Salvo y sino

La extraordinaria pieza retórica de Zapatero en Copenhague me ha estado rondando por la cabeza sin que supiese decir por qué. Me reconcomía como un enigma. La repasé sin encontrar motivo alguno para que ese breve texto me golpease las meninges. Tenía la impresión de que algunos de sus conceptos eran chirriantes como, por ejemplo, la idea de que pueda haber una “democratización de la producción de energía”, o la corajuda suposición de que la cumbre de Copenhague responda a una convocatoria conjunta de la ONU y la ciencia (sic), pero todo eso me parecía relativamente normal dentro del ideario zapatético.

Rebeca me sacó del apuro al hacerme ver que, en el archifamoso final de texto (“Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”), había un error gramatical que me había pasado inadvertido, y era chirriante.

El error consiste en que la palabra salvo está mal empleada porque, en su lugar, debería haber otra palabra, la conjunción adversativa sino. Zapatero debería haber dicho: “Pero la Tierra no pertenece a nadie, sino al viento”. Para verlo con claridad, haré una ligera corrección en la profunda sentencia zapateril. Veamos: “Pero la tierra no pertenece a ninguno de nosotros, salvo al viento”; en esta forma queda más claro el absurdo de considerar que el viento sea uno de nosotros (no creo que ni Zapatero ni ninguno de sus asesores hayan llegado a este extremo, eso puede esperar a otra legislatura), que es lo que daría sentido al uso de salvo, como, por ejemplo, cuando decimos alguna frase del tipo de “ninguno de nosotros ha estado en Finlandia, salvo Federico” (que sí es uno de nosotros).

Al decir “Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, el Presidente ha dado pie gramatical al absurdo de que el viento sea uno de los nuestros, lo que no es el caso, ni lo sería incluso si fuésemos pieles rojas, como el jefe Seattle, del que según varios exégetas ha extraído la vena poética el gabinete monclovita.

En resumen: pasable en literatura, insuficiente en gramática. No es extraño, porque el presidente es de los que cree que la gramática está al servicio del pueblo, es decir que no cree en ninguna gramática que pueda estar por encima de sus caprichos.