Aunque la izquierda siempre ha presumido de rupturista y poco tradicional, la verdad es que, llegada a su vejez inevitable, también ha sabido crear sus tradiciones. Como tantas otras, esta peculiar romería sindicalista, se ha convertido ya en un negocio, sin ningún motivo que pueda considerarse vivo, que es lo que caracteriza a una verdadera tradición.
El lugar conocido como Rodiezmo padece cada año la invasión de una serie de funcionarios sindicales disfrazados de mineros que se dedican a aplaudir a su jefe, que es lo que mejor saben hacer todos los funcionarios. A cambio, el jefe les suelta un discurso que al jefe le interesa para que los compañeros periodistas lo recojan y lo expandan por el mundo entero, así que a los mineros que iniciaron hace ya muchos años el tinglado que les den. A cambio, gran trabajo para los corresponsales internacionales que se apresuran a enviar a sus medios las palabras zapateriles, para que puedan ser inmediatamente analizadas por los principales gabinetes del mundo, y por todos los líderes de la galaxia, con Obama a la cabeza.
Zapatero no suele ser un mal actor de repertorio: hace lo suyo con credibilidad y le pone pasión a un verbo que, si no se puede considerar brillante, hay que reconocer que sabe ser oportuno: siempre habla de lo que más le interesa. Ahora nos ha tratado de explicar lo bien que nos va a venir a todos que nos suban un poquito los impuestos y, sobre todo, ha hecho ver lo terriblemente insolidarios que resultaríamos ser, si nos negásemos a ese mínimo sacrificio, prácticamente indoloro, para remediar el sufrimiento de los más débiles, esa gente que le quita el sueño a nuestro bondadoso líder. Como no conviene separar lo útil de lo deleitable, Zapatero se dedicó a contestar y a lanzar pullitas a un compañero leve y circunstancialmente descarriado, al periódico El País que, llevado de un repentino ataque de independencia, siendo al fin fiel a su viejo lema, no acaba de ver la debida coherencia en los espasmódicos, pero bien intencionados, planes de nuestro Zapatero.