Tal era el título de una canción de Raimon (de nombre civil, Ramón Pelejero Sanchís, nacido en Játiva, Valencia), cuya simplicísima letra, por lo demás, desprendía una notable suficiencia moral y estaba rebosante de ese tono de superioridad que era corriente entre las juventudes ricas, izquierdistas e ignorantes de los años sesenta. A pesar de todo, ese título me ha venido a la memoria como grito de rebelión frente a un asunto muy distinto, al que creo que hay que poner claramente la proa antes de que sea demasiado tarde, y demasiado el mal inevitable.
Me refiero a la escalada simbólica y verbal de los independentistas catalanes que parece no contar con ninguna oposición, sino con un desdén fingido y una indiferencia cobarde. No basta a los independentistas tener al Gobierno de la Nación a sus pies y a la Generalidad a su servicio, sino que pretenden que nos traguemos sus referendos tramposos en los que triunfan los suyos de manera indiscutible y comencemos a pedir perdón por tenerlos tan inicuamente sometidos. Creo que somos muchos, en Cataluña y fuera de ella, los que no vamos a quedarnos con la boca abierta y los que vamos a exigir a los poderes públicos que no toleren por más tiempo esas tomaduras de pelo.
Hay que decir que no a la independencia de Cataluña por tres razones fundamentales que no pueden darse de barato. Por amor a la libertad, por el bien de la democracia y por respeto a la ley. Y hay que comenzar a hacerlo con los actos simbólicos que, abusivamente, pretenden dar a entender que la mayoría de los catalanes quieran dejar de ser españoles.
La libertad corre peligro en manos del independentismo que, al saberse minoritario, no tiene otro remedio que recurrir a la coacción, a la violencia, y al miedo, creando un ambiente en el que el miedo impida el atrevimiento de pensar lo contrario.
La democracia no existe sin controles y está claro que los independentistas buscan únicamente la expulsión y el anonadamiento de quienes no se adapten a sus designios; lo que es increíble es que las autoridades se presten a semejantes maniobras de modo que, dicho sea de paso, habrá que pedir las correspondientes responsabilidades a quienes hayan consentido la utilización del censo para la patochada del referéndum reciente.