Se dice de la política que hace extraños compañeros de cama, aunque no sea un dicho inventado entre nosotros. Lo nuestro son, más bien, las extravagantes situaciones por las que atraviesa la política. Gracias a la obra de Zapatero podemos presumir de una situación realmente estrafalaria. Vean, si no:
1. Un gobierno supuestamente de izquierda lleva a cabo el mayor recorte que se haya hecho nunca de los llamados derechos sociales.
2. La oposición desaprueba buena parte de esas medidas, más por el modo que por el fondo, pero se opone.
3. El nuevo gobierno ataca con fiereza a la oposición y empieza por revisar su dotación genética, descubriendo, tal vez sin mucha imparcialidad, que está compuesta de lo peor, que constituye una auténtica amenaza para las buenas costumbres.
4. La oposición se zafa del acecho defendiendo la libertad de expresión y otros principios antiautoritarios que la izquierda siempre había tenido como suyos e intocables.
5. En Cataluña, los aliados del gobierno que han promovido el mayor desquiciamiento del sistema común de leyes y derechos entran en campaña defendiendo aquello que han combatido desde las poltronas.
6. El PP reacciona y mantiene como indiscutibles los principios de los que se han derivado los desmanes de los que ahora trata de desmarcarse el tripartito.
7. El gobierno anuncia que no cederá a las tentaciones en sus relaciones con ETA, que han sido habitualmente intempestivas, pasionales, clandestinas y trágicas, y, para darse credibilidad, de la que anda escaso, acentúa el rigor de la ley de partidos con el beneplácito del PP.
8. El PP se teme lo peor, pero teme también que el PSOE le haga aparecer como enemigo del fin de ETA, y ensaya una estrategia de comunicación equidistante entre ambos temores.
9. Los indicios de corrupción que afectan al presidente del Congreso son como el rayo que no cesa, y el PP parece no verse afectado con tal de que no vuelvan a mencionarle, lo que no lograrán evitar, los trajes y zarandajas gürtelianos.
Es evidente que se podría continuar enumerando asuntos en los que nuestros partidos andan a leñazo limpio, y con la curiosa inversión de que es el gobierno quien ataca y la oposición quien responde. La situación se debe a que, en último término, los partidos españoles conciben la política como una gresca continuada en la que los efectos escénicos son más importantes que cualquier otra cosa. Para ellos la política es cosa de dos, y nunca encuentran nada más interesante que decir que aquello que estimen pueda molestar más al adversario. No les parece que hacer política sea convencer a los ciudadanos, sino enardecer a los partidarios, o, al menos mantenerlos exclusivamente pendientes del guión por el que ha de regirse el espectáculo. Por eso detestan de manera tan obvia a quien se atreva a interrumpir una representación tan interesante para las cúpulas de los partidos como previsible y aburrida para el común de los mortales. Por ejemplo, el pecado de Tomás Gómez, atreverse a imponer en la agenda del día un argumento que no seguía al píe de la letra la hoja de ruta de Moncloa.
Para la doctrina comúnmente imperante en los partidos, cualquiera que se atreva a interrumpir el hilo del discurso es un sedicioso. Si alguien del PP se atreviese a hablar libremente de lo que habría que hacer con las pensiones, con la legislación laboral, con la Justicia, con la Universidad, o con Marruecos, por poner solo unos ejemplos de cuestiones claramente políticas, sería inmediatamente llamado al orden y desautorizado: de esas cosas no se habla porque hay que contestar la última bobada de cualquiera de los bufones oficiales del adversario.
Es evidente que se trata de un mundo al revés, en la forma y en los contenidos. A veces parece como si el ideal fuese que nadie opinara nunca nada, que solo se hablase de lo último, que la política quedase reducida al y tu más, y los cambios electorales se produjesen siempre por cansancio, nunca por convicción. En el fondo, los líderes temen a hablar con claridad, y reservan su escasa elocuencia para insultar al contrario, sin caer en la cuenta de que a quien en verdad menosprecian es al elector que esperaría de ellos algo más que enfrentamientos rituales, una auténtica discusión de ideas, pero eso les parece muy peligroso y prefieren mantenernos a dieta de eslóganes.
Para terminar, me parece que se impone una conclusión bastante simple: la estrategia de enfrentamiento no produce idénticos beneficios en ambas mitades del espectro. Lo que beneficia al PSOE es, aunque no sepan verlo, un auténtico lastre para el PP. El mayor éxito estratégico del PSOE es ver cómo la derecha se entrega a su vicio favorito (del PSOE), como se encomienda a sus radicales dejando ayuno de noticias y de interés a cuantos electores comprenden que el mundo es ligeramente más complejo que lo que sugieren las bravatas de Zapatero, Blanco o Rubalcaba, esos temas que replican con voz aflautada tantos portavoces del PP.