De libros y números

Google ha llevado a cabo una de esas acciones imposibles para el universo mundo, y muy difíciles para la propia Google: ha establecido el número de libros distintos, u obras singulares, que existían en un momento determinado. Su cuenta afirma que hay (o había en ese momento del 5 de agosto) un total de 129.864.880 libros distintos. Tengo que reprimirme para no comentar aquello del que vio por primera vez el mar y dijo: “pues no me parece tan grande”. Se trata de una cifra inmensa, que sigue creciendo día adía a buen ritmo, pero no hay que ser muy avisado para suponer que todos esos libros, casi sin excepción, van a estar, más pronto que tarde, en formato digital y a disposición de cualquiera que pueda necesitar o desear consultarlos. En comparación con las posibilidades que se abren ante esta eventualidad, las dificultades, nada pequeñas, que traerá consigo el acceso a esa biblioteca universal, de la que ya hace años que hablamos Karim Gherab Martín y yo, van a ser cosa menor, sin duda.
No hace mucho tampoco que Nicolas Negroponte, un profeta que se ha equivocado lo justo, que ha atinado siempre en los sustancial, estimó que la vida que le queda al libro de papel no pasará de cinco años. Me gustaría que Negroponte no se equivocase, lo digo totalmente en serio, pero temo que está siendo ligeramente optimista, que está subestimando las fuerzas del oscurantismo papelista y literario. De cualquier manera, es cada vez más claro que la lectura digital se irá imponiendo a través de dispositivos cada vez más amigables y eficientes, aunque siempre quedarán los obsesos del papel de los que conozco, y soporto pacientemente, a unos pocos. Como español puedo predecir y predigo que seremos los últimos en hacer cierta la profecía negropontina, cosa de la raza.    

Esto sí que es una noticia

Hoy me he desayunado con una noticia realmente esperadaSegún Amazon.com, las ventas de los libros electrónicos han superado por primera vez las de los de papel. Parece que, además del crecimiento normal cuando las cosas se hacen bien, el crecimiento se ha podido deber a la bajada de precios de su lector Kindle, que ahora vale solo 189 dólares, lo que ha hecho que  en la primera mitad de 2010 se hayan vendido tres veces más Kindle que en la primera mitad de 2009. En el mes de junio Amazon ha vendido 180 libros digitales por cada cien libros impresos en papel, y eso que el precio de los digitales todavía no ha llegado a ser lo barato que podrá ser en el futuro.
Amazon tiene a la venta 630.000 libros digitales de pago y 1,8 millones de títulos gratuitos. Los libros de Amazon pueden leerse, además, en muchos otros dispositivos, además de en el PC con una aplicación que Amazon proporciona de manera gratuita. El futuro, por fin, se acerca. 

Día del libro

Según la tradición, más fuerte en Barcelona que en Madrid, me parece, el 24 de abril es el día del libro. Esto de celebrar “días de” es un recurso que se emplea, sobre todo, para promover causas que, por alguna razón, se supone que debieran suscitar más entusiasmo del que de hecho suscitan. No hay por ejemplo un día del dinero, o del fútbol, me parece que no lo necesitarían. El día del libro, en concreto, es un buen momento para practicar el fariseísmo cultural, que es una de las especialidades de la hipocresía que tiene mejor prensa.  
Ahora se habla mucho de la crisis del libro y de la crisis de la lectura. Hay quienes, opositores a cualquier clase de cambios, ven en la tecnología, y, en especial, en los e-book o libros electrónicos, la causa universal de todos los males, una nueva barbarie. Tienen razón, desde el punto de vista de sus intereses, porque suelen defender un negocio que muy pronto va a desaparecer y que, en cualquier caso, no conocerá ya más días de gloria. Me refiero, como es obvio a la edición en papel, a la mercadotecnia de los best-seller, a la promoción de vistosos objetos con letra gruesa, destinados generalmente a los que apenas leen, si no es a impulsos de la propaganda.
Se equivocan gravemente en sus diagnósticos. El peligro para la lectura no está en la tecnología, sino en la ignorancia, en la mala educación, en el atontamiento general de esos públicos que se sienten obligados a leer libros como si fuesen noticias o signos de  una moda, culta, por supuesto.
La lectura se está convirtiendo en una posibilidad infinita, barata, riquísima, gracias a Internet y a pesar de la imprenta. No hay que tener ningún miedo a que se pierda nada valioso, aunque no creo que se vayan a poder evitar las plagas, suecas o de otro tipo, porque los mercaderes no suelen tener nada de tontos y aprenderán, más pronto que tarde, a conquistar estas nuevas posibilidades, pero cualquiera que quiera aprender y no perderse nada de lo que considere esencial, lo tendrá más fácil que nunca. 

