Si tuviese que decir lo que realmente pienso de Zapatero me vería en un aprieto. No me refiero a que pudiera cometer un delito o algo así, sino a que realmente este hombre me deja más de una vez en suspenso, turulato. El juicio que tengo de él es muy volátil, porque tan pronto me parece un estratega brillante, y un tipo especialmente taimado, como se me antoja un auténtico insensato, o lo veo como un simple y un pretencioso, como una broma del dios de los azares políticos. Su última actuación a propósito de lo que son y no son parados y del servicio que prestan al país, es como para pensar que nuestro presidente es un deficiente mental, cosa que no puedo acabar de creer, aunque no se muy bien cuáles puedan ser las razones por las que se me hace imposible creerlo. Me escama, además, que ZP reserve buena parte de sus hallazgos para comparecencias en el extranjero y entiendo que tal coincidencia no puede ser fruto de la mera casualidad. Zapatero se crece frente a las barreras idiomáticas, y no deja de sorprender en la única lengua que, aparentemente, domina.
Tendría que preguntarle a Baroja que seguramente podría dar de él una descripción definitiva e imborrable, pero don Pío, como se sabe, no tuvo la fortuna de llegar a conocerle. En su ausencia, me conformaré con verle, a ZP, claro, como un personaje de escaso peso los lunes, miércoles y viernes, y como un diablillo ignorante el resto de los días de la semana, pero les confieso que no consigo quitarme de la cabeza la sospecha de si mi juicio sobre el personaje no mostrará fehacientemente que no entiendo nada del mundo en el que vivimos.