La SGAE critica el modelo de negocio de Google

Hay noticias que no pueden leerse sin estupor. Ahora resulta que nuestra benemérita SGAE critica la «opacidad» del modelo de negocio de Google y la posición dominante del gigante de Internet. Trato de hacerme cargo del asunto: se ve que como SGAE es modelo de trasparencia, quiere que todos practiquen esa virtud. Asombroso. No hay cristiano que sepa cómo y cuáles son las cifras de negocio de la SGAE, pero ellos se ponen como modelo de trasparencia.
Todavía tiene mayor gracia la acusación de posición dominante, ellos que tanto facilitan la competencia a sus posibles y temerarios rivales.
Que unos pájaros que viven del menudeo con ayuda de los poderes públicos, y de leyes más que discutibles, se atrevan a criticar a una compañía que vive únicamente del valor de sus hallazgos, es realmente increíble. Definitivamente, en este país los mentirosos son los amos, unos artistas.

Una nueva idea de la SGAE


[Imagen del artículo de Juan Palomo en El Cultural
Veo que en Internet hay un revuelo superior al ordinario respecto a la iniciativa de la SGAE, que espero no prospere, de cobrar a las bibliotecas un pequeño canon por cada libro que presten a sus lectores.
La idea es absurda por completo, además de tener mil defectos más. Lo único que tiene de bueno es que la SGAE tendría más dinero para repartir a los de siempre. Parece ser, por ejemplo, que quienes más cobran por el canon sobre las fotocopias son los novelistas de tronío; pues bien ¿ha visto alguien alguna vez fotocopiar una novela? En cambio los autores de libros de ensayo o de texto, cuyos libros sí se fotocopian de manera abundante, reciben parte menor del pastel. No hay ninguna razón para que esto sea así, pero en la SGAE se hace lo que se quiere con el dinero de los demás.
Los derechos de autor se convierten en manos de la SGAE en un cuerno de abundancia a costa de la extorsión al consumidor. Les queda poco, sin embargo, porque un sistema tan absurdo no puede sobrevivir en el mundo que viene. ¡No al pago por préstamo de libros!

Luchas de titanes

Los ecos de las alianzas anti Google por su servicio de lectura de libros no cesan. Grandes imperios que se han visto superados por la clarividencia, la rapidez y la simplicidad de Google tratan de ponerle contra las cuerdas, con la ayuda de las legislaciones anti-monopolio. La batalla será presumiblemente larga y, en mi humilde opinión, acabará resolviéndose no por la fuerza de la ley, sino por la de los hechos. Las leyes son también artefactos y pueden quedar obsoletas ante los desarrollos de otra clase de artefactos que hacen que la realidad llegue a ser muy distinta de la que contemplaba la ley. No me parece mal, desde luego, que los jueces se ocupen de evitar los monopolios, un asunto en el que, de todos modos, suelen ser políticamente muy selectivos. Independientemente de lo que resultare de esa batalla y, si miramos a largo plazo, se puede suponer que el panorama se acercará bastante a lo siguiente:

1. Se generalizará el uso de dispositivos electrónicos de lectura, de manera que la edición en papel irá ocupando un espacio cada vez más residual.

2. Los precios de venta al público serán lo suficientemente accesibles como para que carezca de sentido práctico la copia. Nadie, que se sepa, ha fotocopiado nunca un periódico, aunque sí las noticias, ni casi nadie lo ha hecho con las novelas porque su lectura resultaría incomodísima en ese caso. En cualquier caso, la copia será tan irrelevante desde el punto de vista jurídico como ahora lo es el préstamo entre amigos o familiares de un libro impreso. Todas las restricciones de base tecnológica serán completamente inútiles.

3. Las editoriales tendrán un catálogo cada vez más amplio, las ediciones se pondrán casi permanentemente al día y podrán vivir de la venta de unos productos siempre renovados. La forma de descarga será muy variable y la mayoría de los lectores no buscará necesariamente ni la conservación ni la acumulación: no hay que suponer que todo el mundo desee una biblioteca digital propia, una vez que el acceso sea universal y realmente muy barato.