Luchas de titanes

Los ecos de las alianzas anti Google por su servicio de lectura de libros no cesan. Grandes imperios que se han visto superados por la clarividencia, la rapidez y la simplicidad de Google tratan de ponerle contra las cuerdas, con la ayuda de las legislaciones anti-monopolio. La batalla será presumiblemente larga y, en mi humilde opinión, acabará resolviéndose no por la fuerza de la ley, sino por la de los hechos. Las leyes son también artefactos y pueden quedar obsoletas ante los desarrollos de otra clase de artefactos que hacen que la realidad llegue a ser muy distinta de la que contemplaba la ley. No me parece mal, desde luego, que los jueces se ocupen de evitar los monopolios, un asunto en el que, de todos modos, suelen ser políticamente muy selectivos. Independientemente de lo que resultare de esa batalla y, si miramos a largo plazo, se puede suponer que el panorama se acercará bastante a lo siguiente:

1. Se generalizará el uso de dispositivos electrónicos de lectura, de manera que la edición en papel irá ocupando un espacio cada vez más residual.

2. Los precios de venta al público serán lo suficientemente accesibles como para que carezca de sentido práctico la copia. Nadie, que se sepa, ha fotocopiado nunca un periódico, aunque sí las noticias, ni casi nadie lo ha hecho con las novelas porque su lectura resultaría incomodísima en ese caso. En cualquier caso, la copia será tan irrelevante desde el punto de vista jurídico como ahora lo es el préstamo entre amigos o familiares de un libro impreso. Todas las restricciones de base tecnológica serán completamente inútiles.

3. Las editoriales tendrán un catálogo cada vez más amplio, las ediciones se pondrán casi permanentemente al día y podrán vivir de la venta de unos productos siempre renovados. La forma de descarga será muy variable y la mayoría de los lectores no buscará necesariamente ni la conservación ni la acumulación: no hay que suponer que todo el mundo desee una biblioteca digital propia, una vez que el acceso sea universal y realmente muy barato.

4. Los autores verán que los lectores pueden leer no solo su libro más reciente, sino cualquiera de los que han escrito. Sus derechos se fijarán con los editores por descarga y podrán recuperarse por los autores en períodos más breves que en la actualidad; serán hereditarios durante más tiempo que en la actualidad. Habrá que crear organismos independientes que verifiquen el número de usos y descargas para evitar abusos de los editores.

5.Las ediciones de lo que llamamos clásicos serán casi exclusivamente digitales y su valor mercantil se fijará en función de la calidad y la solvencia del editor.

6. Las bibliotecas digitales no deberían seguir haciendo préstamos gratuitos a cualesquiera usuarios, ni se caracterizarán primariamente por su capacidad de almacenamiento, sino por la riqueza de su catalogación y la buena organización de las referencias a cada una de las obras publicadas en cualquiera de los sectores del saber. Serán, sobre todo, centros de investigación.

El oficio de profeta está lleno de riesgos, pero creo que va habiendo elementos de juicio suficientes para imaginar un futuro que será mejor que el presente, por más que muchos negocios, buenos, malos o regulares, se vayan a ver afectados. Cosas de la vida.

[P [Publicado en adiosgutenberg.com]


La idea de Murdock

Desde los mismos orígenes de la era digital se podía ver con cierta claridad que los medios tradicionales de comunicación en papel, aunque no solo ellos, iban a tener problemas de fondo. Ahora, la crisis universal de las empresas de comunicación es un secreto a voces. También se ve con claridad que los restantes canales culturales, en especial la TV y la industria editorial, van a experimentar profundas transformaciones.

