un martirio (de casi cincuenta minutos), que no creo que pudiese relatarse sin causar daños psicológicos al lector. Resumiré la cosa. Por seis veces seguidas hube de llamar al 1004 y fui derivando a diversos departamentos con la repetida explicación de que serían precisamente ellos los que resolvieran mis cuitas, lo que me dio una inmejorable oportunidad para comprobar lo larga y frondosa que es la organización departamental de la compañía. En las seis ocasiones acabé recibiendo la siguiente explicación, eso sí, con cierta amabilidad: “es que para eso tiene usted que llamar al 1004”, justo lo que estaba haciendo desde el principio. En medio de tanta estulticia organizativa encontré una perla que les transmito bajo palabra de honor, un bucle surrealista en el tránsito automático que seguramente cumplirá la función de desanimar a gente con menos arrestos que un servidor. Lo cuento tal como sucedió: estando, más o menos, en un nivel cuatro de derivación telefónica y tras haber repetido las mismas veces, por tanto, mi hermoso nombre a un operador mucho más capaz de repetir fórmulas que de escuchar o explicar nada, me vi derivado a un operador automático que me dijo que marcase 1 si mi consulta era particular, y 2 si era de empresa. Al hacerlo apareció un segundo sistema que me indicó exactamente lo contrario, a saber que si era particular, marcase el 2, y si fuese una cuita empresarial marcase el 1. ¡Todo un record! Por cierto, cuando, un poco después, me rendí, que fue lo que acabó pasando, me prometieron la pronta llamada de un asesor comercial. No respondo de lo que pueda hacer si me llaman y me dicen que debo hablar con el 1004.
Larra dijo que escribir en España es llorar. Se ve que era un antiguo, como se dice ahora. Lo que de verdad produce llanto en España es averiguar un dato con precisión, especialmente si este dato es necesario y su necesidad es urgente. Aunque se repita que estamos en la sociedad de la información, en España vivimos en una provincia reticente. Simplemente averiguar un teléfono es una tarea de romanos. Preguntando a cualquiera de los numerosos servicios que existen para informar sobre el asunto se puede llegar a las más peregrinas conclusiones. Hay sitios en los que te dicen con total seriedad que no existe el Ministerio de Hacienda o que el teléfono de Televisión española “no me figura”, según expresión hecha de las amables señoritas, o caballeros, que atienden esta clase de servicios. El otro día un número de Telefónica me aseguró con entera seriedad que la Fundación Telefónica no existía. Yo, sobre las cuestiones de existencia he aprendido a ser muy escéptico, de manera que no insistí y me dirigía a la web, a ver qué tal. Nunca debiera haberlo hecho porque esa es una de las web en las que se profesa la curiosa creencia de que facilitar números de teléfono es poco funcional o algo así, de manera que tampoco pude salir del paso. Tuve que recurrir a un procedimiento que bien podría considerarse antecedente remoto de las redes sociales, a saber, ir preguntando a los amigos hasta ver si, por suerte, alguien lo tenía o podía darme alguna pista. Encontré relativamente pronto a una persona que decía saberlo, pero al llamar se me informó de que “este abonado ha cambiado de número”. La noticia me dejó en vilo, pendiente de que el sistema me diera instrucciones para tomar nota del nuevo: así fue, pero, al disponerme a anotar el preciso dato, la voz sintética se vio violentamente interrumpida por lo que parecía ser un corte de línea. Esa mañana tenía otras cosas que hacer y ya casi no me quedaba tiempo: otro día será. Por cierto, ¿lo sabe alguno de ustedes?
[publicado en otro blog]