4. Los autores verán que los lectores pueden leer no solo su libro más reciente, sino cualquiera de los que han escrito. Sus derechos se fijarán con los editores por descarga y podrán recuperarse por los autores en períodos más breves que en la actualidad; serán hereditarios durante más tiempo que en la actualidad. Habrá que crear organismos independientes que verifiquen el número de usos y descargas para evitar abusos de los editores.

5.Las ediciones de lo que llamamos clásicos serán casi exclusivamente digitales y su valor mercantil se fijará en función de la calidad y la solvencia del editor.

6. Las bibliotecas digitales no deberían seguir haciendo préstamos gratuitos a cualesquiera usuarios, ni se caracterizarán primariamente por su capacidad de almacenamiento, sino por la riqueza de su catalogación y la buena organización de las referencias a cada una de las obras publicadas en cualquiera de los sectores del saber. Serán, sobre todo, centros de investigación.

El oficio de profeta está lleno de riesgos, pero creo que va habiendo elementos de juicio suficientes para imaginar un futuro que será mejor que el presente, por más que muchos negocios, buenos, malos o regulares, se vayan a ver afectados. Cosas de la vida.

[P [Publicado en adiosgutenberg.com]


Orwell digital

Han tenido que ser precisamente dos obras de George Orwell las que hayan desaparecido, de manera muy orwelliana, de las memorias de los Kindle que las hubiesen bajado de Amazon porque, al parecer, el señor Bezos, el dueño de Amazon, no disponía de los derechos necesarios para haberlas vendido. ¿Qué pensaría Eric Arthur Blair de todo esto? Independientemente de la anécdota, el fondo del caso nos recuerda la sutil condición de los derechos de propiedad intelectual, especialmente cuando no están ligados con un objeto impreso, con un libro editado y comercializado como una publicación venal.

El suceso ha servido, entre otras cosas, para que empiecen a suscitarse dudas más generales sobre el sistema que pretende implantar Amazon. Es obvio que la existencia de conexión entre el dispositivo lector y la biblioteca de textos soluciona una serie de problemas, pero, sin duda alguna, plantea otros. Seguramente Amazon piensa que el cierre de su circuito tiene grandes ventajas comerciales, lo que parece muy claro, al menos a corto y medio plazo, pero ¿no está Amazon coartando en cierto modo las libertades de sus usuarios? Lo que ha hecho con los textos de Orwell es muy discutible, como lo es en general que Amazon pueda recuperar el control sobre los textos que ha vendido.

Todo esto está muy verde, no cabe duda, pero es bueno que se empiecen a suscitar cuestiones constitucionales, además de las numerosas dudas de tipo mercantil que traen en vilo a los viejos editores.

[Publicado en adiosgutemberg.com]

Evidencias y confusiones

El mundo de la cultura impresa está atemorizado y confuso, y no le faltan razones para estarlo. Es muy frecuente que sus protagonistas se acojan al piadoso mantra de que algo va a cambiar, pero será lento. Creo que lo contrario es más cierto: aunque no esté claro qué y cómo va a cambiar, los cambios serán imparables y están ya en marcha.

Vayamos por partes. Se confunde frecuentemente la cuestión del acceso y la de la legibilidad. Lo probable es que, a medio plazo, el acceso sea universal y de costo muy bajo. Los que pretenden un monopolio, un acceso propio como Kindle, obtendrán alguna ventaja, pero, a la larga, el monopolio es impensable, salvo catástrofe política y tecnológica. Los textos que ya no generan derechos de autor, que son casi infinitos, se seguirán editando en el mundo digital y serán ofrecidos por nuevas editoras que, en parte, serán herencia directa de las editoras de papel impreso, en parte no. Los precios serán muy bajos y la competencia muy dura, lo que traerá la mejora y la renovación en las ediciones de autores clásicos, cosa que hoy casi no existe, o es muy lenta. Con una oferta de calidad y bajo precio, desaparecerá el problema de la copia porque, además, copiar será más engorroso que no hacerlo. Ante este panorama, lo que será difícil es distinguir una biblioteca digital de una editora, porque las últimas no podrán hacer negocio, ni, por tanto, trabajar, si sus obras (por ejemplo, una buena edición de Unamuno) pudiesen ser ofrecidas de manera gratuita por diversas bibliotecas que las comprasen al mismo precio que un lector común. Este probablemente vaya  a ser uno de los más importantes problemas que tengamos que resolver.