Parece comprobado que la financiación a través de la publicidad no obtiene suficiente dinero para sostener los gastos que conlleve el mantenimiento de una redacción capaz de ofrecer un buen producto informativo, un gran periódico on-line. Esto pasa no solo por la crisis de carácter general que estamos padeciendo, sino porque la publicidad encuentra en Internet muchísimos canales alternativos a los de los medios de comunicación y, lógicamente, baja el nivel de inversión en esos medios. También sucede que la economía de las empresas de información on-line se conoce mal, porque la mayoría de estas compañías son empresas tradicionales que mantienen sus negocios en papel, a la vez que pretenden abrirse paso en Internet, y no es nada fácil hacer una contabilidad fiable que diferencie nítidamente los distintos costos. Sea como fuere, los periódicos en papel van mal, se cierran cabeceras históricas, pierden páginas y lectores a enorme velocidad, mientras que la prensa en Internet no acaba de encontrar una fórmula de financiación sólida.

Me parece que es muy ingenuo, utópico en el peor sentido del término, creer que una galaxia de blogs gratuitos y más o menos bien intencionados pueda sustituir al papel que ha venido desarrollando la prensa tradicional en las sociedades libres. Es obvio que se necesitan empresas informativas, capaces de invertir en investigación y dispuestas a mantener su independencia del gobierno y de los distintos poderes económicos, al menos tanto como lo han hecho en el pasado.

Internet traerá, si las cosas van bien, un gran abaratamiento de los costes de distribución, pero eso no implica de ninguna manera la gratuidad de lo distribuido, porque los costes de fabricación siguen existiendo, y crecerán como crece todo en cualquier economía viable. Lo que es absurdo es suponer que, por ejemplo, un libro en versión digital, pueda seguirse vendiendo a los precios que algunos pretenden. Las lecciones de la crisis de la industria musical les suenan todavía a algunos como música celestial. Pero hay una diferencia extremadamente importante entre abaratamiento y gratuidad, justamente la diferencia en que se funda cualquier economía, cualquier mercado.

Por eso me parece que hay que estar muy atentos a la fórmula que propone Murdock, dejar el acceso a sus medios informativos abierto únicamente a suscriptores de pago. La gratuidad es un ideal glorioso, pero enteramente incompatible con la organización de un mercado terrenal. Internet ha descubierto un nuevo medio y supondrá un gigantesco abaratamiento de costes, además de un nivel de competitividad sencillamente impensable en el pasado. Pero pensar que la información pueda seguir siendo un servicio gratuito me parece bastante ingenuo. No se me escapan los riesgos que pudieran amenazarnos tras la medida de Murdock, pero me parece, hoy por hoy, que la pretensión de mantener un acceso indefinidamente gratuito es muy problemática y que lo que suceda tras la iniciativa de Murdock marcará una época.

[Publicado en adiosgutenberg]

La canción del verano

No me tomen muy en serio, pero me temo que este verano se ha quedado sin canción. Tampoco sé si es la primera vez, pero me parece que el género ha fenecido. No es que hayamos mejorado mucho nuestro nivel musical, lo que serviría para explicar el caso; no, lo que ha pasado es que ya nadie escucha los 40 principales, si es que siguen existiendo, ni compra discos, ni escucha música por la FM. Ahora es el I Pod, Spotify y otras cosas así. La música se oye de otra manera y, por tanto, se crea y se distribuye de otros modos. La gente, sin embargo, no deja de escuchar música; me parece que, de hecho, se escucha más música que nunca. Es muy corriente ver personas usando uno de los múltiples reproductores de MP3.

Ahora está empezando a pasar con la lectura lo que ha ocurrido con la música y la gran cuestión es si se van a repetir los mismos errores que han cometido las editoras musicales, o se van a evitar algunos muy obvios. En este ámbito, se anuncia que a finales de año se producirá en España la eclosión de los dispositivos de lectura basados en la tecnología de tinta electrónica. Yo ya hace dos años que gozo de uno de ellos, y me parece el aparato más útil y rentable que me haya comprado nunca, tal vez salvo el PC con que escribo. Sony acaba de anunciar que sacará un e-reader más barato y es fácil que lo distribuya en España, donde El Corte Inglés ha puesto a la venta un e-reader de fabricación propia. Se trata de aparatos que permiten leer sin ninguna de las molestias que producen las pantallas de ordenador (el texto no titila, y se ve sobre un fondo opaco, exactamente como ocurre con la lectura en papel), que además son extraordinariamente ligeros y pueden ser cargaos y descargados de miles de libros diferentes. Nadie sabe cuál va a ser el final de toda esta historia, pero yo apostaría por unos efectos aún más contundentes que los que se han experimentado en el mundo de la música. Los best-sellers y los clásicos tendrán que adaptarse, porque aquí también se a acaba la canción del verano.

