El asunto que más discuto con mis amigos políticos es el de cuál es el primer problema de la política española. Abundan quienes creen que el Título VIII and so on; yo, por el contrario, sin negar que exista ese específico y nada pequeño problema, afirmo que hay otro más radical y que es, además, la causa de la mayoría de los males que se han derivado del desarrollo del Título VIII, a saber, las deficientes condiciones culturales (lo que se suele llamar cultura política) en que se ha desarrollado la vida democrática española, la conversión de los partidos en meras bandas, con frecuencia mafiosas, apegadas al clientelismo, y causa consentidora, como mínimo, de la corrupción. Cuando se trata de arreglar lo primero sin parar mientes en lo segundo, se incurre casi sin querer en la confusión de centralismo y democracia, cosa innecesaria y que no está claro sea lo más razonable en un país con nuestra geografía y nuestra historia.