El acceso digital de las nuevas obras y de los libros con derechos de autor en vigor deberá resolverse también con una bajada de precios decisiva para que se pueda evitar la tentación del copiado. Se trata, en todo caso, de un problema importante respecto al que también hay que pensar cómo va a ser la relación entre editoras, bibliotecas y usuarios.

Un par de ideas sobre la legibilidad. Para la lectura por placer, los dispositivos de tinta electrónica son imbatibles, ya hoy, pero lo serán más a medida que se resuelva una dificultad de tipo menor que es el de la adaptación de los distintos formatos al tamaño de cada pantalla y la fácil elección de un tipo de letra que sea ideal para el lector. No parece un problema grave y, una vez resuelto, los apologistas del papel van a  tener que estrujarse mucho las meninges para encontrar argumentos atendibles. Supongo que algunos sugerirán la simple prohibición de los e-readers.

La experiencia de leer las Historias de Herodoto, Guerra y paz o Los hermanos Karamazov en un e-reader es fantástica, y hablo por experiencia, contra lo que dicen muchos bibliófilos ignaros. Nadie, o casi nadie, porque hay gente para todo,  que haya pasado por eso volverá a desear jamás manejar un volumen de 700 páginas, ¡qué se le va a hacer!

[Publicado en otro blog]

Lo buena que es una ley

Un buen amigo, me manda un correo con este contenido que me pide difunda. Como estoy enteramente de acuerdo con lo que dice, así lo hago:

Lo bien que está hecha la ley:

SEÑORES LETRADOS, ¿ME   PUEDEN ACLARAR ESTOS DATOS?  

1. SUPUESTO  

 a) PEPE se descarga una canción de Internet.

b) PEPE decide que prefiere el disco original y va a El Corte Inglés a hurtarlo. Una vez allí, y para no dar dos viajes, opta por llevarse toda una discografía. La suma de   lo hurtado no supera los 400 euros.  

ACLARACIÓN: La descarga de la canción sería un delito con pena de 6 meses a dos  años. El hurto de la discografía en El Corte Inglés ni   siquiera sería un delito, sino una simple falta (art. 623.1   del Código Penal). 

2. SUPUESTO  

 a) CARMEN se descarga una   canción de Internet.  

 b) CARMEN va a hurtar a El Corte Inglés y, como se la va la mano, se lleva cincuenta   compactos, por valor global de 1.000 euros. 
ACLARACIÓN:
Seguiría siendo más grave la descarga de Internet. El hurto sería un delito, porque supera los 400 euros, pero
 sería de menor pena que la descarga (art. 234 del Código Penal).
 

3. SUPUESTO  

 a) JOAQUÍN , en el pleno uso de sus facultades mentales, se descarga una canción de Malena Gracia. 

  b) JOAQUIN en un descuido de Malena Gracia, se lleva su coche y lo devuelve 40 horas después. 
ACLARACIÓN:
Sería más grave la descarga. El hurto de uso de vehículo tiene menos pena, a tenor del artículo 244.1 del Código Penal.
 

4. SUPUESTO  

  a ) Ocho personas se intercambian copias de su música favorita.  

 b) Ocho personas participan en una riña tumultuosa utilizando medios o instrumentos que pueden
poner en peligro sus vidas o su integridad física.
ACLARACIÓN: Es menos grave participar en una pelea que participar en el intercambio de compactos. Participar en una riña tumultuosa tiene una pena de tres meses a un año (art. 154 del Código Penal)y el intercambio tendría una pena de 6 meses a 2 años (art. 270 del Código Penal). Si algún día te ves obligado a elegir entre participar en un intercambio de copias de CDs o participar en una pelea masiva, escoge siempre la segunda opción, que es obviamente menos reprobable.
 

5. SUPUESTO  

 a) JUAN copia la última   película de su director favorito de un DVD que le presta su   secretaria Susana.  

 b) Juan, aprovechando su superioridad   jerárquica en el trabajo, acosa sexualmente a su secretaria Susana. 
ACLARACIÓN: El acoso sexual tendría menos pena según el artículo 184.2 del Código Penal.
 

