La larga carrera política de Rubalcaba parecía haber llegado a su culmen al convertirse en el sol naciente, no por tardío poco brillante, en el declinar del zapaterismo. Pero una súbita inestabilidad, propiciada por la emergencia de una memoria que parecía amortizada por el ritmo trepidante de los tiempos, le coloca ahora a un paso de la extenuación, a punto de caer muerto ante la inminencia de lo inalcanzable de la meta. La revelación del contenido de las Actas de ETA no solo muestra de manera cegadora todo lo que el PSOE es capaz de arrojar por la borda cuando su navío se ve en un aprieto, sino que dibuja un Rubalcaba dispuesto a cargar con cualquier herencia con tal de seguir en esa carrera que ahora le lleva al abismo.
El recuerdo de lo que hizo lo convierte en un guiñapo, en la caricatura de un líder. No hay que olvidar sus palabras. “ETA será criminal, pero nunca mentirosa”. Ahora no sabe qué decir ante la revelación de sus andanzas en una negociación necia y abocada a fracasar. Es posible que intente balbucir algo parecido a “los españoles se merecen una ETA que no les mienta”, pero una muestra de su ingenio a destiempo podría ser la gota que colmare el vaso de la condena inapelable. No le valdrá, tampoco, refugiarse en el silencio porque los españoles saben bien que los políticos lenguaraces son tanto más elocuentes cuando nos dicen que nada tienen que decir.
Sobre su destino político se ha vertido un producto altamente tóxico, una verdad tan verosímil como inconveniente, que muestra su falta de escrúpulos, su posibilismo rayano en la absoluta amoralidad. Con esa carga ha de afrontar, además, los falsos enigmas que rodean al caso Faisán, un asunto que también heredó pero en el que no quiso poner ni un gramo de decencia, confiando, como siempre, en la benevolencia de los fiscales, en la lentitud de la justicia, en el apoyo inequívoco y persistente de la prensa adicta, en la infinita credulidad de sus adictos. Nada bastará, porque lo que finalmente se evidencia es que los socialistas, con Zapatero a la cabeza y con Rubalcaba de especialista en simulaciones, estuvieron dispuestos a lo que fuere con tal de conseguir la apariencia de una rendición de la banda, la fotografía de un final feliz para el desdichadamente llamado proceso de paz. No les importó nada, Navarra tampoco, porque estimaban que el botín a conseguir merecía cualquier clase de dispendios, pero los errores acaban pasando siempre una factura tanto más dolorosa cuanto más a destiempo aparece al cobro.
Rubalcaba es un alquimista de la información, un hombre, sin duda habilidoso, capaz de disimular y de desinformar con la mejor de sus sonrisas, con una sinceridad tan apabullante como falsa. Ha jugado con fuego al imputar a sus adversarios conductas mentirosas porque ha hecho recaer sobre él una demanda especial de credibilidad y cuando, como ahora sucede, se le viene abajo todo el tenderete de sus artimañas, su auténtica condición aparece de manera especialmente obscena y sus mentiras se convierten en insoportables. Por si fuese poca carga tener que soportar las recomendaciones de Botín, ha caído sobre el PSOE la evidencia de lo que tan persistentemente negaron: su arreglo con ETA, su necia convicción de que podrían convertir a criminales avezados en sumisos concejales de izquierda dispuestos a apoyarles en cualquier tripartito. Ha caído sobre Rubalcaba todo el artificio de una legislatura lamentable, y pronto deseará que todo se disuelva en el olvido, pero ya es tarde también para esa salida piadosa.
[Editorial de La Gaceta]
[Editorial de La Gaceta]