Novedades en la campaña

No podemos quejarnos, se anuncian grandes novedades para la campaña electoral, de modo que no se diga. El PSOE se propone atacar al PP, y el PP atacará, a su modo, al PSOE, incluso aunque no se lo proponga. Es una escena goyesca, y grotesca, y una muestra más del desprecio que los estados mayores de los partidos sienten por ustedes, sí por ustedes. NO habrá una sola idea, ni falta que hace, ni menos aún hablar de las cosas que nos interesan a los españoles, no sea que nos despabilemos. De la ETA, saber que es muy mala, pero todo va muy bien. ¡Sensación de vivir en Jauja! 
Competencia

Rubalcaba lo hace mejor que Montoro

Como decíamos ayer, Montoro dijo dos tonterías, pero al menos no mintió descaradamente, se limitó a usar un lenguaje idiota para hacer ver que algo le gustaba poco. Rubalcaba ha mejorado el registro, pero, además, ha mentido, lo que no creo que les extrañe mucho. Tonterías de Rubalcaba: para reducir el gasto público, vamos a quitar las diputaciones y vamos a subir los impuestos a los ricos. Nosotros, los de APR, no vamos a tocar ni la sanidad ni la educación, eso lo hacen otros (nótese la sutilísima alusión al maligno). Son tonterías porque ninguna de las dos medidas afectan, ni de lejos, al fondo del problema, pero constituyen, además, una mentira porque ni lo van a hacer, ni, de poder hacerlo, que no podrán porque van a perder, dejarían de hacer también algo de lo que los otros tendrán que hacer.
Los otros ya llevan su penitencia en negar los recortes como si se tratara de las penas del infierno: ahí tienen una huelga de profesores, no se bien si por melindrosos o por tontos.

El mundo al revés

Se dice de la política que hace extraños compañeros de cama, aunque no sea un dicho inventado entre nosotros. Lo nuestro son, más bien, las extravagantes situaciones por las que atraviesa la política. Gracias a la obra de Zapatero podemos presumir de una situación realmente estrafalaria. Vean, si no:
1. Un gobierno supuestamente de izquierda lleva a cabo el mayor recorte que se haya hecho nunca de los llamados derechos sociales.
2. La oposición desaprueba buena parte de esas medidas, más por el modo que por el fondo, pero se opone.
3. El nuevo gobierno ataca con fiereza a la oposición y empieza por revisar su dotación genética, descubriendo, tal vez sin mucha imparcialidad, que está compuesta de lo peor, que constituye una auténtica amenaza para las buenas costumbres.
4. La oposición se zafa del acecho defendiendo la libertad de expresión y otros principios antiautoritarios que la izquierda siempre había tenido como suyos e intocables.
5. En Cataluña, los aliados del gobierno que han promovido el mayor desquiciamiento del sistema común de leyes y derechos entran en campaña defendiendo aquello que han combatido desde las poltronas.
6. El PP reacciona y mantiene como indiscutibles los principios de los que se han derivado los desmanes de los que ahora trata de desmarcarse el tripartito.
7. El gobierno anuncia que no cederá a las tentaciones en sus relaciones con ETA, que han sido habitualmente intempestivas, pasionales, clandestinas y trágicas, y, para darse credibilidad, de la que anda escaso, acentúa el rigor de la ley de partidos con el beneplácito del PP.
8. El PP se teme lo peor, pero teme también que el PSOE le haga aparecer como enemigo del fin de ETA, y ensaya una estrategia de comunicación equidistante entre ambos temores.
9. Los indicios de corrupción que afectan al presidente del Congreso son como el rayo que no cesa, y el PP parece no verse afectado con tal de que no vuelvan a mencionarle, lo que no lograrán evitar, los trajes y zarandajas gürtelianos.
Es evidente que se podría continuar enumerando asuntos en los que nuestros partidos andan a leñazo limpio, y con la curiosa inversión de que es el gobierno quien ataca y la oposición quien responde. La situación se debe a que, en último término, los partidos españoles conciben la política como una gresca continuada en la que los efectos escénicos son más importantes que cualquier otra cosa. Para ellos la política es cosa de dos, y nunca encuentran nada más interesante que decir que aquello que estimen pueda molestar más al adversario. No les parece que hacer política sea convencer a los ciudadanos, sino enardecer a los partidarios, o, al menos mantenerlos exclusivamente pendientes del guión por el que ha de regirse el espectáculo. Por eso detestan de manera tan obvia a quien se atreva a interrumpir una representación tan interesante para las cúpulas de los partidos como previsible y aburrida para el común de los mortales. Por ejemplo, el pecado de Tomás Gómez, atreverse a imponer en la agenda del día un argumento que no seguía al píe de la letra la hoja de ruta de Moncloa.
Para la doctrina comúnmente imperante en los partidos, cualquiera que se atreva a interrumpir el hilo del discurso es un sedicioso. Si alguien del PP se atreviese a hablar libremente de lo que habría que hacer con las pensiones, con la legislación laboral, con la Justicia, con la Universidad, o con Marruecos, por poner solo unos ejemplos de cuestiones claramente políticas, sería inmediatamente llamado al orden y desautorizado: de esas cosas no se habla porque hay que contestar la última bobada de cualquiera de los bufones oficiales del adversario.
Es evidente que se trata de un mundo al revés, en la forma y en los contenidos. A veces parece como si el ideal fuese que nadie opinara nunca nada, que solo se hablase de lo último, que la política quedase reducida al y tu más, y los cambios electorales se produjesen siempre por cansancio, nunca por convicción. En el fondo, los líderes temen a hablar con claridad, y reservan su escasa elocuencia para insultar al contrario, sin caer en la cuenta de que a quien en verdad menosprecian es al elector que esperaría de ellos algo más que enfrentamientos rituales, una auténtica discusión de ideas, pero eso les parece muy peligroso y prefieren mantenernos a dieta de eslóganes.
Para terminar, me parece que se impone una conclusión bastante simple: la estrategia de enfrentamiento no produce idénticos beneficios en ambas mitades del espectro. Lo que beneficia al PSOE es, aunque no sepan verlo, un auténtico lastre para el PP. El mayor éxito estratégico del PSOE es ver cómo la derecha se entrega a su vicio favorito (del PSOE), como se encomienda a sus radicales dejando ayuno de noticias y de interés a cuantos electores comprenden que el mundo es ligeramente más complejo que lo que sugieren las bravatas de Zapatero, Blanco o Rubalcaba, esos temas que replican con voz aflautada tantos portavoces del PP.

