Los ecos de las alianzas anti Google por su servicio de lectura de libros no cesan. Grandes imperios que se han visto superados por la clarividencia, la rapidez y la simplicidad de Google tratan de ponerle contra las cuerdas, con la ayuda de las legislaciones anti-monopolio. La batalla será presumiblemente larga y, en mi humilde opinión, acabará resolviéndose no por la fuerza de la ley, sino por la de los hechos. Las leyes son también artefactos y pueden quedar obsoletas ante los desarrollos de otra clase de artefactos que hacen que la realidad llegue a ser muy distinta de la que contemplaba la ley. No me parece mal, desde luego, que los jueces se ocupen de evitar los monopolios, un asunto en el que, de todos modos, suelen ser políticamente muy selectivos. Independientemente de lo que resultare de esa batalla y, si miramos a largo plazo, se puede suponer que el panorama se acercará bastante a lo siguiente:
1. Se generalizará el uso de dispositivos electrónicos de lectura, de manera que la edición en papel irá ocupando un espacio cada vez más residual.
2. Los precios de venta al público serán lo suficientemente accesibles como para que carezca de sentido práctico la copia. Nadie, que se sepa, ha fotocopiado nunca un periódico, aunque sí las noticias, ni casi nadie lo ha hecho con las novelas porque su lectura resultaría incomodísima en ese caso. En cualquier caso, la copia será tan irrelevante desde el punto de vista jurídico como ahora lo es el préstamo entre amigos o familiares de un libro impreso. Todas las restricciones de base tecnológica serán completamente inútiles.
3. Las editoriales tendrán un catálogo cada vez más amplio, las ediciones se pondrán casi permanentemente al día y podrán vivir de la venta de unos productos siempre renovados. La forma de descarga será muy variable y la mayoría de los lectores no buscará necesariamente ni la conservación ni la acumulación: no hay que suponer que todo el mundo desee una biblioteca digital propia, una vez que el acceso sea universal y realmente muy barato.
4. Los autores verán que los lectores pueden leer no solo su libro más reciente, sino cualquiera de los que han escrito. Sus derechos se fijarán con los editores por descarga y podrán recuperarse por los autores en períodos más breves que en la actualidad; serán hereditarios durante más tiempo que en la actualidad. Habrá que crear organismos independientes que verifiquen el número de usos y descargas para evitar abusos de los editores.
5.Las ediciones de lo que llamamos clásicos serán casi exclusivamente digitales y su valor mercantil se fijará en función de la calidad y la solvencia del editor.
6. Las bibliotecas digitales no deberían seguir haciendo préstamos gratuitos a cualesquiera usuarios, ni se caracterizarán primariamente por su capacidad de almacenamiento, sino por la riqueza de su catalogación y la buena organización de las referencias a cada una de las obras publicadas en cualquiera de los sectores del saber. Serán, sobre todo, centros de investigación.
El oficio de profeta está lleno de riesgos, pero creo que va habiendo elementos de juicio suficientes para imaginar un futuro que será mejor que el presente, por más que muchos negocios, buenos, malos o regulares, se vayan a ver afectados. Cosas de la vida.
[P [Publicado en adiosgutenberg.com]