El título de la obra de Juan Ruíz de Alarcón, un dramaturgo barroco que antes conocían todos nuestros colegiales, pude servirnos para analizar la conducta del Gobierno ante el prolongado secuestro de dos cooperantes españoles en manos de la rama magrebí de Al Quaeda.
Como es lógico, nuestro primer sentimiento es el de alegría, porque siempre es grata la noticia de que unas vidas cruelmente alteradas puedan volver a la normalidad. Pero, aunque los Gobiernos puedan preferir lo contrario, nuestra misión no se puede reducir al aplauso y a los parabienes, porque, querámoslo o no, en esta clase de sucesos se ponen en juego actuaciones que, aunque se procure que permanezcan ocultas, no pueden ser aprobadas de una manera incondicional. El Gobierno ha hablado de que se ha trabajado duramente, pero eso es solo un eufemismo para ocultar que se ha obrado suciamente, de que con la excusa de la liberación de dos españoles inocentes se ha orillado el ordenamiento jurídico del estado de derecho, y se han pisoteado los más elementales principios éticos y de prudencia. Que tal haya sido la conducta del Gobierno en otros casos no le quita gravedad alguna, como tampoco es disculpa que una parte de la opinión pública aplauda hipócritamente este tipo de éxitos tan equívocos y gravosos. ¿Conoce alguien alguna razón que justifique el pago a Al Quaeda y que no pudiera aplicarse a cualquier otro secuestro, por ejemplo de ETA? ¿Estaríamos dispuestos a pagar a ETA cada vez que iniciase un secuestro como lo ha hecho el Gobierno siempre que ha estado por medio el terrorismo islamista?
Las circunstancias sentimentales del caso pueden hacernos olvidar que lo que el Gobierno español ha hecho es financiar a una organización de secuestradores que seguramente repita la suerte en cuanto se le presente la oportunidad, puesto que han alcanzado sus objetivos propagandísticos y económicos con relativa facilidad; pero, además de pagar al secuestrador, como viene siendo la norma de este Gobierno en los casos de ataques islamistas, puesto que tal se hizo con el Playa de Baquio y en el Alakrana, hemos presionado a Mauritania para que libere a uno de los secuestradores, lo que añade un cinismo notable a una acción tan escandalosamente oportunista. Este Gobierno se deja llevar siempre por el éxito fácil, sin reparar en el precio, es decir, que aplica en estos conflictos la misma moral con la que rige el gasto público, hasta que se le ha tenido que recordar que no se le consentirían más despilfarros. Si, desgraciadamente, se repitiesen los secuestros a españoles, que son más fáciles que los de franceses o americanos por citar casos cercanos, es posible que alguien acabase advirtiendo a nuestro Gobierno que no se le iban a consentir nuevas liberaciones a base de financiar y fortalecer a bandas internacionales de malhechores que no nos amenazan solo a nosotros, aunque pagando con tanta liberalidad seguramente mantengamos la exclusiva en el ramo. No se puede aplaudir esta clase de logros gubernamentales, salvo que sintamos una irrefrenable tendencia al masoquismo.
Por último, es necesario hacer una llamada de atención a la actividad de estas organizaciones que se dedican a hacer el bien en lugares tan exóticos como peligrosos, con la cantidad de menesterosos que uno encuentra sin salir de la provincia. Cabe esperar que atenúen sus afanes viajeros, y que el Gobierno establezca sanciones para quienes no observen unas normas mínimas de prudencia cuyo incumplimiento resulta muy costoso para todos.
[Editorial de La Gaceta 250810]