Esto de ser juez debe ser cosa difícil, sin duda. Si siempre es peliagudo no equivocarse, más rudo será no hacerlo cuando se ha de decidir sobre historias complejas, y que acaso no se entiendan bien. Se supone que la tarea debiera ser simple sabiendo derecho, pero me temo que no sea el caso. Lo que los jueces deciden no tiene que ver solo con el derecho, sino con la vida, que se complace en ser excepcional de manera casi continua.
Me parece que el juez que ha condenado a unos periodistas de la cadena SER pertenece a la rama de los meticulosos, que es una de las formas de ejercer la judicatura (la fama, como es bien notorio, es otra, muy vocacional, al parecer), es decir, una manera de actuar que se atiene a la letra de la ley para evitar cualquier extravío. Esa forma de actuar tiene sus ventajas, pero cualquier exceso puede convertirnos en necios.
Al parecer, el juez argumenta que el derecho que ampara a los medios de comunicación no es aplicable a Internet. La razón se me antoja clara: no debe haber ninguna ley que diga que Internet sea un medio de comunicación y, seguramente sucederá, además, que la ley que establece el tal y cual de los medios no menciona a Internet. En consecuencia.., al trullo.
Sospecho que este juez haya podido estudiar filosofía analítica, o cosas aún peores, porque me parece estar oyendo a Russell cuando decía aquello de que la lógica es la ciencia de no sacar conclusiones. Nuestro juez, muy puesto en lo suyo, ha acudido a los libros y la respuesta ha sido clara: si no se dice que Internet sea un medio de comunicación, y la ley los enumera para que quede claro de que se habla, no hay que sacar torpemente la consecuencia de que lo es, pese a todo.
Podemos imaginar al juez perdido entre millones de páginas para tratar de establecer qué es Internet, y poder juzgar en consecuencia, pero también podemos imaginarlo menos curioso, más positivista, constatando que la ley no menciona a Internet entre los medios. El juez ha podido pensar: ¿Qué debiera ser así? Pues que lo pongan, porque de momento hay que aplicar la legislación vigente.
Esto es lo malo de preferir la ley al buen sentido, pero que quede claro que, de preferir el buen sentido a la ley, acabaríamos en una revolución, y no parece que los magistrados estén deseando eso, entre otras cosas, porque podrían perder parte del no escaso poder que tienen.
Como nunca se sabe en lo que puede acabar una ley tomada al píe de la letra, habría que recomendar a los jueces la consideración de algunos principios de sabiduría, como, por ejemplo, la lectura del refranero. Prueben con este. “No se pueden poner puertas al campo”. Este juez ha sido sensato en su oficio y temerario en su sentencia porque, salvo que sea un tipo enteramente angelical, habrá podido imaginarse la que se iba a armar. Tal como está lo de los jueces, pudiera tratarse de un intento desesperado de salir en los papeles.