Como lágrimas en la lluvia

La revolución digital está teniendo efectos paradójicos. Tal vez el primero de ellos sea el que se refiere al incómodo papel que están jugando muchos de los grandes mandarines de la cultura y de la información: estaban cómodamente instalados en sus poltronas largando a hora y a deshora contra los conservadores, abogando de modo insistente en pro de las virtudes del cambio, y, de repente… se les hunde el suelo bajo sus píes, les cambia el modo de producción y se descubren sus vergüenzas. Los más honestos de entre ellos, no es que abunden, caen en la cuenta de que defendían el cambio bien entendido, es decir, el que no pudiese afectarles a ellos, y, claro, eso resulta, como mínimo, poco elegante.

Algunos pretenden, todavía, que cualquier forma de producción cultural o informativa deberá subordinarse a sus instrucciones, a su forma de construir el mundo, esto es, a sus intereses y los de sus negocios. Magnates y expertos directores de conciencias ajenas descubren con sorpresa que empieza a configurarse un mundo en el que su papel no está claro, y sus beneficios están francamente oscuros. Llevan años tratando de que sus tradicionales aliados, los gobiernos y los legisladores, inventen algo que les mantenga en ese pasado que nunca imaginaron que fueran a defender, pero las infinitas y arteras maniobras que se emprenden en ese sentido no acaban de cuajar. Les falta imaginación y les sobra codicia.

¿Qué será de nosotros? Se preguntan como si se preocupasen de otra cosa que no fuese su negocio y su poder. No se sabe en qué parará todo esto, pero sí se sabe que los simples mortales, y, entre ellos, los autores, deberíamos propugnar soluciones que favorezcan los intereses en que seguimos creyendo: las libertades de pensamiento y expresión, la circulación de información y opiniones, la creación de lugares de encuentro, la existencia de lugares estables de publicación, la fundación de entidades que garanticen un cierto nivel de calidad y de honestidad, la invención de un futuro a la altura de las posibilidades de las tecnologías digitales. Todo esto nada tiene que ver, absolutamente nada, con los intereses de las viejas industrias del papel, las ondas o las imágenes. Ellas habrán de buscar su lugar al nuevo sol y tal vez lo encuentren, aunque, parafraseando a Philip K. Dick, muchas de ellas se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, porque es hora de morir.


[Publicado en adiosgutenberg.com]

El libro como ideología

Es frecuente que los prejuicios se originen en una experiencia negativa, en cualquier incomprensión, o en algún trauma. A veces, si no siempre, tienen también una explícita función ideológica, esto es, de ocultación de la realidad para beneficio de ciertos intereses. Pienso esto cada vez que leo o escucho, lo que desgraciadamente tiene casi carácter de plaga, las jeremiadas de los que temen la desaparición de la lectura, y los pronósticos de catástrofe cultural en el caso de que desapareciesen los libros, ese artefacto que, según algunos, nos ha enseñado a pensar, es decir que ni Homero, ni Sócrates, ni San Pablo pudieron pensar nada.

Esta confusión de las ideas con su soporte es una de las tonterías más fértiles que hayan existido nunca. Creo que las razones de esa fecundidad derivan, precisamente, de que la primera vez que se escucha una cosa con tan escaso fundamento, algo que pensó Mc Luhan, según se dice, aunque tampoco sea así, acaso se tenga la sensación de que se asiste a la revelación (¡eureka!) de un secreto, a algo tan decisivo, por ejemplo, como la comprensión del principio de inercia, que, dicho sea de paso, ignoran profusamente muchos de estos eruditos violetiles, o la naturaleza profunda de la plusvalía.

No todo el mundo es capaz de sustraerse a la emoción que proporciona la comprensión de una idea tan revolucionaria, tan contraria al burdo sentido común de, por ejemplo, comerciantes, ingenieros y otras gentes inútiles e incapaces de comprender los principios de la fenomenología y, no digamos, de la post-metafísica.

Una vez en posesión del secreto ya todo consiste en adoptar un tono apocalíptico que le coloque a uno en un nivel adecuadamente exquisito. Y una vez allí, los más tontos, se lanzan a la apología del libro de papel como si nos fuera en ello la vida y, como de costumbre, porque para eso son ellos sabios, sin molestarse en analizar las alternativas, en revisar los tópicos.