6. SUPUESTO  

 a) MÓNICA Y CRISTINA van a un colegio y distribuyen entre los alumnos de preescolar copias de películas educativas de dibujos animados protegidas por copyright y sin autorización de los autores. 

 b) MÓNICA Y CRISTINA van a un colegio y distribuyen entre los alumnos de preescolar películas pornográficas protagonizadas y creadas por la pareja. 

ACLARACIÓN: La acción menos grave es la de distribuir material pornográfico a menores según el
articulo 186 del Código Penal. La distribución de copias de material con copyright sería un delito al existir un
lucro consistente en el ahorro conseguido por eludir el pago de los originales cuyas copias han sido objeto de distribución.
 

7. SUPUESTO  

 a) NACHO, que es un bromista, le copia a su amigo el último disco de Andy y Lucas, diciéndole que es el ‘Kill’em All’ de Metallica. 

 b) NACHO, que es un bromista, deja una jeringuilla infectada de SIDA en un parque público.
ACLARACIÓN: La segunda broma sería menos grave, a tenor   del artículo 630 del Código Penal
 

8. SUPUESTO 

 a) ANTONIO fotocopia una página de un libro.  

 b) ANTONIO le da un par de puñetazos a su amigo por recomendarle ir a ver la película ‘La Jungla 4.0’. 


ACLARACIÓN: La acción más grave desde un punto de vista penal sería la ‘a’, puesto que la reproducción, incluso parcial, seria un delito con pena de 6 meses a dos años de prisión   y multa de 12 a 24 meses. Los puñetazos, si no precisaron una asistencia médica o quirúrgica, serían tan solo una   falta en virtud de lo dispuesto en el artículo 617 en relación con el 147 del Código Penal.
 

Hala, chavalotes, ya sabéis: pegad, violad, acosad, robad, pero no uséis el emule. ¡A esto hay que darle la mayor vuelta posible por toda la red a ver si alguien con criterio pone algún remedio!

 

Por la transcripción.

Dos formas distintas de leer

Del mismo modo que hay dos formas distintas de viajar hay, fundamentalmente, dos formas distintas de leer. Podemos viajar por puro placer, desde el grato paseo al atardecer hasta dar la vuelta al mundo por el gusto de darla. Pero también podemos viajar porque necesitemos hacerlo, desde salir a tomar un refresco hasta pasar seis meses fuera de casa haciendo gestiones diversas, mundo adelante. Ambas formas de viajar tienen elementos comunes pero son muy distintas. La segunda no excluye el placer ni la primera la utilidad, pero ni nadie las confunde, ni es necesario enfrentarlas de modo maniqueo. Con la lectura pasa algo semejante. Cabe la lectura por puro placer y cabe la lectura por necesidad, porque necesitamos saber algo. La lectura privada y por placer es, históricamente, un producto tardío. Sabemos que la forma ordinaria de lectura fue la lectio, la lectura en voz alta de un texto dirigida a un público interesado y atento y que la lectura privada, eso que hoy consideramos como leer por antonomasia, era una rareza antes de la época moderna. De hecho, podemos ver cómo la locura del Quijote nace de una lectura que Cervantes considera excesiva, del abuso de un placer todavía raro, la lectura privada como munición de la fantasía.

Desde la puesta en marcha de la era digital, desde que es posible manejar textos, por complejos que sean, compuestos estructuralmente a base de unos y ceros, se han movilizado posibilidades de lectura de las obras más diversas que eran sencillamente impensables hace unas décadas. Esta facilidad para disponer de una gran variedad de textos (obras clásicas, artículos de prensa, conferencias, apuntes, etc.) ha ido creciendo sin que ello haya supuesto mayores dificultades de búsqueda gracias a la rapidez y el buen funcionamiento de los llamados buscadores. A muchos efectos puede decirse que todo está en la red, afirmación que, aunque dista mucho de ser cierta, marca una tendencia que es cada vez más evidente y que se colmará casi completamente en el curso de los próximos años. De cualquier manera, decir que todo está en la red es equivalente a haber dicho, hace veinte años, que todo está en una buena Biblioteca, algo que tampoco era cierto en absoluto pero señalaba la excelencia de determinadas instituciones capaces de albergar de una manera organizada y permanentemente al día cuanto era posible leer respecto a una serie de disciplinas o autores.

