Ayer sufrí de lo lindo viendo el partido frente a Paraguay, supongo que les pasó a muchos de ustedes. Pero, al final, se impuso la ley del buen fútbol y ese genio que es Iniesta preparó una que no podía fallar y no falló, pese al empeño de los postes, porque Villa estaba allí una vez más. Ahora nos toca una Alemania dolida y crecida, dolida por la Eurocopa, y crecida por el 4 a 0 que le endosó a Maradona, y de paso a Messi, a Higuaín y a De María.
Nos espera un partido memorable, y hay que confiar en el fútbol de los nuestros, que es el mejor del mundo, hoy por hoy. Al fútbol juegan siempre dos equipos, y a nosotros todos han intentado impedirnos jugar, sin conseguirlo. Ha sido extraordinario ver a unos finos artistas trabajar como estibadores o como mineros, que también saben hacerlo, pero en cuanto han conseguido un poco de espacio para desplegar sus artes se han comido a la serie de monstruos que nos han tratado de maniatar.
Lo de Alemania será probablemente distinto y seguramente mejor, ya lo verán. Esta España nuestra se merece una alegría, una demostración de que si se hicieran las cosas bien no tendríamos nada que temer ni nada que envidiar. Alguno tratará de apuntar el tanto al ministro de deportes, un tal ZP, pero el tanto es el de nuestra paciencia, el de una vieja nación que se resiste a morir, pese al estúpido empeño de ponernos palos en las ruedas, de volver al siglo XIX con los sindicatos, o al XII con los reinos de taifas y la morería. De momento, hacemos el mejor fútbol del siglo XXI con chicos de Asturias, de algún lugar de Albacete, de Hospitalet o de Fuenlabrada. Quisiera compartir con todos los buenos españoles esta alegría genuina y apartidista ahora que, como ha recordado inteligentemente Aznar, “Por fortuna, el Tribunal Constitucional ha rechazado la idea de que la Constitución expresa (debería decir exprese, pero estas son menudencias de la edad) el deseo de la nación española de poner fin a su propia existencia”.