Los más despabilados saben mejor lo que están haciendo y barren para sus casas, mientras buscan una oportunidad para alcanzar lo imposible: que los dueños de un imperio que se derrumba sean también los líderes de la nueva era; no ha pasado nunca, pero son muchos los que, copiosos pensadores de frases hechas, se dicen aquello de ¡qué me quiten lo bailado!

Aviso de navegantes

Los blogs o bitácoras, bello nombre que se ha perdido para esta ocasión en aras de lo global y de lo breve, son, en su mayoría, mensajes de náufragos en una botella que, con suerte, acaban en las manos de algún desconocido que no sabe muy bien qué hacer con ellos, y, en muchas ocasiones, apenas los comprende. Sin embargo, como el mar está lleno de estas botellas, al final resulta que es posible sacar sustanciosas informaciones de este confuso y abigarrado cigarral.

La Blogosfera hispana se encuentra en plena ebullición, de manera que se está cambiando, en parte, el sesgo pasivo que mostraba hace unos meses el panorama español de internet: mucho lector, pocos escritores. Abundan los que creen que tienen algo que decir, que pueden salir del anonimato para romper el cerco implacable que ejercen los grandes medios, y eso siempre es bueno.

Uno de los aspectos que más se han discutido en relación con el significado de los blogs es el del papel que jugarán en el futuro, en el panorama de la prensa digital que se cierne como un tsunami inevitable sobre los medios clásicos. Sea de ello lo que fuere, el hecho es que muchos de los blogs de mayor impacto son la mera transformación de las clásicas columnas de opinión de los medios. Un periódico sería algo así como un barco repleto de autores y haciendo un crucero por los distintos mares temáticos.

Hay, sin embargo, otras dos clases de blogs que aportan mayor novedad: en primer lugar, los blogs de autor, y, los más importantes, los blogs dedicados a una temática. Los primeros tienen grandes dificultades para triunfar fuera del amparo de los grandes paquebotes, pero están ahí para quedarse y anuncian un panorama muy distinto al actual de los medios. Los segundos son los más poderosos, pero, por su propia intención, formarían parte de lo que pudiéramos llamar prensa especializada.

Internet es, hoy por hoy, el reino del no se sabe. No puede ser de otra manera porque es un edificio que se construye sin planos, sin licencias y sin limitaciones de espacios.

Se habla de libros

Por estos días ha llegado a ser costumbre hablar de libros, especialmente en Barcelona por el peculiar colorido de su día de San Jordi. Ahora mismo hay cierta confusión en el debate, digamos, periodístico; tan pronto se nos habla de que desaparecerán los libros de papel, como de máquinas fabulosas que fabricarán cualquier libro en escasos segundos, y abundarán como los quioscos de prensa, que también están en el alero.

Lo que se demuestra es que la abundancia de información no siempre se relaciona linealmente con la sencillez para formar criterio, o para hacerse cargo de cualquier cosa. De hecho, la información siempre se mezcla con un contrario enormemente variopinto, con la desinformación, y eso produce extrañas figuras en las que lo correcto se amalgama con lo fantásticamente inverosímil.

Quizá deberíamos serenarnos y pensar que, salvo que el progreso pueda consistir en una larga y veloz caminada hacia atrás, cosa que tampoco se puede descartar a la ligera, lo que parece más probable es que nos vayamos adentrando en un mundo en el que la información (que es lo que contienen los libros) se haga mucho más abundante, accesible y barata, y que, en consecuencia, se permita una mejora continua y efectiva de su calidad. Es decir, no habrá que competir por fabricar o tener un libro, sino por conseguir el libro mejor, la edición más completa e interesante. Sabemos, además, que esa edición va a estar accesible para que pueda ser leída de muchas maneras, como también han existido muchas variantes físicas de cada libro impreso, y que escogeremos la que más nos convenga o apetezca. ¿Algún problema? Siempre han existido grupos de personas a los que molesta que los demás podamos elegir, pero deberían ir acostumbrándose a que elijamos. ¿Desaparecerán los editores?: no; habrá más y mejores editores que se tendrán que centrar, casi en exclusiva, en la calidad textual e intelectual de lo que ofrecen, sin preocuparse de cosas que, bien mirado, son enteramente ajenas a aquello por lo que los libros nos interesan. 


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