Las tradiciones de la democracia

Gracias al buen consejo de un amigo he tenido la oportunidad de ver John Adams una de esas series americanas cuya mera existencia dignifica la TV, y que aquí nadie produce, entregados al comadreo, político o, preferiblemente, de cloaca.
John Adams fue uno de los founding fathers de los Estados Unidos y el segundo presidente de la nación. No había gozado de un reconocimiento tan unánime como el de Washington, Franklin o Jefferson, su amigo y su mayor rival. Ahora, un libro de David McCullough ha resaltado la importancia del legado de Adams. Además de la lección de historia que supone, los españoles podríamos aprender muchas cosas repasando las peripecias de Adams y el cariz de sus enfrentamientos con Jefferson, el gran líder radical al que Adams logró contener y moderar.
Adams y Jefferson eran, por encima de todo, dos defensores de la independencia de la nueva nación y dos demócratas convencidos, pero discreparon profundamente sobre el ritmo que había de imprimirse al Gobierno de los Estados Unidos: Adams era un federalista al que se acusaba de monárquico y anglófilo, y Jefferson un republicano muy cercano a las ideas radicales de los revolucionarios franceses. Aunque haya que tener en cuenta que términos como republicano o federalista han cambiado profundamente de significado en estos doscientos largos años, lo esencial es que tanto Adams como Jefferson estuvieron siempre dispuestos a poner sordina a sus ideas y objetivos para anteponer los intereses de su patria. Se sabían padres de una criatura que podía malograrse y, aunque jamás renunciaron a sus ideas, supieron no olvidar que la libertad del pueblo y la unidad de la nación eran los bienes superiores a los que nunca se podría renunciar en aras de otro fin político, o de su éxito electoral. Adams resistió bravamente las presiones para entrar en guerra, para caer en las garras de la disputa franco-británica, y Jefferson mantuvo esa política cuando consiguió ser el tercer presidente de los Estados Unidos evitando la reelección de Adams.
Nuestra democracia es también joven todavía y no puede presumir de antecedentes demasiado gloriosos, porque, desde muchos puntos de vista, ha supuesto una cierta refundación de la nación, un comienzo que, como siempre ocurre, tiene que armonizar lo nuevo y lo viejo, porque España, mucho más vieja que los Estados Unidos, no es ningún invento reciente. No creo que los líderes políticos actuales hayan sabido estar siempre a la altura de la responsabilidad que esta situación les confiere.
Nuestro presidente muestra una tendencia al mesianismo que es completamente irresponsable, y su intento de reinvención de España a la luz de su exclusivo catecismo está, inevitablemente abocado al fracaso, aunque desgraciadamente, a un fracaso algo más grave y calamitoso que el mero desastre de una política equivocada. Entregado a un absurdo revisionismo del pasado, tarea que, en cualquier caso, no le corresponde y le supera, se muestra, además, extraordinariamente débil y condescendiente con quienes no hay otro remedio que considerar como enemigos de la nación española, con los terroristas, con los separatistas, o con quienes pretenden arrebatarnos parte de nuestros viejos territorios históricos, estén en la orilla que estén. No creo que sea exagerado decir que Zapatero nunca se ha propuesto ser el presidente de todos los españoles, el líder de una nación que tiene, como todas, que defenderse, y ello aunque profese una sana ambición a promover una paz justa y duradera en el mundo, propósito irreprochable donde los haya.
Por su parte, el líder de la oposición parece moverse la mayoría de las veces por resortes de escaso alcance, como si fuera un mero funcionario, como si la política fuese un engorroso negocio del que hubiere de abstenerse. Muchos detestamos la política nacional de Zapatero, pero, más allá de los tópicos para alimentar a los incondicionales, desconocemos en buena medida el alcance de los proyectos de Rajoy. Si uno obra con disimulo a la búsqueda de una deconstrucción que no se atreve a hacer enteramente explícita, el otro parece pensar que a los electores no nos interesa que se hable a fondo de los problemas políticos, y que basta con prometernos que acabará la crisis y subirá el empleo.
No se debiera pretender liderar un país tan complejo como el nuestro a base de ocultar a los electores lo que se piensa, temiendo que las ideas enajenen los votos. Adams y Jefferson enseñaron a los norteamericanos que la política consiste en un enfrentamiento a cara de perro, especialmente con los enemigos de la nación, que siempre existen. En nuestra democracia parece extenderse una tradición de disimulo que testimonia un desprecio despótico a los electores enteramente incompatible con la democracia. Tenemos mucho que aprender de los Adams y los Jefferson, si realmente pensamos que la democracia es algo más que un expediente para evitar que nos señalen con el dedo.
[Publicado en El Confidencial]