Las ventajas de los textos digitales son muy grandes para la lectura profesional o por necesidad, debido a que disponemos de una facilidad de búsqueda y acceso infinitamente superior a la que tenemos cuando manejamos textos impresos. Existe, además, otra ventaja decisiva de la red que consiste en que, al menos en principio, acceder a un texto significa la posibilidad inmediata de trabajar con él en el mismo computador que estamos utilizando. La desventaja principal de la red frente a una buena biblioteca reside, evidentemente, en el carácter casi caótico de la red frente al reino de orden, de precisión y de pertinencia que caracteriza a cualquier buena biblioteca. Es seguro que en un futuro inmediato asistiremos a la reinvención de las artes bibliotecarias en el nuevo entorno digital.

¿Qué pasará entonces con los libros de siempre? Es evidente que el objeto al que llamamos libro está dejando, o ha dejado ya, de ser el depositario exclusivo de la cultura y del saber como lo era, seguramente, hasta hace unas décadas.

Adivinar el futuro es casi tan imposible como resistirse a su lógica, a veces implacable, a veces misteriosa. Los editores tradicionales y los libreros van a perder, en parte ya lo han hecho, el singular privilegio que tenían en relación con la palabra. Pero eso no debería ser considerado como una desgracia, al menos no como una desgracia universal.

El libro es un invento demasiado bueno como para que podamos deshacernos de él. Parece razonable pensar que la lectura privada y por mero placer va a seguir siendo primordialmente lectura de libros. No creo que nadie, salvo el investigador especializado, prefiera releer Fortunata y Jacinta, por poner un ejemplo cualquiera, en la pantalla de su ordenador, en lugar de hacerlo con su viejo ejemplar o en una nueva y atractiva reedición de bolsillo, aunque resultará igualmente placentero y útil leerlo o reelerlo en la pantalla de tecnología de tinta de un lector de e-books, para lo que existen varias buenas ediciones perfectamente legítimas y libres accesibles en la red. 

Sin embargo, son muchas las cosas que van a cambiar en los libros que se editen de aquí en adelante. Deberíamos caer en la cuenta de que, por ejemplo, el título, algo que nos parece absolutamente esencial a cualquier obra, es sólo la exigencia impuesta por una forma particular de edición, algo que debería ir en la ‘portada’, pero ahora los libros digitales van a poder tener muchas más portadas, no tienen por qué conformarse con una sola. Del mismo modo que un teléfono ya no es solo un teléfono sino que puede ser un sinfín de cosas más (aunque a algunos nos aburra el espesor del manual correspondiente porque solo queremos hablar con los amigos), un nuevo libro podrá llamar la atención de sus lectores digitales de mil maneras distintas, no sólo de una.

Las posibilidades son muchas, pero solo algunas llegan a ser realidades efectivas y no podemos saber cuáles y cómo van a ser las cosas en este terreno a, digamos, cincuenta años vista. Seguramente la lectura por puro placer va a seguir siendo servida por mucho tiempo por el libro de (casi) siempre. Pero ese libro va a tener rivales poderosos y seguramente no va a seguir gozando del privilegio que le otorgaba el monopolio de la lectura. Quienes viven de la fabricación, la distribución y el comercio de los libros (o de los periódicos, que a veces coinciden) harán bien en pensar en lo que puede venir y en no limitarse a defender su posición a base de argucias legales y de pésimos argumentos.

Estamos ante una revolución, pacífica pero bastante radical, ante la que no vale mirar para otra parte. Los lectores no tienen nada que perder y tienen un mundo por ganar. Los autores deberán caer en la cuenta que su primer derecho es el derecho a ser leídos, a que se conozca lo que piensan y dicen y que eso no tiene que subordinarse necesariamente a las estrategias de negocio de los editores tradicionales. En fin, un lío, pero un lío lleno de interés y de promesas al que no hay que tener ningún miedo.

[Publicado en otro blog. Este texto es una leve variante de lo que apareció previamente en El Escorpión, el blog de Alejandro Gándara]