La gallina de los huevos de oro

Casi todo el mundo sabe que no conviene matar a la gallina de los huevos de oro, pero muchos políticos no se han enterado todavía. Me acordé de la fábula, imagino que esopiana, al intentar almorzar esta mañana en una de las poblaciones cercanas a Madrid, un lugar con fama de próspero y, en otro tiempo, muy placentero de visitar. No diré el nombre, por no perjudicar, pero sobre todo, porque me temo que el caso sea muy común. Independientemente de su riqueza agrícola, la localidad tiene un considerable atractivo turístico; el municipio ha seguido una política de conservación y urbanística exigente y rigurosa, de manera que, hasta hace poco, daba gusto pasear por sus calles, visitar su plaza y comer en alguno de sus numerosos restaurantes, cosa que ahora se ha convertido en un imposible. El caso es que hoy, domingo, he visto las calles vacías, los restaurantes de la plaza cerrados; la crisis, pensé, pero inmediatamente vino a sacarme de mi error la presencia de unos amenazantes policías que, al ver que intentaba aparcar en un lugar absurdamente prohibido, tuvieron la amabilidad de impedírmelo, eso sí, a voces, no se vaya a pensar que esté en riesgo el macizo de la raza, para seguirme luego a cierta distancia, supongo que para evitar que cometiese una infracción o, más probablemente, para tratar de multarme si la cometía. Un exceso de cuidado y de protección ha matado la vida turística del municipio en el que, entre otras cosas, no hay manera de aparcar: tal vez pretendan que los turistas vayamos a la villa en los medios públicos de transporte que, como se sabe, son más ecológicos y solidarios que el cochecito burgués.

El resultado fue que me fui a comer a otra parte. Comenté el caso con el camarero que me atendió; me dijo que era un problema muy conocido, que el municipio tenía la deuda mayor de toda la Comunidad de Madrid (pace, Gallardón, claro), a lo que seguramente no será ajeno el pretencioso mamotreto que hace de sede del ayuntamiento, y que, a base de cuidados ambientales, ornamentales, urbanísticos y de todo tipo estaban matando la vida turística del municipio.

Cuando las administraciones públicas no se dan cuenta de que sus impuestos, sus prohibiciones, y sus pretenciosas mejoras de todo tipo, pueden acabar con la vida económica de sus ciudades, el desastre es seguro. Lo que me sorprende de este caso es que el responsable no es, según me dijeron, un político socialista, sino, al parecer, un alcalde que milita en un partido que se pretende liberal, pero que actúa de una manera insensata y dictatorial, y que se dedica a gastar lo que no tiene. Me parece que su partido debiera controlar a esta clase de socialistas de derechas, que tanto abundan, y que no tienen nada que envidiar a la política de ZP en lo que se refiere a gastar y gastar, mientras los negocios privados, aunque no, ciertamente, los de sus amigos, se van a pique mientras ellos están construyendo un mundo perfecto.