Políticos en la picota


Por una extraña ley, no sé si natural o cultural, los escándalos de conducta de los políticos siempre van a pares: que un Senador del PSOE se sobrepasa en una sauna, enseguida aparece el procesamiento de Camps para compensar. Bueno, tal vez no sea así, pero a veces lo parece.
Este fenómeno de la corrupción es bastante peculiar. Yo estoy convencido de que hay una buena mayoría de políticos decentes, luego un gran número de gente bizcochable, sin que se note, y, por último, una importante force de frappe de tipos que están en la política para lo que están. Nunca es fácil distinguir a qué tipo pertenece cualquier de los encausados, pero habría que partir de que los peores casi nunca son sorprendidos con las manos en la masa; tiene unos patrimonios sorprendentes, pero todo es magia y, si acaso, labia, o eso parecen creer los jueces y fiscales frente a los que naufraga cualquier intento de preguntarse por el origen de determinadas fortunas.
El caso de Camps, que me causa un desagrado profundo, es de los que te hacen dudar sobre las categorías aplicables, porque, si bien es cierto que parece poco probable que se haya corrompido por unos pantalones, no acaba de entenderse cómo ha llevado tan mal un asunto que podría haber resuelto de formas mucho más inteligentes, por ejemplo, admitiendo que fue un gasto comprendido en una campaña de imagen, o cualquier otra explicación. La verdad es que el argumento de que lo pagó todo de su bolsillo pone a prueba la fe de cualquiera, tanto la de los muy tontos, como la de los que  se malician algo más, la teoría de la punta del iceberg en una operación tan bien urdida. Porque Gürtel es un caso ejemplar, desde dos puntos de vista: primero como sistema cañí a la hora de forrarse, pero también como instrumento jurídico-policial, ya saben a qué me refiero, para hundir al PP en la miseria, aunque esto no parece haber funcionado, por mucho que los chicos de la izquierda tengan dificultades para comprenderlo. No me extraña, qué quieren que les diga.  
Yo tengo mayores dificultades para entender que un juez se entretenga con los trajes de Camps, y no haya otro que se sorprenda de la Hípica de Bono, pero, sin duda alguna, es un problema personal.
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