Produce melancolía ver en qué ha ido a parar, de momento, el movimiento de los indignados, algo a lo que muchos concedimos razón y motivos, por más que nos produjese algún sonrojo la bisoñez estúpida de algunas propuestas coreadas por el público. Ahora, los indignados han decidido boicotear la visita del Papa y, ¡toma coherencia! han llamado a colarse en el Metro de Madrid para protestar porque el Metro haya establecido unas tarifas especiales en esos días.
Por más que me lo expliquen, no consigo entender la inquina contra la religión en 2011. Estaría, con toda probabilidad, de acuerdo con muchas de esas críticas hace más de cien años, por decir algo, pero ahora me cuesta mucho ver el poder oculto e insolente de la Iglesia. Curioso estrabismo el de estos anarquistas de pacotilla. Se ve que muchos anticristianos tienen el mismo tipo de actitud que la de los forofos del fútbol, que gritan con furia para que el arbitro castigue al contrario cuando uno de los suyos comete una falta alevosa. Esa cultura política da pocas esperanzas de nada, la verdad.