Siempre he pensado que si resulta difícil entender lo que pasa en el propio país, aventurarse a opinar de lo que ocurre en otro es una temeridad. Pese a ello, la imagen que nos trasmiten los medios de comunicación de lo que ocurre en Atenas no puede verse sin preocupación. Es importante acertar en el diagnóstico de lo que allí está pasando porque puede afectarnos mucho, y no solo por contagio. A mi modo de ver hay que tener en cuenta una cadena de factores bastante compleja. El primero de todos es que la crisis económica está ocultando un fenómeno más de fondo al que no se le ha puesto todavía un nombre preciso; me refiero al hecho de que, por primer vez en la historia, si no me equivoco, los jóvenes de hoy no tienen garantizado de modo general un porvenir no ya superior sino mínimamente equivalente al de sus padres. Esto provoca un fuerte malestar en los jóvenes marginados que no saben bien cómo interpretarlo. El problema es cierto, las causas confusas. Los jóvenes acuden a lo primero que tienen a mano y ahí aparecen los movimientos antiglobalización que repiten el mantra de las maldades del capitalismo. Entonces se empieza a ver con una luz contestataria que los males son muy hondos y la ausencia de programas atractivos y de soluciones inmediatas es un excelente caldo de cultivo para la violencia. Naturalmente, quienes primero la sufren son los gobiernos de derecha. Comenzó a pasar en España con la lucha callejera contra Aznar y contra la guerra, pero el 11 y el 14 M variaron el panorama del que apenas quedan flecos en las luchas anti-Bolonia o en la persecución de algún rector progre por grupos que buscan desenmascarar su hipocresía sesentayochista.
En Grecia hay un gobierno de derecha y ese es un pecado original que, para buena parte de la izquierda, no se cura con el bautismo de las urnas.
La derecha que no sabe criticar adecuadamente el despilfarro, la hipocresía y la ineficacia de la izquierda es culpable por omisión de que esos jóvenes sean incapaces de pensar con claridad sobre lo que les pasa. La derecha que pone sus huevos únicamente en la defensa desorejada de la economía sin pensar más allá de la bolsa está abonando el terreno para que, cuando gane, si es que lo hace, pueda ser deslegitimada desde las barricadas, como, de uno u otro modo, está ocurriendo en Atenas.
La violencia política es un fenómeno incesante y que solo se sofoca con prevención, con ideas capaces de generar ilusión, confianza y progreso. Cuando eso no sucede la ciudad está en riesgo. Nadie puede esperar de la izquierda que se abstenga de recolectar las nueces que caen del árbol que agitan los radicales, porque, sencillamente, no creen haber venido al mundo para ser ecuánimes, sino para mandar en nombre de una metafísica cuya fórmula solo ellos conocen.
[publicado en Gaceta de los negocios]