Esperanza para un partido a la deriva

La administración de los tiempos es esencial en política, especialmente cuando se sabe a dónde se quiere ir y cuando se tiene voluntad de hacerlo, cuando cada mañana se pone el pie en el camino con voluntad de avanzar. La administración de los tiempos es, por el contrario, una ciencia inútil cuando ni se sabe a dónde habría que ir, ni se conoce el camino, ni se está dispuesto a arrostrar los riesgos de la empresa. El PP, con la actual dirección, se está convirtiendo en un partido a la deriva, en una especie de estafermo que Zapatero y los suyos golpean a placer provocando las risas, cada vez más descaradas, del público.

 

Rajoy ha declarado recientemente que la política del agua del PP es la misma de siempre, lo que es casi lo mismo que decir que no es ninguna. También debe ser la de siempre la relación con UPN, la posición respecto a la ampliación del aborto y, por supuesto, la gran solución que guarda en el baúl de los recuerdos sobre la manera de promover el bienestar económico de los españoles. Con tantas soluciones en la recámara, es normal que el gallego se apreste a endosar las medidas de Zapatero, a reñir a sus diputados díscolos y a madrugar para ir al desfile. Rajoy está sentado a la espera de que pase el cadáver de su enemigo que, mientas tanto, se dedica, un día sí y otro también, a hacer política, algo que Rajoy considera también un poco coñazo aunque a Zapatero parece gustarle.

 

La oposición es un trabajo pesado, exige mucho más convicción, más entusiasmo y más energía que el Gobierno; es, también, un trabajo más solitario y mucho más arriesgado, que no puede ejercerse de una manera funcionarial. En un sistema como el español, el líder de la oposición debe estar siempre pendiente de cómo quebrar el paso de su antagonista, de manera que lo último que puede hacer es convertirse en parte de su séquito, en una especie de gran refrendo de la legitimidad del que manda. ¿Sabe hacer eso Rajoy?

 

Quién sí parece saber lo que tiene que hacer es Zapatero. Ha conseguido convencer a los españoles de que la culpa de sus males la tienen Bush y los liberales, y se atreve a decir que domina la escena internacional con sus ideas.  Pero, en el frente interior, no deja de matar moscas con el rabo. Hace falta ser muy torpe para no ver de qué manera está intentando arrinconar a Esperanza Aguirre para conseguir derrotarla en su terreno y evitar así que se le pueda enfrentar en unas elecciones no muy lejanas. Le retiene trasferencias para crearle problemas y obtiene de sus muchos adláteres las correspondientes críticas inventadas a la sanidad madrileña o a cualquier otro tema que pueda hacerle daño.

 

Los datos de inversión pública del Estado en Madrid son patéticos (las obras de la Nacional II llevan cuatro años paradas en las inmediaciones de Barajas, y las de Sol siguen el ritmo egipcíaco que les impone la siempre eficaz Magdalena) mientras los ágiles periodistas vuelven a contar por enésima vez el plan de cercanías que ZP nos reserva para cuando seamos buenos. Es una política maquiavélica porque, si Esperanza Aguirre protesta, se le imputará  madrileñismo agudo para  acentuar cuanto se pueda su perfil local en perjuicio de su imagen nacional; de esta manera, con Rajoy reducido a dulce comparsa, el astuto leonés se dedica a prepararse un futuro facilito.

 

Esperanza Aguirre puede ser lo que necesita el PP por más que, por sus convicciones, se dedique a prorrogar las oportunidades que Rajoy está malbaratando. La otra alternativa podría ser el astuto alcalde madrileño, pero si el partido tiene algo que decir al respecto, sus oportunidades son muy pequeñas. Otra cosa es que el PP se pliegue a más altos designios, y no sería la primera vez que eso ocurriera en beneficio de los socialistas.

 

La presidenta madrileña tiene casi todo lo que parece faltarle al presidente nacional del PP. En primer lugar, tiene convicciones y sabe pelear por ellas con buenas razones y sin apartar la cara. En segundo lugar, es una política incansable, capaz de sacarle a cada día bastantes más horas de las que el reloj deja al común de los mortales. Incluso sabe inglés, lo que sería toda una novedad en la Moncloa. No lo tiene nada fácil, sin embargo. La dinámica interna del partido trabaja en su contra, porque una extraña propensión al suicidio colectivo suele apoderarse de los dirigentes que no aciertan a hacer sus deberes con un mínimo decoro. Se les podría hablar de patriotismo, pero me temo que eso sonaría a coña a los más cínicos, que suelen ser los más despabilados. El PP ha sido, hasta ahora, un partido hereditario: los que tienen la sartén por el mango van a procurar que el reparto les favorezca, y muchos temen que con Esperanza no tendrían gran cosa que hacer.

 

El PP no debería seguir por más tiempo en manos de quienes confunden la realidad con los éxitos de imagen de la izquierda. El tiempo político vuela y lo menos que podemos pedir los españoles de a pie es que cada cual sepa cumplir con su deber.


(artículo publicado en www.elconfidencial.com)