Más sobre Zapatero

[Sigue] El error intelectual de Zapatero requiere dos condiciones previas, una de carácter, digamos, mental, y otra de tipo moral. La primera carencia de Zapatero es puramente intelectual, aunque cuando se padece en exceso deviene en patología. Se trata del mal quijotesco, de la dificultad para distinguir entre la realidad y las narraciones, entre cómo son las cosas y las teorías que usamos para entenderlas. Zapatero padece ese mal en proporciones alarmantes y, en consecuencia, no cree ni siquiera en la realidad, menos aún en una realidad compleja y mudadiza como España.
El segundo error deriva del primero: Zapatero ha confundido al país con su partido, solo lo sabe ver a su través. Se trata de un error en que la voluntad de poder, las ganas de mandar, la creencia de poseer un derecho al poder absoluto, intervienen ya de una manera decisiva. En su virtud, ZP tiene maneras de tirano, muy disimuladas por su astucia, pero muy recias. De ser todo esto medianamente cierto, lo que se deduce es que ZP sólo saldrá del poder haciendo daño: tal es lo que nos espera.

El circo político

Un profesor universitario frustrado por no haber llegado (todavía) a catedrático, le reprochaba a su viejo maestro escasez de aprecio y falta de apoyo; el adjunto quejumbroso se comparaba con otros y no encontraba motivos para su supuesta discriminación; cuando inquiría por las causas, el viejo profesor le hacía ver sus carencias en unos u otros aspectos, pero él siempre encontraba que algún colega que había llegado a la cumbre universitaria con esa precisa laguna, hasta que, finalmente, el viejo maestro, harto de los importunos quejidos del mediocre, le dio la explicación definitiva: “mire, querido amigo, la supuesta injusticia no consiste en que éste o el otro tengan alguna tacha, sino en que usted pretenda llegar a catedrático con la colección de defectos de todos los demás”.

Me he acordado de la historieta al ver el tumulto que ha montado el PSOE para animarse. Aquí, efectivamente, hemos hecho una democracia con los defectos de (casi) todas las demás. Este tipo de actos a la americana son una horterada en la democracia española. En EEUU cumplen dignamente una función, porque allí la democracia es bastante capilar, y va de abajo a arriba, lo que explica que Obama, que es un político con dotes excepcionales, haya podido llegar arriba del todo en una carrera muy rápida. Además, este tipo de espectáculos solo se emplea durante las campañas electorales.

Aquí la democracia ni es capilar ni va de abajo a arriba, sino al revés, de manera que esta clase de actos carece de cualquier sentido preciso, salvo el circense, engaño y diversión incluidos. El PSOE, en particular, ha abandonado hace muchísimo tiempo cualquier intento de articular un mensaje político coherente, más allá de hacer halagos a todo votante que quiera dejarse adular. Es tremendo que, con la que está cayendo, el PSOE pueda pensar que lo que ha hecho este fin de semana sirva realmente para algo, que tenga que ver con la política en algún aspecto digno y noble.

Desgraciadamente, hay que admitir, que sí sirve para mucho, y la prueba es que también el PP se dedica a ese espectáculo grotesco de reunir a aplaudidores para que puedan escuchar simplezas y baladronadas. Esta política espectacular está ahogando de raíz la posibilidad misma de una democracia respetable, y a nadie parece importarle gran cosa. El parlamento ha muerto y la democracia se traslada no a los periódicos, sino a lo que se puede llamar con toda propiedad telebasura, el espectáculo en el que los políticos muestran con todo cinismo la escasísima estima que sienten por sus ciudadanos, y también por esos individuos a sueldo a los que consideran sus sirvientes o esclavos.