Los liberales corremos el riesgo de amar tanto la libertad, aunque una buena mayoría se dediquen simplemente a decirlo, que nos olvidemos de que no toda desigualdad es tolerable. Es obvio, por ejemplo, que la desigualdad ante la ley merece el repudio de cualquier liberal, y el de cualquier persona decente, pero hay más desigualdades intolerables que nada tiene que ver con la envidia sino con esa igualdad esencial, y con la condena de las formas que se ingenian para burlarla. Con las desigualdades económicas muchos tienden peligrosamente a decir aquello de que cada cual haga con su dinero lo que le de la gana, sentencia con la que estoy completamente de acuerdo, aunque el problema, me temo, es la excesiva ligereza con la que se concede a mucha gente ciertas especies espureas de derecho a lo propio.
Viene esto a cuento del rechazo que merecen las actuaciones, de auténtico juanpalomismo, las descritas con aquello de “yo me lo guiso y yo me lo como”, en aquellas situaciones en que, por ejemplo, los políticos suavizan, sin apenas sonrojo, las condiciones para disfrutar de una pensión espléndida, al tiempo que endurecen esas mismas condiciones para el común. Esa desigualdad es realmente intolerable, obscena, y es un buen índice de cómo están las cosas entre nosotros.
Si vamos al mundo de la empresa, considero que es realmente inadmisible que, por ejemplo, los consejeros de Iberdrola se adjudiquen una millonada en comisiones, cincuenta y cinco millones de euros, cuando estamos pagando todos la luz a un precio que me parece abusivamente alto, y cuando no hay nada que se parezca ni lejanamente a un mercado libre de energía, es decir cuando Iberdrola obtiene sus beneficios, en muy buena medida, de su capacidad de presionar al ejecutivo para la fijación de unas tarifas muy favorables a su gigantesco beneficio. Otra noticia muy similar me parece igualmente repulsiva, resulta que Vasile, el genio de la lámpara de Telecinco, ese manantial inagotable de cultura y bienestar propiedad del ejemplar Berlusconi, se sube el sueldo un 25 por ciento, simplemente porque le parece oportuno.
Se me puede decir que no entiendo nada de todo este asunto y les diré que, en efecto, entiendo muy poco, pero creo tener alguna razón para decir que el abuso me parece que nada tiene que ver con la libertad, y que en una democracia que se precie, claro que no es el caso, esta clase de conductas deberían estar perseguidas por las leyes. No creo, además, que eso perjudicase en lo más mínimo ni la competencia, ni la libertad económica, simplemente aumentaría un poco nuestra decencia colectiva, que anda muy mal parada.
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