Los españoles tenemos una fama, seguramente bien merecida, de creatividad, capacidad de respuesta rápida, informalidad, y un largo etcétera de temas similares; naturalmente, como todo en la vida, esa vivacidad tiene sus desventajas: improvisación, tendencia a la rutina, falta de cuidado, exceso de énfasis en lo verbal y lo aparente, etc.
La expresión «y ya, de paso…» refleja bien, me parece esta ambivalencia. Somos muy dados a aprovecharnos de que el Pisuerga pasa por Valladolid para tratar de arreglar cualquier cosa, que, en el fondo, nos parezca que no merece una atención directa. En la política española este vicio ha adquirido falta de naturaleza con lo que se llaman leyes escoba, sobre todo con la ley de presupuestos en la que se acaban colando cosas harto inverosímiles, de paso, para que nadie se entere.
Un poco más de orden y de atención no nos vendría mal en muchas cosas; por ejemplo: nuestras señalizaciones (carreteras, edifricios, calles) están hechas de paso, son caóticas, irregulares, confusas, porque nadie parece haberse tomado la molestia de pensar a fondo el asunto; hay ocasiones en que uno busca desesperadamente una indicación para acabar completamente perdido cuando la encuentra. Es una consecuencia más de nuestro gusto por la chapuza, por lo provisional, de nuestro afán de vaguear y dejarlo todo para mañana.
Los periodistas suelen ser maestros del «y ya, de paso..», un vicio que han contagiado a los políticos, a todos los que hablan de oídas, y somos legión.